Chávez finalmente
consiguió burlarse de la muerte. Sigue viviendo en su pueblo y en todos los
pueblos de Nuestra América.
Carlos Rivera Lugo / Especial
para Con Nuestra América
Desde Puerto Rico
¡Chávez somos todos! ¡Chávez soy yo! Así proclamaba la oleada roja de
miles y miles, millones y millones de seguidores por toda Venezuela de su
querido presidente Hugo Rafael Chávez Frías, candidato a otra bien merecida
reelección en septiembre y octubre pasados.
Aún convaleciendo de ese maldito y tiránico cáncer que agresivamente le
iba subvirtiendo su ya mítica fuerza física, el histórico líder bolivariano
libró lo que se temía sería su última campaña, con la colaboración decisiva de
su vicepresidente ejecutivo y canciller, Nicolás Maduro, y el presidente de la
Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
Revalidó así por quinta vez como presidente de los venezolanos con más
de ocho millones de votos. Su nueva
victoria se sumaría a las obtenidas en las contiendas presidenciales de 1998,
2000 y 2006, así como el referendo ratificatorio de su mandato en el 2004. Con la victoria mayoritaria de los candidatos
de su Partido Socialista Unido de Venezuela en las elecciones regionales de
2012, sumarían a quince las contiendas electorales ganadas por el chavismo, como popularmente se tiende a
identificar la histórica fuerza política y social que motorizó y transformó su
país. Sólo sufrió una pírrica derrota, en el referendo sobre reforma electoral
del 2007, más por errores propios que por aciertos de la oposición, como él
mismo reconoció con la mayor humildad.
De ahí la absoluta arbitrariedad de nuestra condición humana,
demasiado humana, sujeta a la disposición de nuestra vida mortal de la forma
más despótica y antidemocrática. Ya
reelecto por tercera ocasión consecutiva, en la noche del 8 de diciembre pasado
Chávez dio cuenta de la mala nueva: la fatal necesidad de someterse a una nueva
operación del cáncer que le aquejaba.
Dicen que ya conocía los pronósticos poco esperanzadores de sus médicos
cubanos. No habiendo podido con él sus
enemigos y adversarios políticos, su propio cuerpo sería quien le asestaría el
golpe mortal.
La revolución bolivariana
En lo que constituiría efectivamente su despedida de su amado pueblo
venezolano y de todos los pueblos amigos, Chávez recordó su batalla histórica
por retomar las banderas del libertador Simón Bolívar, traicionado en su
momento por una naciente oligarquía criolla a la que sólo le interesó
garantizar sus mezquinos intereses patrimoniales, a costa de la más injusta
exclusión social y política de la inmensa mayoría de la sociedad. Le habrá pasado también por la mente su
peregrinaje inicial como una especie de “llanero Solitario” por la América
Latina, su patria grande, dónde a su llegada a la presidencia en 1999
prevalecían por doquier gobiernos neoliberales corruptos dedicados a la
desposesión de sus pueblos en beneficio del capital: Menem en Argentina, Collor
de Melo en Brasil y Fujimori en Perú, entre otros.
Señaló al respecto:
“Fue como una resurrección lo que hemos visto, lo que hemos vivido. Aquí había
un continente dormido, un pueblo dormido como muerto y llegó el Lázaro
colectivo y se levantó, finales de los 80, los 90, los 90 terminando el siglo
XX pues, se levantó aquí en Venezuela una Revolución, se levantó un pueblo
y nos ha tocado a nosotros, algunos de nosotros, a muchos de nosotros, mujeres,
hombres, asumir responsabilidades, asumir papeles de vanguardia, asumir papeles
de dirección, de liderazgo por distintas razones civiles, militares y hemos
confluido pues, distintas corrientes terminando el siglo y comenzando este
siglo. En Venezuela se desató la última Revolución del siglo XX y la primera
del siglo XXI, Revolución que -¿quién lo puede dudar?- ha tenido cuántos
impactos en la América Latina, en el Caribe y más allá y más allá y seguirá
teniendo impacto”.
Sin embargo,
rápidamente añadió que “además de todas esas batallas se presentó una
adicional, imprevista, repentina para mí y no para mí pues, para todos, para
todos nosotros”: la batalla contra el cáncer.
Y habló de estarse cerrando un ciclo: “tenemos Patria hoy,
tenemos Patria. Venezuela ya hoy no es la misma de hace veinte años…Tenemos un
pueblo, tenemos una Fuerza Armada, la unidad nacional. Si en algo debo insistir
en este nuevo escenario, en esta nueva batalla…es en fortalecer la unidad
nacional, la unidad de todas las fuerzas populares, la unidad de todas las
fuerzas revolucionarias, la unidad de toda la Fuerza Armada, mis queridos
soldados, camaradas, compañeros…Digo porque los adversarios, los enemigos del
país no descansan ni descansarán en la intriga, en tratar de dividir, y sobre
todo aprovechando circunstancias como éstas, pues. Entonces, ¿cuál es nuestra
respuesta? Unidad, unidad y más unidad. ¡Esa debe ser nuestra divisa! El
Partido Socialista Unido de Venezuela, los partidos aliados, el Gran Polo
Patriótico, las corrientes populares revolucionarias, las corrientes
nacionalistas. ¡Unidad, unidad, unidad!”.
Fue su profunda
conciencia acerca de la necesidad de proveer, más allá de su existencia física,
para lo que él llamaba “la revolución permanente, la revolución perpetua”, que
procedió a expresar su preferencia personal para que el vicepresidente Maduro
le sucediese en el caso de que algo le ocurriera. “Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe
concluir, como manda la Constitución, el período; sino que mi opinión firme,
plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que —en ese
escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a
elecciones presidenciales— ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de
la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”,
sentenció, para luego concluir que en cualquier circunstancia que pudiese
sobrevenir, lo importante es que “nosotros debemos garantizar la marcha de la
Revolución Bolivariana, la marcha victoriosa de esta Revolución,
construyendo la democracia nueva, que aquí está ordenada por el pueblo en
Constituyente; construyendo la vía venezolana al socialismo, con amplia
participación, en amplias libertades…”
Libertador de conciencias
Tal vez el filósofo español
Miguel de Unamuno tenía razón cuando señalaba que a pesar de esa inquietud
permanente que nos caracteriza en torno a nuestra mortalidad, nuestro deseo de trascender, lo que él llamó
nuestra sed de inmortalidad, sólo puede alcanzarse tal vez por medio de las
huellas que dejamos en los demás. Seguimos viviendo en los demás, en sus vidas,
conciencias, memorias, sentimientos, ideas y prácticas. En ese sentido,
no hay duda que Chávez alcanzó la inmortalidad.
Quien mejor lo resumió
fue la presidente argentina, Cristina Fernández: “El comandante Chávez, el compañero y
amigo, ha entrado definitivamente en la historia. Creo que hombres como Chávez
no mueren, se siembran”. Repitiendo
las palabras de un venezolano con el que acababa de conversar expresó: “Bolívar fue un liberador de pueblos y Chávez un
liberador de mentes”.
“Hombres como Chávez no
se mueren nunca. Vive y vivirá en cada venezolano y venezolana que dejó de ser
invisible y se tornó protagonista. Este hombre les abrió la cabeza. Ya nadie se
las podrá cerrar, jamás”, puntualizó la mandataria argentina.
Efectivamente, Chávez
le transformó la consciencia a su pueblo y, de paso, a sectores significativos
de Nuestra América. Potenció la
refundación constitucional de su país desde el pueblo mismo, quien a partir del
nuevo orden sería el poder constituyente al que se debía de allí en adelante el
poder constituido, es decir, el gobierno.
Sería ese pueblo, cada cual empuñando su copia leída y estudiada de su nueva
carta magna, el protagonista de la historia de Venezuela; ya no la oligarquía
lumpenizada y sus aliados imperiales de Washington. La historia de allí en adelante sería escrita
por las acciones, tanto colectivas como individuales, de ese pueblo y ese
ciudadano soberano, poseedores de una libertad y una igualdad inmanente e
inalienable.
A partir de la
refundación constitucional de Venezuela, adviene la de Bolivia y Ecuador, en lo
que vendrá a conocerse como “el nuevo constitucionalismo latinoamericano”, el
cual dará al traste con el obsoleto modelo liberal heredado de Estados Unidos y
Europa. En una era en que el
neoliberalismo busca silenciar a los pueblos, expropiarle sus medios de vida y
sus posibilidades de bienestar, así como desconocerle sus libertades y
derechos, la revolución bolivariana inauguró otro modo de gobernanza
democrática, ya no sujeta a los dictados del mercado capitalista sino
determinada por la potenciación permanente de un soberano popular que anida en
sus comunas, barrios, comunidades, centros de trabajo y de estudio.
De ahí el gran proyecto
bolivariano de democratizar la sociedad entera, mediante la creación de
consejos comunales, consejos de trabajadores, de estudiantes, de campesinos,
como espacios de participación plena de la ciudadanía en las decisiones sobre
los asuntos comunes. El nuevo Estado
debía estructurarse a partir de un marco horizontal de poder, en que se
descentralizasen y democratizasen plenamente las funciones de la gobernanza
sobre los diversos ámbitos, tanto nacionales como locales, políticos como
económicos.
El socialismo del siglo XXI
En ese contexto, hay
que valorar lo que para la socióloga chilena, Marta Harnecker, constituye el
principal legado de Chávez: haber detenido el avance del neoliberalismo en
nuestra región y haber puesto sobre el tapete la construcción de un modelo
alternativo, de carácter no sólo antineoliberal sino que anticapitalista: el
socialismo del siglo XXI. Al respecto
dice la reconocida intelectual quien colaboró estrechamente con el líder
bolivariano durante casi una década: “Chávez concebía el socialismo como una
nueva existencia colectiva donde reine la igualdad, la libertad, una democracia
verdadera y profunda donde el pueblo tenga el rol protagónico, un sistema
económico centrado en el ser humano y no en la ganancia, una cultura pluralista
y anticonsumista en que el ‘ser’ tenga primacía sobre el ‘tener’.”
Chávez sabía que en
esta “revolución dentro de la revolución”, estaba en última instancia su más
importante legado a su pueblo y a todos los pueblos de Nuestra América. Consciente de ello, sabía que tenía que
“crear para no errar”, es decir, no sucumbir a la tentación de calcar las
agridulces experiencias socialistas del siglo XX, particularmente las europeas,
que las llevaron a la pérdida de su legitimidad ante sus respectivos
pueblos. El socialismo del siglo XXI
tendría que ser una construcción del mismo pueblo o no sería.
De ahí que cuando un
periodista interrogó en estos días a un venezolano en la calle acerca de la
definición de eso que se llama “socialismo del siglo XXI”, éste respondió con
la mayor sabiduría: “El socialismo es el resultado de las acciones concretas
del pueblo venezolano, quien a partir de Chávez es protagonista de su propia
historia. Es producto de cada una de
nuestras acciones cotidianas”. En fin,
parecía que parafraseaba a Marx: la nueva sociedad es el movimiento real que niega y supera el aún prevaleciente modo
capitalista de vida.
Cambiar la situación de fuerzas
Para el logro de lo anterior,
existía un imperativo estratégico: no sólo cambiar la situación de fuerzas al
interior de Venezuela sino que producir su transformación en toda la América
nuestra y, aún más allá, a nivel mundial.
La revolución bolivariana se convirtió así en un referente principal del
impresionante viraje político hacia la izquierda que ha ocurrido en la América
indo-afro-latina en el nuevo siglo XXI:
los gobiernos del Luiz Inácio Da Silva y Dilma Roussef en Brasil, ex
obrero y líder sindical el primero y ex guerrillera urbana la segunda; los
gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, representativos de un peronismo progresista;
el gobierno de Evo Morales Aymá en Bolivia, el primer indígena y líder
socialista en gobernar en su país; los gobiernos de Tabaré Vázquez y José
“Pepe” Mújica en Uruguay, el primero líder progresista del centro-izquierda
Frente Amplio y el segundo exguerrillero tupamaro; el gobierno de Rafael Correa
en Ecuador, un economista progresista que al igual que Chávez en Venezuela y
Morales en Bolivia, realizará la refundación constitucional de su país.
Lula y Kirchner se sumaron a
Chávez para poner fin, en 2005, al principal proyecto de expansión neocolonial
auspiciado por Washington, el Acuerdo de Libre Comercio con las Américas
(ALCA). El objetivo era integrar a la
América toda, de Norte a Sur, bajo la hegemonía de un solo mercado y una sola
economía, la de Estados Unidos de Norteamérica.
En la alternativa, Chávez lanzó desde La Habana, en el 2004, la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y desde la ciudad
venezolana del Puerto La Cruz, en el 2005, Petrocaribe. Son dos iniciativas de integración regional
que agrupan a los países miembros sobre una base de cooperación y solidaridad
que se distancian de las reglas económicas capitalistas bajo las cuales se
acostumbra conducir las relaciones económicas internacionales.
Según Lula, el apasionado
compromiso bolivariano que caracterizó a Chávez a favor de la unidad e
integración de la región en un nuevo y poderoso bloque regional de poder
mundial, llevó a la creación de la Unasur, en el 2008, así como el Banco del
Sur, en el 2009, y la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe
(CELAC), en el 2010. Éstas surgen como
iniciativas alternativas a instituciones llamadas hemisféricas como, por
ejemplo, la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Mundial y el
Banco Interamericano de Desarrollo, las cuales responden a los intereses
hegemónicos de Washington. En cuanto al
actual proceso de integración y unidad regional, el ex mandatario brasileño insiste
en que, gracias a la visión de Chávez “hemos llegado a un punto de no retorno”.
Dentro de lo anterior, habrá que
incluir el ingreso de Venezuela al Mercosur. Al unirse Venezuela al mercado
común integrado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, se ha constituido la
quinta economía mundial.
La inclusión social
Finalmente, entre el
legado más importante dejado por Chávez están sus políticas de inclusión social
de los millones de venezolanos que eran invisibilizados bajo los gobiernos anteriores. Durante sus catorce años al frente del país,
se aumentó el gasto social del gobierno en un 60 por ciento. Producto de ello, el gobierno de Chávez
consiguió sacar del desempleo, la pobreza, la desigualdad, la desnutrición y el
analfabetismo a millones de venezolanos.
La pobreza se redujo en más de la mitad, de un 49.4 por ciento en el
1999 al 20 por ciento en la actualidad.
La pobreza extrema bajó de un 21.7 por ciento en el 1999 a
aproximadamente 7 por ciento en el 2012.
Según el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Venezuela constituye hoy el país de
la región con menos desigualdad, es decir, con la distribución más justa de la
riqueza.
Se erradicó
prácticamente el hambre y la desnutrición, colocando al país al mismo nivel de
países como España, Alemania y Estados Unidos.
Venezuela produce hoy el 71 por ciento de los alimentos que consume,
comparado con un 51 por ciento en 1999. Una reforma agraria ha posibilitado la
distribución de más de 3 millones de hectáreas, incluyendo más de un millón a
los pueblos indígenas.
Se creó un sistema
nacional público para garantizarle a los venezolanos el acceso libre a atención
médica. Como parte de este esfuerzo, se
han construido aproximadamente 8,000 centros de salud a través del país.
Por otra parte, la
UNESCO declaró al país “libre de analfabetismo”.
La economía venezolana
creció el año pasado en un 5.5 por ciento, una de las más altas en las
Américas. Entre
1999 y 2012 se han creado más de cuatro millones de empleos en el país, lo que
ha permitido reducir la tasa de desocupación en más de la mitad, de 15.2 al 6.4 por ciento. La
jornada laboral se redujo a 6 horas diarias y a 36 horas semanales, sin que por
ello se le redujese el salario a los trabajadores. De paso, Venezuela disfruta
del salario mínimo más alto de América Latina –con excepción cualificada del
caso de la dependencia colonial estadounidense de Puerto Rico- habiendo
aumentado éste en más de un 2,000 por ciento entre 1998 y 2012. El 79 por ciento de la población trabajadora recibe
una compensación económica por encima del salario mínimo.
La deuda pública se redujo a un 20% del PIB,
de un 45% del PIB que era en 1998. Bajo
Chávez, Venezuela pagó, con antelación a su vencimiento, la totalidad de su
deuda con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Chávez
vive en su pueblo
De ahí que no debió
sorprender el impresionante duelo masivo de los venezolanos al conocerse el 5
de marzo pasado la noticia del fallecimiento de Chávez a los 58 años de edad.
Las filas kilométricas de miles y miles de personas de todas las condiciones y
todas las edades, para despedirse de su líder, parece que nunca
terminarán. Estarán eternamente
agradecidos a quien le dedicó su vida para que ellos vivieran libre y
dignamente.
Más de 30 jefes de
estado o de gobierno asistieron a Caracas para rendirle un merecido tributo
final, así como representantes de sobre 50 países. Once países decretaron un duelo nacional:
Cuba, República Dominicana, Haití, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Chile,
Brasil, Bolivia Ecuador e Irán.
“¡La batalla continúa, Chávez vive, la lucha
sigue. Hasta la victoria siempre, comandante!”, gritó Maduro al terminar su
discurso en el acto oficial de homenaje, ya que no habrá realmente una
despedida.
Y es que Chávez
finalmente consiguió burlarse de la muerte. Sigue viviendo en su pueblo y en
todos los pueblos de Nuestra América.
crivera@hostos.edu
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