La práctica deportiva
en tanto desarrollo sistemático de habilidades y destrezas físicas, en tanto
recreación sana, ocupa indudablemente un lugar importante entre las
construcciones humanas; pero secundario si se la compara con el peso específico
que ha ido adquiriendo su profesionalización. El deporte, desde hace ya varias
décadas, y cada vez más, se ha tornado 1) gran negocio, y 2) instrumento de
control político.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
"El espíritu amateur que se pusiera en marcha con la
reedición moderna de los Juegos Olímpicos de la mano del Barón Pierre de
Coubertin en 1896 en Atenas, ya no existe. El deporte, por cierto, no nació
como actividad profesional; distintas sociedades, a su modo, lo han cultivado a
través de la historia, siempre como culto a la destreza corporal. La
profesionalización y su transformación en gran negocio a escala planetaria es
algo que solo el capitalismo moderno pudo generar", declaró hace unos
años un funcionario del Comité Olímpico Internacional. Por supuesto, eso le
valió su expulsión.
Hablar de
"amateurismo" en el deporte hoy puede ser motivo de risas, de
escarnio, por no decir causa para ir al manicomio (que es una forma elegante de
sacar de circulación a quien no encaja en los patrones normales, quizá algo
menos violento que ir a la cárcel). Es más: muchos jóvenes ni siquiera
escucharon jamás el término "deporte amateur" en toda su vida. Y
pronunciarlo ahora, en medio de la fiebre olímpica que invade el planeta (culto
a la hiper-profesionalización y al mercado de atletas), hasta podría pasar por
un absoluto absurdo.
¿Pero por qué el
deporte debe ser "profesional"? Así planteado no hay respuestas;
sería como preguntarse: ¿por qué debemos tomar Coca Cola? Son esas cosas que no
admiten discusión (por otro lado: ¿dónde y cómo dar el debate?). Sin embargo,
aún a riesgo de ser tomados por locos, definitivamente debemos seguir
interrogándonos. Las cosas no son "naturales"; tienen historia, que
es siempre humana (la historia la escriben los que ganan), por eso hay que
seguir interrogándose ante todo.
Seguramente la gran
mayoría de la población mundial, preguntada al respecto, estaría de acuerdo con
mantener la situación actual: agrada
"consumir" deportes. O más aún: consumir espectáculos
audiovisuales donde el deporte es la estrella principal, en buena medida vía
televisión, azuzando nacionalismos.
La práctica deportiva
en tanto desarrollo sistemático de habilidades y destrezas físicas, en tanto
recreación sana, ocupa indudablemente un lugar importante entre las
construcciones humanas; pero secundario si se la compara con el peso específico
que ha ido adquiriendo su profesionalización. El deporte, desde hace ya varias
décadas, y cada vez más, se ha tornado 1) gran negocio, y 2) instrumento de
control político.
En un mundo donde
absolutamente todo es mercancía negociable no tiene nada de especial que el
deporte, como cualquier otro campo de actividad, sea un producto comercial más,
generando ganancias a quien lo promueve. Y tampoco estamos diciendo que esto,
en sí mismo, sea reprochable en la lógica de mercado imperante. Simplemente
reafirma el esquema universal que sostiene el mundo moderno, donde todo es un
bien para el intercambio mercantil: recreación y salud, alimentos y vida
espiritual, educación, pornografía, la guerra, etc.
En este contexto, del
que hoy ya nada y nadie pueden escapar, la práctica deportiva ha llegado a
perder –al menos en buena medida– su carácter de esparcimiento, de pasatiempo.
Esto trajo como consecuencia su ultra profesionalización, con la aplicación de
modernas tecnologías a sus respectivas esferas de acción. Todo lo cual ha
mejorado, y sigue haciéndolo a un ritmo vertiginoso, su excelencia técnica. Día
a día se rompen récords, se logran resultados más sorprendentes, se superan
límites ayer insospechados.
Pero la pregunta que se
abre es respecto al lugar que en todo ello ocupa la población. Nosotros, los
ciudadanos de a pie que no ganamos medallas olímpicas, que en todo caso podemos
practicar un deporte amateur, más bien pasamos a ser meros espectadores pasivos
(consumidores) de un espectáculo/negocio –montado a nivel internacional– en el
que no se tiene ninguna posibilidad de decisión. La recreación termina siendo sentarse a mirar ante una pantalla. Con
el rompimiento de marcas y fichajes cada vez más multimillonarios: ¿mejoran las
políticas deportivas dedicadas a las grandes masas, a los jóvenes? ¿En qué
medida influye este "circo", convenientemente montado, en la calidad
de vida de los habitantes de la aldea global? ¿Promueve acaso una vida más
sana, o no es más que una nueva versión –sofisticada– del antiguo "pan y
circo" romano?
Es aquí donde se debe
profundizar la crítica. El desarrollo del perfeccionamiento deportivo
("más rápido, más fuerte, más alto") no redunda en una popularización
del ejercicio físico para todos. El lema de "mente sana en cuerpo
sano", pese a las cifras astronómicas que circulan en los circuitos profesionales
de los modernos coliseos, no conlleva forzosamente un mejoramiento de la
actitud para con el deporte (crece mundialmente el consumo de drogas por el
contrario, ¡incluidos los deportistas
profesionales!).
¿Será que mientras más
se "consumen" deportes menos se piensa –y más ganan los que nos los
venden–? ¿No es absurdo que cada vez haya que perfeccionar más los controles
anti-drogas en los atletas? Eso, como mínimo, debería llevar a cuestionarnos el
circo, por no decir a darle la espalda y a profundizar la crítica de la lógica
de mercado que lo propicia. Pero por el contario los actuales Juegos Olímpicos
de Londres fueron vistos por 4.000 millones de telespectadores, más de la mitad
de la población planetaria. Ojalá esto sirviera para alentar la práctica
deportiva amateur… y no el consumo de drogas.
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