Sin dudas, necesitamos algo más que iglesias
fundamentalistas para mejorar nuestra humanidad. El recién elegido sumo
pontífice no augura distancia de esos fundamentalismos retrógrados.
María del Carmen Culajay / Especial para Con Nuestra América
El cardenal Bergoglio el día de su designación como Obispo de Roma. |
Según las profecías de
Nostradamus y San Malaquías, ahora correspondía que llegara al trono de Pedro
un papa negro. Podría tomarse eso como una metáfora, una parábola a la que son
tan afectos quienes se dedican a estas prácticas adivinatorias, siendo su
verdadero significado un jefe de la iglesia surgido de los sectores más pobres
y oprimidos, contrariamente a la interminable sucesión de papas europeos,
siempre ligados a los poderes fácticos, proviniendo incluso de las juventudes
nazis en algún caso, de espaldas a los más oprimidos, racistas y conservadores.
De ahí que se esperara que en algún momento el sumo pontífice pudiera surgir de
Latinoamérica, o del África, regiones siempre olvidadas, pobres y excluidas.
Pero a quien se eligió ahora no
representa, precisamente, a los sectores pobres y humildes. De negro este nuevo
papa solo tiene la conciencia. “Ojalá el Vaticano valore mi colaboración con la
dictadura”, dicen que dijo Jorge
Bergoglio antes de ser ungido Obispo de Roma, en alusión a su cercanía a la
ultraderecha fascista que gobernó su país natal entre 1976 y 1982 y por la que
esperaba una justa recompensa (el papado, nada menos).
El nuevo papa, bautizado Francisco I, está
ligado a la dictadura de Argentina, la cual tiene el despreciable récord de
30,000 personas desaparecidas en sus años de tiranía, en las que se fijaron las
bases para las políticas neoliberales de destrucción del Estado nacional que
vendrían años después, terminada con una infame e innecesaria guerra contra
Gran Bretaña que costó otras 2,000 vidas de jóvenes soldados, proyectos
políticos todos estos que Bergoglio apoyó abiertamente como funcionario de la
iglesia que representa.
Si alguien esperaba un sumo pontífice que
retomara el mensaje del Concilio Vaticano II, un papa que hablara el lenguaje
de la “opción por los pobres”, hoy ya caída en el olvido dentro de la iglesia
católica, un papa progresista y no digamos ya a la izquierda, todas esas
esperanzas se vieron frustradas. A quien se eligió en esa terrible guerra de
poderes que representan los cónclaves papales fue un jesuita que se permitió
decir en algún momento refiriéndose a la orden a la que pertenece que se debía
“limpiar esa Compañía de jesuitas zurdos”.
El nuevo papa no es negro, pero sí tiene un
historial negro. Declarado amigo y fervoroso simpatizante de dictadores que hoy
purgan prisión por delitos de lesa humanidad, homofóbico, profundamente
conservador, defensor de sacerdotes pederastas, la feligresía católica no tiene
mucho de qué alegrarse con su llegada. Es innegable que el Vaticano se resiste
al más mínimo cambio. Si resistió ya más de dos milenios, es porque su
estructura vertical, inamovible y ultra ortodoxa no permite la más mínima
variación.
¿Y para cuándo la democracia en la iglesia
católica? ¿A qué católico se toma en cuenta para la elección de su jefe máximo?
¿Por qué sólo un grupo de ancianos varones, en general misóginos y homofóbicos,
conservadores y ávidos de poder, eligen a puertas cerradas al papa? ¿Y las
mujeres, qué papel juegan en todo esto? ¿Y los pueblos oprimidos de América
Latina, qué representación tienen ahí? ¿Y los negros?
La pregunta debe llevarnos a cuestionar más de
fondo las prácticas religiosas, o más aún: las instituciones religiosas.
Evidentemente la gente necesita creer en algo, necesita dioses, mitos de qué
agarrarse. ¿Chávez no es ya un nuevo dios? En Cuba, después de décadas de
socialismo, el fervor católico, pero más aún la santería, no dan señales de
desaparecer. Más allá de la religiosidad popular y la necesidad de mitos
(Chávez ya ingresó a ese nivel, así como el Che Guevara, y una vez construido
el mito, anda solo), lo que debe cuestionarse de raíz es la institución
religiosa.
¿Por qué esta permanencia de estructuras casi
militares (¡o más que militares!) que “manejan” la espiritualidad de las
poblaciones? ¿Quién elige a los mandamases de las iglesias? Como toda
institución, las iglesias son conservadoras. O más aún, mucho más que cualquier
otra institución, dado que tienen que resguardar un credo, un dogma intocable,
todas terminan siendo ultra conservadoras, monolíticas, inamovibles. En ese
sentido la CIA fue muy inteligente, porque si le disputó la feligresía a la
Teología de la Liberación en nuestra golpeada Latinoamérica en estos últimos
años, lo supo hacer muy bien: el resultado es que nos inundamos de sectas
evangélicas descentralizadas, mientras que la iglesia católica sigue pensando
en la contracepción y resistiéndose a cualquier cambio. La elección de este
papa de la dictadura argentina lo confirma. Las sectas neopentecostales, por el
contrario, no paran de crecer…. ¡Y no necesitan de jefe supremo!
Que las instituciones religiosas son vía
muerta lo demuestra lo que acaba de suceder con el presidente de Irán, Mahmud
Ahmadineyad: ahora la jerarquía de su iglesia lo cuestiona porque… ¡tocó en
público a una mujer que no era de su círculo cercano! (para el caso: la madre
del fallecido presidente Hugo Chávez durante sus exequias). Sin dudas,
necesitamos algo más que iglesias fundamentalistas para mejorar nuestra humanidad.
El recién elegido sumo pontífice no augura distancia de esos fundamentalismos
retrógrados.
La elección de un papa que de negro tiene sólo
su pasado no es una buena noticia para quienes ansiamos algún cambio. Y no hay
ninguna duda que…. ¡se necesitan cambios!
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