De la cultura de la
Banana Republic, pasamos a la cultura del Estado fallido: esa que un día busca
en los TLC la tabla del salvación al abismo de la pobreza, y al otro, mira en
la soluciones militares y policíacas la solución a los problemas creados por
décadas de rechazo y posposición de políticas públicas de desarrollo humano.
Tal es la mentalidad sumisa y colonizada de la clase política y de los grupos
que realmente tienen el poder en la región.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
El pasado fin de semana, 72 marines llegaron a Guatemala para participar en operaciones antidrogas y en entrenamientos en tácticas de montaña en la selva del Petén.
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Históricamente, la
visión de los grupos dominantes estadounidenses sobre Centroamérica –la visión
imperial- ha pretendido justificarse sobre un supuesto básico pero falaz: que
los pueblos de esta parte del mundo, díscolos, corruptos, rebeldes y proclives
a las revoluciones, son incapaces de gobernarse por sí mismos, y que por lo
tanto, requieren la tutela de una nación civilizada, fuerte y organizada para
conducirlos hacia su desarrollo
(pensado siempre desde la perspectiva de los poderosos civilizadores).
Crónicas de viajes,
partes diplomáticos, discursos políticos, obras literarias y algunos elementos
de la historia oficial, dan cuenta de la forma en que esa construcción
ideológica, de marcado acento colonialista, y sus correlatos políticos y
económicos, se fueron imponiendo poco a poco entre amplios sectores de la
población centroamericana, entre su clase política y sus oligarquías, hasta
convertirse en sentido común
dominante de la cultura regional. De ahí surgió, en buena medida, esa cultura
de la resignación y la docilidad ante la intervención extranjera que
caracterizó el tiempo de las Banana
Republic.
Entre finales del siglo
XIX y principios del XX, cuando los Estados Unidos desplazaron a Gran Bretaña
como potencia hegemónica en América Central y el Caribe, esa visión imperial,
con rasgos más o menos expansionistas, más o menos intervencionistas según los
interéses de la época y los gobiernos de turno, también se convirtió en
paradigma de las relaciones entre Centroamérica y el vecino del norte.
Dana Gardner Munro,
diplomático norteamericano que recorrió y estudio nuestra región en las
primeras décadas del pasado siglo, y autor del libro Las cinco repúblicas de Centroamérica (1918), expresaba bien esta
aspiración cuando escribió: “Los intereses de Estados Unidos en el istmo son
mucho mayores que los de cualquier otra potencia extranjera. (…) al igual que
otros países localizados en el Mar Caribe, las cinco repúblicas son una de las
áreas más prometedoras para la expansión del comercio estadounidense y de la
inversión de nuestro capital. (…) Es inevitable, por lo tanto, que Estados Unidos
ejerza una influencia decisiva en los asuntos internos de las cinco repúblicas”[1].
Desde la segunda mitad
del siglo XX, la convergencia entre las estrategias de “protección de los
intereses” de los Estados Unidos en Centroamérica, por un lado, y la cultura
política –de Banana Republic- de las
oligarquías y grupos económicos locales, por el otro, abrió las puertas de una progresiva penetración militar en nuestra
región que, al cabo de los años, se fue sofisticando para adaptarse a los
tiempos de paz y de guerra, sin abandonar sus objetivos estratégicos de control
y dominación.
Porque, qué duda cabe,
estamos en tiempos de guerra. De otra manera, no se podría explicar la llegada,
en días pasados, de un contingente de 72 marines estadounidenses y 4 helicópteros
equipados con última tecnología llegó Guatemala, a bordo de uno de los aviones
militares más grandes del mundo (el Galaxy C-5), para, según las versiones
oficiales, realizar tareas de apoyo a la lucha contra el narcotráfico,
entrenarse en tácticas de montaña en la selva del Petén y desplegar misiones
humanitarias en esta zona (Siglo21.com.gt, 12-08-2012). Todo esto en el marco de la Operación Martillo que
ejecutan trece países latinoamericanos y europeos bajo la coordinación del
Comando Sur.
Y ocurre ahora en
Guatemala, como se ha repetido en los últimos meses en Centroamérica con motivo
de las cumbres presidenciales de seguridad regional; de las donaciones de equipo y vehículos
militares de Estados Unidos a El Salvador; de los anuncios de nuevas bases militares en Honduras; de los ejercicios
navales conjuntos en torno al Canal de Panamá y la militarización de la policía de
ese país; o de los acuerdos de patrullaje conjunto que permiten el ingreso de
naves de guerra en aguas de Costa Rica; ocurre, decíamos, que gobiernos y
sesudos analistas del establishment, apoyados por los grandes medios de
comunicación, intentan justificar esta presencia e intervención extranjera en
función de los objetivos de la guerra
contra el narcotráfico y el crimen organizado, y en última instancia, como
consecuencia de la incapacidad de los Estados fallidos centroamericanos de
combatir esos flagelos.
Así, de la cultura de
la Banana Republic, pasamos a la
cultura del Estado fallido: esa que un día busca en los TLC la tabla del
salvación al abismo de la pobreza, y al otro, mira en la soluciones militares y
policíacas la solución a los problemas creados por décadas de rechazo y
posposición de políticas públicas de desarrollo humano. Tal es la mentalidad
sumisa y colonizada de la clase política y de los grupos que realmente tienen
el poder en la región. Los mismos que, aunque vive en estas tierras, tiene su
cabeza y sus aspiraciones en Miami o la sucursal de ocasión del paraíso del
consumo y la acumulación.
NOTA
[1] Munro, Dana G.
(2003). Las cinco repúblicas de Centroamérica. Desarrollo político y económico
y relaciones con Estados Unidos. San José, CR: Editorial de la Universidad
de Costa Rica – Plumsock Mesoamerican Studies. Pp. 333 y 346.
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