Mi
pluma se detuvo con su respiración. Los dedos no atinaban a golpear las teclas,
las palabras no brotaban, el tiempo parecía suspendido en su infinito, no por
esperada la noticia, fue menos duro el mazazo que golpeó lo más entrañable del
sentimiento y nos hizo sentir el dolor como sólo los revolucionarios sabemos
sentirlo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
El
estupor dio paso a la conciencia, al intento de atisbar una explicación, a
tratar de imaginar el futuro en su ausencia y de verdad resulta difícil, muy
difícil. Del sentimiento humano del hermano que no estará, al vacío político
que deja y del dolor por su alejamiento a la deformación profesional de pensar
las relaciones internacionales y la política exterior desde la distancia que ha
tomado para que sean otros los que la ejecuten, me he visto conminado a
expresar mi sentimiento acerca del Hugo Chávez, hombre universal que se nos
fue.
Pero
no quiero hablar en esta ocasión del estadista, que fue reverenciado por 54
delegaciones gubernamentales y por 32 jefes de Estado que estuvieron presentes
en sus honras fúnebres, sino por los millones de ciudadanos y ciudadanas del
mundo que en todos los rincones del planeta se sintieron conmovidos al sentirse
protagonistas de la obra del comandante Chávez. Los ejemplos brotan por
centenas, referiremos algunos que recuerdan significativos momentos vividos.
En
diciembre pasado fui invitado por el Diario
del Pueblo de la República Popular China a visitar ese grandioso país. En
uno de los recorridos, yendo de Suzhou a Shanghai paramos a almorzar en
Zhouzhuang, pequeño poblado vinculado a través de canales que sirven de vías de
comunicación. En la llamada “Venecia de China”
me acerqué a un pequeño puesto de
venta de artesanías y te. Al verme, el anciano que atendía su comercio me preguntó
–a través del traductor- de dónde venía, le contesté: “de Venezuela”. Esta vez
no hubo necesidad de traducción. Su repuesta fue clara. “Chávez” y una sonrisa
asomó a su cara surcada de arrugas.
Recuerdo
mi visita a Argelia hace tres años invitado a dar un par de conferencias a la
Academia Diplomática de ese país. En el momento de mi salida cuando hacía la
fila para hacer los trámites migratorios, un oficial revisaba los documentos.
Al reparar en mi pasaporte venezolano me dijo “Venezuela, Chávez” y me hizo
pasar por la fila preferencial reservada
a los diplomáticos.
Un
amigo francés me contaba que su hermana, acostumbrada a viajar a lugares
exóticos, decidió conocer Kirguistán, país montañoso del Asia Central de
alrededor de 200 mil kilómetros cuadrados y poco más de 5 millones de
habitantes. Su economía gira en torno a
la producción agrícola y ganadera. La visitante europea llegó a Biskek, la
capital, y de inmediato se trasladó vía terrestre a un pequeño poblado situado
a más de 4000 metros de altitud distante unas 6 horas de la urbe a la que había
arribado, se adentró en un mercado de animales en el que se comerciaban reses,
ovejas y caballos. Con absoluto estupor
descubrió que uno de los campesinos que vendía su ganado, portaba
orgullosamente una franela en la que se leía “Chávez. 10 millones”.
Hace
un mes, en Ciudad de México, tomé un taxi para ir al aeropuerto. El conductor
al escuchar mi voz, me dijo “Usted es de Venezuela, ¿cómo está el presidente
Chávez?” Y a continuación como una
exhalación expresó con vehemencia “…que mala suerte la de México. Chávez debió
haber nacido aquí. Los pobres no estaríamos mal”.
Un
par de días atrás, encontrándome en el Hotel Alba con un grupo de amigos
colombianos que vinieron a las exequias del Comandante, se nos acercó un hombre
de unos 45 años, serio, circunspecto, quería conversar, indagaba acerca de cómo
nos sentíamos y cómo vivíamos el momento. Nos dijo que se llama Carlos
Andrada, que es de Villa María, una
pequeña ciudad cercana a Córdoba en Argentina, trabaja como maestro de
educación física en un bachillerato en su ciudad. Relató que regresaba del
trabajo la tarde del martes 5, cuando escuchó en la radio de su carro la
infausta noticia del fallecimiento del presidente Chávez. No tuvo dudas, la
determinación fue inmediata, se comunicó a una agencia de viajes solicitando un
boleto a Caracas para el día siguiente. No le importó que le costara el
equivalente a un sueldo mensual. Quería dar también su adiós al Comandante.
Pensó que los hijos de San Martín y Bolívar debían igualmente marchar unidos a
dar el postrer homenaje a quien había amado por igual a las dos tierras de la
Patria Grande… y así lo hizo…caminó 22 horas hasta llegar a la Academia Militar
donde realizó su anónimo tributo al hombre que yacía para la posteridad.
Son
sólo algunos ejemplos que hacen patente la acción del Comandante Chávez en las
más distantes y distintas latitudes y longitudes del planeta, aunque desde hace
algunos años, pueblos humildes de diferentes países habían tomado su nombre
para consagrarlo ante la historia.
Hoy,
las 700 familias del barrio que lleva su nombre en Engativá al occidente de
Bogotá no escatiman para manifestar su tristeza y deseo de rendirle
homenaje, y recorren apesadumbrados el
barrio que “el Comandante nunca pudo conocer”. Sus calles y casas se han
llenado de flores, banderas a media asta, fotos
y carteles con las frases “Comandante, tú no has muerto”, así mismo han
celebrado una misa por el alma del presidente Chávez como reseña Radio Caracol
de Bogotá.
Otro
tanto, ocurre en Managua, Nicaragua, las calles polvorientas del barrio que lleva
el nombre del líder venezolano no esconden su dolor, pero también el orgullo de
vivir en un lugar que se llama Barrio
Hugo Chávez. Situado a orillas del Lago de Managua, al
costado de la ruta al aeropuerto internacional Augusto C. Sandino, en el barrio
viven 564 familias que hace doce años ocuparon un terreno baldío y levantaron
precarias viviendas.
Así
mismo, ya en enero de 2009 la figura del presidente venezolano
había llegado al Medio Oriente cuando una aldea del norte de Líbano cambió el
nombre de una de sus calles, bautizándola "Hugo Chávez". En la
ocasión Mohamed Webhe alcalde de Bireh
la localidad de 17 mil habitantes que tomó tal decisión manifestó que "Es
lo menos que podemos hacer por ese gran hombre que hizo revivir la esperanza en
nuestros corazones y tomó una revancha en nuestro nombre frente a la entidad
sionista”. Agregó que se trata de un gesto destinado a "honrarlo y a
levantarnos el ánimo".
De la misma
manera será bautizada una calle en Cisjordania, Palestina. El alcalde del pueblo
Fawzi Abid explicó que "El deceso de Chávez es una pérdida para todo
el mundo y para el pueblo palestino en particular, porque fue un gran apoyo
(para la defensa) de los derechos palestinos”.
La diplomacia de los
pueblos de la que habló el presidente ha estado presente y se ha puesto en
funcionamiento. Con ella el Comandante se sentía a gusto. La posibilidad de
intercambiar de manera directa se puso de manifiesto en cada viaje al
extranjero. Lo vimos conversando con los habitantes de Santa Marta en Colombia,
recibiendo la bienvenida musical y compartiendo con el pueblo de Malabo en
Guinea Ecuatorial o corriendo junto al pueblo haitiano cuando visitara Puerto
Príncipe en marzo de 2007. Además de las relaciones gubernamentales, ese
contacto directo con el pueblo era la manera como se realizaba la política
internacional de su gobierno.
Finalizo contando una
anécdota de cuando trabajé como Director de Relaciones Internacionales en la
presidencia. Un noche muy tarde, ya en la madrugada, el presidente Chávez y su
comitiva llegamos a Asunción, Paraguay en visita oficial durante el gobierno
del presidente Nicanor Duarte. Por lo avanzado de la hora, nos dirigimos
directamente al hotel donde nos hospedaríamos. A la llegada al mismo, el
Presidente vio a dos niños que no superaban los 10 años en la puerta del hotel.
Después supimos que eran hermanos. Se acercó a ellos y les preguntó porqué estaban ahí a esa hora.
Los niños contestaron que no habían comido. De inmediato ordenó que trajeran
alimentos y se puso a conversar con ellos. Los interrogó sobre su casa, sus
padres, si estudiaban, hasta que después de un largo rato, instruyó que los
llevaran a su casa y se preocuparan de su atención.
Pasaron unos meses y
volvimos a Asunción, esta vez a una reunión Cumbre de Mercosur. Nuevamente
llegamos en horas de la madrugada y, otra vez al arribar al hotel estaban los
mismos niños que lo llamaron “Chávez, Chávez”. El presidente reparó en ellos y
se acercó de nuevo con la idea de increparlos por estar fuera de su casa a tal
hora. Les preguntó ¿qué hacen aquí? ¿No han comido? Ellos le respondieron.
“Hemos comido todos los días desde que viniste la vez anterior. Ahora vinimos a
saludarte porque sabíamos que venías al Paraguay”.
sergioro07@hotmail.com
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