Sin duda alguna Hugo Chávez Frías va a
ser uno de los políticos latinoamericanos más influyentes del siglo XXI.
Negarle este estatus, no importa qué ideología política se tenga, sería una
miopía histórica y, sobre todo, humana.
Luis
Pulido Ritter* / Especial para Con Nuestra América
Desde Berlín, Alemania
Este hombre, nacido en los llanos
venezolanos, de padres maestros (¿algún parecido con el General Omar Torrijos
Herrera?), representa para mí lo más controversial y paradójico de la cultura
latinoamericana, la proyección de una cosmogonía religiosa y popular, donde se ha
fusionado el ritual y la esperanza, el socialismo, el populismo y el
caudillismo tan propio de Latinoamérica. Es una expresión tardía, quizá
posmoderna (por todos los elementos sociales y culturales que se fusionan en su
personalidad), de una cultura política en Venezuela que, a partir de 1958,
había renunciado al caudillismo y al populismo, a la redención y la esperanza,
a la fe y a la tradición fundadora, por la existencia de un sistema político
que institucionalizó el bipartidismo, un sistema que terminó degenerando en la
corrupción y la pérdida de legitimidad de una llamada voluntad popular
(traicionada) que representaban sus grises elegidos: un sistema sin mandato y
sin carisma. Y si el “socialismo real” tuvo su caída del muro en octubre y
noviembre de 1989, los venezolanos ya habían tenido su caracazo en febrero del
mismo año, cuando se pone de relieve el gran malestar popular que sería la
antesala del surgimiento de Chávez en 1992 con la intentona golpista.
Hacer una lectura de Chávez no es
simple. No es un caudillo de vieja cuña, aunque tenga un perfil autoritario,
que, por cierto, legitimó a través de elecciones. Fueron veinte consultas
populares las que hizo en su período. Independientemente de si Chávez ha podido
reunir a una izquierda venezolana y, además, latinoamericana, en torno a su
proyecto Socialismo del Siglo XXI, proyecto que, aparte del subsidio económico
del estado (sin alterar el capitalismo), ha consistido en un verdadera
movilización de lo popular, lo que ha demostrado Chávez (entre otras cosas) es
la fuerza del carisma en el continente, un carisma que se basa en la
personificación de una redención, en un elegido que, con destreza (algunos
dirán: oportunismo), ha sabido interpretar las esperanzas de los de abajo, de
una cultura popular que no ve con malos ojos la explosiva relación de un cierto
autoritarismo con la generosidad.
Pero me parece que para tratar de
comprender a Chávez, su capacidad de movilización, su carisma, lo que
representaba en la cultura popular, sería quizá pertinente leer un cuento del
escritor venezolano, Arturo Uslar Pietri, La
LLuvia, donde se narra la sequía en una región venezolana: Chávez, el nuevo
profeta redentor – el niño – que se levanta de las ruinas de un sistema
desprestigiado, la sequía, signifícó para muchos precisamente la lluvia que
remojó la esperanza de millones de venezolanos para y por una vida mejor, a
pesar de todos los errores que tuvo y pudo haber tenido en su paso por el
“reino de este mundo”, como diría Alejo Carpentier.
Ha muerto un hombre pero ha nacido un
ícono.
* Luis Pulido Ritter, intelectual
panameño, se incorpora como colaborador de Con
Nuestra América. Doctor en Filosofía y
Sociología por la Universidad Libre de Berlín. Ha publicado tres novelas,
Recuerdo Panamá (Madrid: 1998; Panamá 2007), Sueño Americano (Barcelona: 2000)
y ¿De qué mundo vienes? (Colombia: 2008). También ha publicado poesía con
Matamoscas (Berlín: 1999) y El Mar (París: 2011). Es redactor asociado de la Estrella de Panamá y docente de literatura y
culturas latinoamericanas tanto en universidades alemanas como panameñas. Es
investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena
(CELA), Panamá, y miembro del consejo científico de la revista Intercambio,
Universidad de Costa Rica/CIICLA.
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