Escritor y político, fue un verdadero
visionario que combatió como pocos el imperialismo, además de trabajar por la
reunificación latinoamericana y el socialismo.
Norberto
Galasso / Tiempo Argentino
Manuel Ugarte |
El Mercosur, el Alba, la Unasur, la
frustración del ALCA, la CELAC y la agonía de la OEA nos indican que estamos,
como nunca antes, en el camino hacia la reunificación latinoamericana, es
decir, en la concreción del proyecto de la Patria Grande que sustentaron, entre
otros, Bolívar y San Martín.
Por eso es interesante recordar que, en
el diario El País, el 9 de noviembre
de 1901, un joven de 26 años escribía lo siguiente: "A todos estos países
no los separa ningún antagonismo fundamental. Nuestro territorio fraccionado
presenta, a pesar de todo, más unidad que muchas naciones de Europa. Entre las
dos repúblicas más opuestas de la América Latina, hay menos diferencia y menos
hostilidad que entre dos provincias de España o dos estados de Austria.
Nuestras divisiones son puramente políticas y por tanto, convencionales. Los
antagonismos, si los hay, datan apenas de algunos años y más que entre los pueblos,
son entre los gobiernos. De modo que no habría obstáculo serio para la
fraternidad y la coordinación de países que marchan por el mismo camino hacia
el mismo ideal. Sólo los Estados Unidos del Sur pueden contrabalancear en
fuerza a los del Norte. Y esa unificación no es un sueño imposible".
Señalaba, también: "El acuerdo se establecería, por voluntad
colectiva" y "la primera medida de defensa sería el establecimiento
de comunicaciones entre los diferentes países de la América Latina.
Actualmente, los grandes diarios nos dan, día a día, detalles a menudo
insignificantes de lo que pasa en París, Londres o Viena y nos dejan, casi
siempre, ignorar la evolución del espíritu en Quito, Bogotá o México. Estamos
al cabo de la política europea, pero ignoramos el nombre del presidente de
Guatemala..." Y finalizaba, sosteniendo: "La concentración de las
fortunas y el aumento de los monopolios tienen que provocar en Estados Unidos,
quizás antes que en Europa, esos grandes conflictos económicos que todos han
previsto. Estados Unidos soporta un antagonismo de razas que, bien utilizado,
por un adversario inteligente, puede debilitarlo mucho." El autor del
artículo se llamaba Manuel Baldomero Ugarte y había nacido el 27 de febrero de 1875.
En el mismo diario, 20 días antes –el
19/10/1901– había denunciado "El peligro yanqui", ante el cual
"la prudencia más elemental aconsejaría hacer causa común con el primer
atacado. Somos débiles y sólo podemos mantenernos apoyándonos los unos sobre
los otros. La única defensa de los quince gemelos contra la rapacidad es la
solidaridad." Y agregaba: "Hay que desechar toda hipótesis de lucha
armada. Las conquistas modernas difieren de las antiguas en que sólo se
sancionan por medio de las armas cuando ya están realizadas económica o políticamente.
Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo período de
infiltración o hegemonía industrial capitalista y de costumbres, que roe la
armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el prestigio del futuro
invasor... El partido que gobierna en Estados Unidos se ha hecho una plataforma
del 'imperialismo'... Los asuntos públicos están en manos de una aristocracia
del dinero formada por grandes especuladores que organizan trusts y exigen
nuevas comarcas donde extender su actividad. De allí el deseo de expansión...
Se atribuyen cierto derecho 'fraternal' de protección que disimula la
conquista... Hasta los espíritus más elevados que no atribuyen gran importancia
a las fronteras y sueñan con una completa reconciliación de los hombres, deben
tender a combatir en la América Latina la influencia creciente de la América
sajona." Explicaba, asimismo, que el nacionalismo tiene carácter
reaccionario cuando resulta la expresión avasallante del capitalismo en función
conquistadora de colonias, pero tiene un carácter progresivo en las colonias y
semicolonias, donde la reivindicación primaria es la liberación nacional y
finalizaba afirmando: "Los grandes imperios son la negación de la
libertad".
Por entonces, este joven pretendió
deslumbrar a una muchacha porteña de 'familia bian' y ajena a la política,
diciéndole: –Tengo tres objetivos por los cuales lucharé toda mi vida: el
antiimperialismo –contra Estados Unidos u otro imperio que pretenda
dominarnos–, la reunificación latinoamericana en una sola Patria Grande y el
socialismo, que necesariamente deberá ser nacional... La chica quedó perpleja,
seguramente porque no entendía la importancia de estas tres grandes banderas
–como todavía no la entienden algunos porteños que votan a Macri– y sólo se le ocurrió contestar con una
notable predicción: –Me parece demasiada carga para andar por la vida.
Efectivamente, los grandes poderes del
país semicolonial y sus cómplices hicieron caer el más absoluto silencio sobre
Ugarte y sus ideas. Los grandes diarios le cerraron sus columnas, las Academias
lo ignoraron a pesar de que publicó 40 libros en Europa, el Partido Socialista
lo expulsó por su posición nacional (en 1912, Ugarte sostuvo, en una
conferencia dada en El Salvador: "El socialismo tiene que ser nacional" (y no internacionalista
abstracto). Poco después, lanzó el diario La Patria, en Buenos Aires donde
ratificó sus banderas y agregó que los ferrocarriles ingleses eran, en la
Argentina, el instrumento de la dominación ejercida por el Imperio de su
Graciosa Majestad.
El silenciamiento se intensificó. Poco
después fue el orador central al
fundarse la FUA en plena Reforma, pero los estudiantes universitarios lo
olvidaron muy pronto para caer en la izquierda abstracta. Y fue neutralista
durante la Guerra, por lo cual el boicot se acentuó. Se exiló entonces
"voluntariamente" en 1919, al cerrársele todas las puertas, y dijo:
"En otros países se fusila... Es más noble."
A partir de ese momento, mientras en la
Argentina sus ideas eran acalladas, él
se carteaba con Augusto César Sandino, compartía la dirección de la revista
Monde con Alberto Einstein, Miguel de Unamuno, Henri Barbusse, Máximo Gorki y
Upton Sinclair y publicaba en los
principales diarios de Francia, España y América Latina. Pero el gobierno argentino presidido por el
general Justo le niega el Premio Nacional de Literatura, le niega una cátedra y
la jubilación de periodista. Acorralado por la miseria, vende su biblioteca con
libros dedicados por Rubén Darío, Ingenieros, Santos Chocano y otros.
Regresó al país en 1935, lo invitaron a
reincorporarse al Partido Socialista y así lo hizo, pero dio una sola
conferencia titulada "El imperialismo". Lo volvieron a expulsar y sin
madero donde sostenerse, se fue al poco tiempo a Chile, para seguir desde allí
su lucha de siempre. La Revolución Mexicana le puso su nombre a una calle, un
mural de Guayasamín lo colocó entre los grandes latinoamericanos, Francia le
otorgó la Legión de Honor y la URSS lo invitó para festejar un aniversario de
la Revolución. Pero en su país siguió condenado al silenciamiento, quizá porque
imperaba la llamada "libertad de prensa".
Volvió, sin embargo, en 1946 y allí se sorprendió al recibir el primer reconocimiento de un gobierno argentino:
Perón lo hizo embajador en México, y luego en Nicaragua y en Cuba. Un
entredicho con la burocracia lo llevó a renunciar al cargo, pero regresó, sin
embargo, en noviembre de 1951 para votar por la reelección de Perón y se volvió
a Niza, solo y sin recursos económicos. Poco después, el 2 de diciembre de
1951, lo encontraron sin vida –de una manera extraña que hizo sospechar un
suicidio– pero los medios de comunicación de la Argentina le dieron escasa
importancia al trágico suceso. ¿Para qué preocuparse de un profeta loco –y
peligroso– a quien la oligarquía ya le había dado muerte en 1901?
Sin embargo, sus ideas -en la línea de nuestros patriotas
indoamericanistas- asumen hoy un notable vigor y van por el camino al triunfo.
Por esta razón, recordamos, 112 años después,
aquel artículo del diario El País que
revela la osadía de un joven de 26 años que ya
señalaba el rumbo de nuestra historia, por el cual ahora transitamos.
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