Impenitentes, los
grupos dominantes de América Central no aprenden las lecciones y, una vez más,
abren las puertas del peligroso camino de las soluciones de fuerza: ese que
tantas vidas segó en décadas pasadas y cuyo legado se niega a abandonar estas
tierras.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Policías y militares conformarán el comando de élite Tigres, en Honduras. |
Atrapada entre
dinámicas geopolíticas que tienen a México y Colombia como epicentros, y al
crimen organizado y al narcotráfico como justificaciones, América Central ha
conocido en los últimos años un aumento de la presencia militar de los Estados
Unidos y de su carácter intervencionista: quizás sin los gestos de fuerza del
pasado, pero con mayor eficacia en su penetración. Así lo confirma, por ejemplo,
la presencia de 172 marines
estadounidenses en Guatemala, desde mediados de agosto de este
año y hasta por cuatro meses más, al amparo de una operación multinacional
contra el narcotrático (Operación Martillo); o bien, el otorgamiento, en 2010,
de un permiso por parte del gobierno y la Asamblea Legislativa de Costa Rica
para el eventual atraque en puertos nacionales de 46 buques de guerra, 200
helicópteros y hasta 7 mil marines.
Este movimiento
estratégico norteamericano, que tiene que ver tanto con cuestiones de la
llamada “seguridad nacional”, como con la afirmación de su hegemonía en la
región en tiempos de crisis, tiene en la permisividad de la clase política y en
el avance de la “cultura del Estado fallido”, a sus principales aliados. Una entente cordiale que se expresa ya
en peligrosas tendencias de alcance
regional, con importantes implicaciones para las dinámicas sociales y políticas
en América Central.
Una de ellas, quizás la
de mayor repercusión internacional, es la del debilitamiento de las ya de por
sí frágiles democracias e instituciones de nuestros países, a partir del golpe
de Estado en Honduras en 2009 (bendecido
por la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa), toda vez que aquel fue
también un golpe contra las posibilidades de ejercer gobierno deslindándose de
las tradicionales oligarquías y, al mismo tiempo, de articular nuevas
relaciones con los procesos políticos de América del Sur (recuérdese que, por
entonces, Honduras se había sumado a Nicaragua como miembros del ALBA;
Guatemala y El Salvador participaban de Petrocaribe, y el gobierno de Costa
Rica gestionaba su inclusión a este mecanismo).
Con apoyos explícitos
para los golpistas hondureños desde Guatemala, El Salvador y hasta Costa Rica,
aquel hecho envalentonó a una derecha centroamericana hasta entonces asustada
por los avances de las izquierdas y fuerzas progresistas, y apuntaló la
presencia militar estadounidense, otra vez, como gendarme: algo que quedó claro
con la instalación de una nueva base en Islas de la Bahía.
Otra tendencia es el
aumento del gasto militar, espoleado por la guerra
contra el narcotráfico: según datos del Atlas Comparativo de Defensa de
América Latina y el Caribe, entre 2006 y 2010, los presupuestos de defensa
aumentaron de $106 millones a $133 millones en El Salvador; de $63 millones a $
172 millones en Honduras; y de $134 millones a $160 millones en Guatemala. Un
insulto al sentido común y las necesidades de sociedades que viven bajo
inaceptables condiciones de desigualdad en la distribución de la riqueza.
A lo anterior se deben
sumar distintas iniciativas que se han planteado en los últimos meses, y que
apuntan a la creación de “grupos especiales” -militares y policiales-, como la Fuerza de Tarea Tecún Umán en
Guatemala o el cuerpo de élite “Tigres” en
Honduras. Sin embargo, como lo demuestra la historia, este tipo de
organizaciones, apoyadas y entrenadas por ejércitos extranjeros (especialmente
de los Estados Unidos), aunque se presenten a la opinión pública como respuesta
a los problemas causados por los cárteles del narcotráfico y el crimen
organizado, en la práctica, terminan siendo instrumentos de represión social y
de la criminalización de movimientos sociales, activistas o pueblos indígenas,
tal y como lo hemos visto este año en Panamá,
Guatemala y Honduras.
Impenitentes, los
grupos dominantes de América Central no aprenden las lecciones y, una vez más,
abren las puertas del peligroso camino de las soluciones de fuerza: ese que
tantas vidas segó en décadas pasadas y cuyo legado se niega a abandonar estas
tierras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario