Si los retos son inmensos, las
circunstancias actuales podrían ser propicias. El proceso de paz colombiano, en
el cual Cuba juega un papel fundamental como sede y actor político; el rol de
La Habana en las negociaciones internas del PSUV venezolano; visitas cada vez
más frecuentes de jefes de Estado de América del Sur; y el ejercicio muy
emblemático de la presidencia pro témpore de la CELAC (aquella OEA sin EE.UU.),
vuelven a dar un singular protagonismo político a la isla.
Guillaume
Long / El Telégrafo (Ecuador)
Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, nuevo vicepresidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros. |
La apertura de la VIII Legislatura de la
Asamblea Nacional del Poder Popular, el órgano legislativo de la República de
Cuba, confirma un camino de cambios trascendentales para el futuro de la isla.
La clausura de la anterior legislatura,
en diciembre, fue marcada por la reiteración de las reformas económicas
planteadas en el VI Congreso del Partido Comunista: el otorgamiento de 400.000
licencias para la apertura de negocios propios, la creación de cooperativas
privadas, el alquiler de locales estatales a privados, y reformas en las
empresas del Estado para volverlas más eficientes. Pero el tono de la
reapertura de la Asamblea fue sin duda de carácter político.
Raúl Castro confirmó lo largamente
especulado: este será su último período como mandatario. Habló, además, de
reformar la Constitución para “limitar a un máximo de dos períodos consecutivos
de cinco años el desempeño de los principales cargos del Estado y del Gobierno
y establecer edades máximas para ocupar esas responsabilidades”. Gran parte de
su discurso, de hecho, estuvo dedicado a la necesidad de entregar el poder político
a una nueva generación.
En este sentido, no deja de ser
llamativo el nombramiento del ex ministro de Educación Superior, Miguel
Díaz-Canel Bermúdez, como Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y Primer
Vicepresidente del Consejo de Ministros; es decir, como número 2 del Gobierno
cubano. Díaz-Canel, nacido en 1960, es el primer cuadro, nacido después del
triunfo de la Revolución, en ostentar estos cargos.
Raúl, evidentemente, se rehusó a mandar
una señal de aperturismo a lo ruso: “A mí no me eligieron Presidente para
restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la Revolución. Fui elegido
para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para
destruirlo”, señaló. Pero el hablar de referendos, de cambios constitucionales
y generacionales, devela una transición real y multidimensional en la isla. La
reciente entrega del Premio Nacional de Literatura de 2012 a Leonardo Padura,
un crítico descarnado del sistema, debe leerse, entre muchas otras señales
simbólicas, en ese sentido.
Los retos son múltiples. ¿Cómo alentar
un sistema económico mixto, sin que se ahonden contradicciones y desigualdades
cada vez más patentes, contrarrestando la reaparición, desde el Período
Especial, de grandes penurias sociales? La respuesta de Raúl fue rotunda: la
economía; “sin terapias de choque contra el pueblo (…), superando la barrera
del inmovilismo y la mentalidad obsoleta en favor de desatar los nudos que
frenan el desarrollo de las fuerzas productivas, o sea, el avance de la
economía como cimiento imprescindible para afianzar, entre otras esferas, los
logros sociales de la Revolución en la educación, la salud pública, la cultura
y el deporte, que debieran ser derechos humanos fundamentales y no un negocio
particular”. No podría quedar más claro.
Si los retos son inmensos, las
circunstancias actuales podrían ser propicias. El proceso de paz colombiano, en
el cual Cuba juega un papel fundamental como sede y actor político; el rol de
La Habana en las negociaciones internas del PSUV venezolano; visitas cada vez
más frecuentes de jefes de Estado de América del Sur; y el ejercicio muy emblemático
de la presidencia pro témpore de la CELAC
(aquella OEA sin EE.UU.), vuelven a dar un singular protagonismo
político a la isla.
La condonación, la semana pasada, de
parte de la deuda con Rusia, le da, asimismo, algo de respiro económico a una
Cuba que necesita aliados firmes en una transformación política y económica
llena de complejidades.
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