sábado, 16 de marzo de 2013

Las retóricas de la confrontación

Una reflexión sobre la necesidad de cultivar el diálogo en nuestras sociedades, para abrir desde ahora el camino a un tiempo mejor.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

En su libro The Rethorics of Reaction. Perversity, futility, jeopardy*, Albert Hirschman hace suya la tesis de la existencia de tres momentos de acción transformadora de la moderna sociedad liberal –primero, la institución de la ciudadanía civil, en el siglo XVIII; segunda, la institución de la ciudadanía política en el siglo XIX, y por último, la del Estado benefactor, en el siglo XX.  A cada uno de esos momentos de acción progresista, agrega, siguió uno de reacción conservadora.

El primero se opuso a la afirmación de la igualdad antes ley y de los derechos civiles en general (en Panamá, la esclavitud sólo vino a ser abolida en 1851). El segundo se opuso a la universalización del sufragio (en Panamá, sólo se extendió a una parte de las mujeres a partir de 1940). El tercero desplegó (y mantiene) una activa crítica al Estado benefactor, acompañada de un constante esfuerzo por deshacer o reformar algunas de sus medidas (como viene ocurriendo en Panamá de 1980 a nuestros días).

Cada uno de esos momentos de reacción, además, desplegó un estilo de argumentación y una retórica característica. A lo largo del tiempo, esos estilos se fusionaron en una retórica de la reacción que, al decir de Hirhsman, utiliza tres tesis principales para oponer resistencia al cambio:

1.   La tesis de la perversidad, o del efecto perverso, según la cual “toda acción deliberada para mejorar algún rasgo del orden político, social o económico sólo sirve para exacerbar la condición que se desea remediar. Así, “Las tentativa de alcanzar la libertad harán que la sociedad se hunda en la esclavitud, la búsqueda de la democracia producirá oligarquía y tiranía, y los programas de seguridad social crearán más y no menos pobres. Todo es contraproducente.”

2.   La tesis de la futilidad, según la cual “las tentativas de transformación social serán inválidas”, pues terminarán por ser capaces de hacer mella en el orden establecido. Así, “la tentativa de cambio es abortiva, [pues] de una manera u otra todo pretendido cambio es, fue o será en gran medida de superficie, de fachada, cosmético, y por tanto ilusorio, pues las estructuras “profundas” de la sociedad permanecen intactas”. Y, finalmente,

3.   La tesis del riesgo, según la cual “el costo del cambio o reforma propuesto es demasiado alto, dado que pone en peligro algún logro previo y apreciado”. Así, “el cambio propuesta, aunque acaso deseable en sí mismo, implica costos o consecuencia de uno u otro tipo inaceptables.”

Hirschman explora en profundidad y detalle las estructuras mentales y los procedimientos argumentales que subyacen a esta retórica de la reacción, siempre en busca de los medios más adecuados para promover un debate realmente democrático. En esa búsqueda, aborda a su vez los problemas que plantea la confrontación entre las retóricas reaccionaria y progresista para la formación de verdadero consenso en tiempos de crisis. Al respecto, contrasta ambas retóricas a partir de los siguientes ejemplos de contra – argumentación:

1.   La posición reaccionaria plantea que la acción prevista “traerá consecuencias desastrosas”, mientras la progresista arguye que no llevar a cabo la acción prevista traerá consecuencias desastrosas.

2.   La posición reaccionaria plantea que la nueva reforma pondrá en riesgo la anterior, y la progresista arguye que la nueva y la vieja reforma se reforzarán mutuamente. Y, finalmente,

3.   Si la posición reaccionaria plantea que la acción prevista “intenta cambiar unas características estructurales (“leyes”) del orden social [y] está destinada por tanto consiguiente a ser enteramente inefectiva, fútil”, la posición progresista arguye que la acción prevista “está respaldada por poderosas fuerzas históricas que están ya “en marcha” [y] oponerse a ellas sería profundamente fútil”.

“Una vez demostrada la existencia de estas parejas de argumentos”, añade Hirshman,

Las tesis reaccionarias se degradan, por decirlo así: se tornan, junto con sus contrapartidas progresistas, en simples afirmaciones extremas de una serie de debates imaginarios muy polarizados. De esta manera quedan efectivamente expuestas como casos límite, que necesitan a fondo, en la mayoría de las circunstancias, ser calificados, mitigados o enmendados de alguna otra manera.

En todo caso, concluye,

Los modernos regímenes pluralistas aparecieron típicamente […] no debido a algún amplio consenso persistente en los “valores básicos”, sino más bien debido a que diversos grupos que habían estado agarrándose mutuamente el pescuezo durante un período prolongado tuvieron que reconocer su mutua incapacidad de dominar. La tolerancia y la aceptación del pluralismo resultaron de un empate entre grupos opuestos acerbamente hostiles.

El problema, por tanto, consiste en llegar desde los conflictos de la realidad efectivamente existente -y no a pesar de ellos- a una situación en la cual “un régimen democrático alcanza la legitimidad en la medida en que sus decisiones resultan de una deliberación plena y abierta entre sus principales grupos, cuerpos y representantes.”

Para pasar de la confrontación al diálogo de sordos, y de allí al consenso, concluye, conviene reconocer a tiempo las señales de riesgo que presentan “argumentos que son en efecto invenciones hechas específicamente para hacer imposible el diálogo y la deliberación.”  Tarea nada fácil en todas y cada una de las sociedades de nuestro tiempo, pero imprescindible si acaso queremos abrir desde ahora el camino a un tiempo mejor.

Panamá, octubre 2008 / marzo 2013


* Hay una edición en español, del Fondo de Cultura Económica (México, 1991), con el título Retóricas de la Intransigencia. El cambio de palabras en el título es en sí mismo un tributo a la cultura política que llevó al poder a Carlos Salinas de Gortari en aquel país.

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