Se nombra a un Papa
latinoamericano de amplios antecedentes reaccionarios, en un momento en que
Latinoamérica es la región en donde el antineoliberalismo es más pronunciado y
en donde se han observado grandes movimientos sociales y políticos que han
culminado en una oleada de gobiernos progresistas.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El internet y los
grandes medios electrónicos nos han inundado en las últimas semanas de noticias
que son elocuentes acerca de la modestia y sencillez en el trato del Papa Francisco.
El periódico argentino La Nación nos ha llenado de las anécdotas sobre su
carácter llano y bonachón, de su propensión a usar el servicio colectivo de
transporte, de su falta de solemnidad para hablar con los periodistas con los cuales se ha entrevistado, de su
visita en su lecho de enfermo al anciano bibliotecario del Vaticano. Se ha celebrado hasta que ha usado una pulsera amarilla que le regaló un
cardenal sudafricano durante uno de los
actos protocolarios. Y se ha destacado
que eligió el nombre de Francisco para
recordar a San Francisco de Asís el apóstol de los pobres y de la paz. “Como me gustaría una iglesia pobre y para los pobres” ha dicho Francisco y
eso se ha celebrado con bombos y platillos.
Estamos pues ante una
ofensiva mediática que busca proyectar una imagen del Papa que no se condice
con su controversial pasado y las acusaciones que ha recibido: un hombre al
servicio del genocida Emilio Massera, militante de la ultraderechista “Guardia de Hierro”,
indiferente ante la suerte de las víctimas de la desaparición forzada y de sus propios compañeros jesuitas que
fueron reprimidos por la dictadura argentina. No es una sorpresa que un alto
prelado de la iglesia católica argentina reciba tales señalamientos. No fueron
pocos los jerarcas y sacerdotes católicos argentinos que fueron cómplices
activos en la represión. Uno de los más conocidos fue el cardenal Raúl Primatesta, durante 33
años Arzobispo de Córdoba. No fueron pocas las ocasiones en los que sacerdotes
católicos argentinos violaron el secreto de confesión para denunciar a
militantes revolucionarios ante los órganos represivos; tampoco lo fueron las
veces en que sacerdotes participaron en las sesiones de tortura a las víctimas
de la desaparición forzada. Es ya un lugar común la complicidad criminal de la
iglesia católica argentina con el genocidio en dicho país.
Cualquier analista
atento, puede barruntar el sentido del nombramiento de un Papa latinoamericano
en el momento actual. Lo han hecho ya Julio C. Gambina y Horacio Verbitsky en
Argentina, Rafael Cuevas Molina en Costa Rica, Raúl Zibechi en Uruguay. Se
nombra a un Papa latinoamericano de amplios antecedentes reaccionarios, en un
momento en que Latinoamérica es la región en donde el antineoliberalismo es más
pronunciado y en donde se han observado grandes movimientos sociales y
políticos que han culminado en una oleada de gobiernos progresistas. No se
trataría solamente de reconocer que el 42% de los católicos se encuentra en
Latinoamérica, sino de una vasta operación para contrarrestar la crisis
hegemónica neoliberal en la región. La alegría reaccionaria no se ha demorado,
empezando por los 44 acusados en el juicio por delitos contra la humanidad en
Argentina cometidos en el campo de exterminio de La Perla. Todos ellos aparecen
sonrientes con un moño amarillo celebrando la designación de Bergoglio como el
Papa Francisco.
Es necesario destacar
que el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y el defenestrado teólogo
de la liberación Leonardo Boff, le han dado al papa Francisco, el beneficio de
la duda. Boff ha dicho que acaso Bergoglio
haya sido más liberal de lo que parecía pero que actuó como un
fundamentalista porque era un subordinado. Pero abundan los ejemplos de altos
prelados que han actuado en sentido contrario: Oscar Arnulfo Romero en El
Salvador, Raúl Silva Enríquez en Chile,
Juan Gerardi en Guatemala, Sergio Méndez Arceo en México y muchos otros más.
Ojalá me equivoque.
Pero hoy, el Papa Francisco parece un
viejo vino en un odre nuevo.
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