El Tribunal que juzga al general
retirado se encuentra entre la espada y la pared, porque sus miembros tienen
permanentemente en riesgo su vida y la de sus familiares. Es un verdadero acto
de valor el tratar de hacer cumplir las leyes en ese ambiente de hostilidad
constante, en el que puede suceder cualquier cosa.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El general Ríos Montt en el inicio del juicio en que se le acusa de genocidio. |
Juzgar al ex general Efraín Ríos Montt,
acusado de genocidio en Guatemala, es una labor titánica contra viento y marea.
No se trata solamente de los constantes obstáculos que pone el equipo jurídico
que lo defiende para retrasar el juicio sino, en general, de lo que significa
llevar adelante un proceso de este tipo en un ambiente de hostilidad de
sectores de la población que no han entendido, y parece que nunca entenderán,
lo que es un estado de derecho, y las consecuencias que acarrea violar los
principios de convivencia a los que tanto esfuerzo ha ido arribando la
humanidad.
En efecto, en Guatemala hay un amplio
sector social que piensa que lo que se está llevando a cabo con el juicio al ex
general Ríos Montt no es más que una simple venganza. En este sentido,
consideran que juicios como el de Núremberg, en el que se juzgó a algunos de
los principales cabecillas del régimen nazi, no fue más que una venganza de los
judíos.
La venganza contra el ex general Ríos
Montt tendría, sin embargo, el agravante de que es llevado a cabo por personas
y agrupaciones sin valor moral. Quienes tratan de vengarse a través del juicio
que se le sigue, no serían sino resentidos sociales que buscaron llevar al país
a una situación de entrega al comunismo internacional y que, habiendo sido
derrotados por el ejército que el ex general comandaba, no tienen otro camino
para resarcir su frustración que cebarse en la figura del anciano.
Estando próximos a los días en los que
la Iglesia Católica celebra la pasión y muerte de Jesucristo, algunos hacen un
paralelo entre ambos. Consideran que lo que el señor antiguo presidente de
facto sufre no es más que un martirio en su propio Calvario, que será juzgado
por fariseos, es decir personas de doble moral, y que su condena está
predeterminada a priori, porque la presión a la que está sometido el tribunal
que lo juzga por parte de organizaciones de derechos humanos, financiadas desde
el exterior, es insoportable.
Pide, este grupo social que respalda a
Ríos Montt, que sean juzgados y condenados, también, los de “la otra parte”, es
decir, los que ellos llaman “los guerrilleros”, a los que acusan de iguales o
peores fechorías.
Este sector de la sociedad guatemalteca
que defiende al ex general es heredero de una mentalidad intolerante y, por la
tanto, excluyente y violenta, que fue la que imposibilitó que quienes pensaban
de forma diferente a ellos pudieran expresarse de forma abierta, fueran
perseguidos hasta la muerte, y se vieran compelidos a buscar otras formas de
oposición al estado de cosas con el que no estaban de acuerdo en los años en el
que el ex general gobernó.
Este sector, además, relativamente aggiornado por las actuales
circunstancias políticas mundiales, no ha cesado de buscar los subterfugios que
le permitan seguir marginando y excluyendo a quienes no piensan como él.
La llegada al gobierno del ex general
Otto Pérez Molina lo ha envalentonado, y eso ha provocado que se sucedan una
serie de acontecimientos que recuerdan los de esos años de persecución y miedo.
Es así como en la protesta en el
noroccidental Totonicapán, ante protesta pacífica de los vecinos, las
autoridades respondieron de forma tal que mataron a seis de los manifestantes.
Asimismo, han sido muertos activistas del movimiento campesino sin que el
gobierno tome las medidas necesarias para que se esclarezcan los hechos.
Esto crea en el país un ambiente de
hostilidad y miedo, de amenaza y temor. Se trata de una verdadera cultura de la violencia que parece no
cejar nunca, que es continuamente alimentada por una situación estructural
terriblemente inequitable, que la necesita para mantener reprimido todo intento
que abogue por un estado de cosas diferente.
En este contexto, quien se encuentra
prácticamente contra la pared es el tribunal que juzga al general retirado,
porque sus miembros tienen permanentemente en riesgo su vida y la de sus
familiares. Como se puede deducir, es un verdadero acto de valor el tratar de
hacer cumplir las leyes en ese ambiente de hostilidad constante, en el que en
cualquier momento puede suceder cualquier cosa.
Exhibiendo Guatemala algunos de los
peores indicadores sociales de América Latina. Siendo este un país en el que,
en pleno siglo XXI, sigue habiendo muertes por hambre. Teniendo, como tiene, a
tan amplio contingente de su población en situación de bárbara explotación y
marginalidad, no sería extraño que, en cualquier momento, volviera a haber un
estallido social como el que se sucedió cuando el ex general Ríos Montt montó
en cólera y, a mandobles, quiso poner a cada uno en el sitio que la historia le
había asignado desde la colonia.
Los sectores dominantes guatemaltecos,
que no son solamente los más poderosos económicamente, como los de las cámaras
empresariales, sino un amplio contingente de sectores urbanos que ven amenazado
su modo de vida en el que su
condición “racial” los coloca, en
alianza con grupos del área rural cooptados durante los años de la guerra
(1960-1996), se han quedado estancados en un modelo que, tarde o temprano, los
llevara a la bancarrota. Se atrincheran en él y desde él lanzan diatribas. Han
transformado a Guatemala en un islote de atraso, intolerancia y violencia.
Juzgar a alguien como Ríos Montt, por lo
tanto, tiene una carga especial en un país como Guatemala. Se trata de un
episodio más, muy importante pero un episodio más, en la larga lucha por la
justicia social, económica, política y cultural en el país.
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