En las últimas décadas nos hemos dado cuenta de que
la racionalidad excesiva en todos los ámbitos y el consumismo exacerbado
generan saturación existencial y también mucha decepción. La felicidad no está
en la materialidad de las cosas, sino en las dimensiones relacionadas con el
corazón, el afecto, las relaciones de amor, de solidaridad y de compasión.
Leonardo
Boff / Servicios Koinonia
En la cultura de hoy, la palabra
"espíritu" está desvalorizada en dos frentes: en la cultura letrada
y en la cultura popular.
En la cultura letrada dominante
"espíritu" es lo que se opone a la materia. La materia sabemos más o
menos lo que es, ya que puede ser medida, pesada, manipulada y transformada,
mientras que el "espíritu" cae en el campo de lo intangible, indefinido,
y hasta nebuloso. La materia es la palabra-fuente de los valores axiales de la
experiencia humana de los últimos siglos. La ciencia moderna se ha construido
sobre la investigación y el dominio de la materia. Ha penetrado hasta sus
últimas dimensiones, las partículas elementales, hasta el campo de Higgs en el
que se habría dado la primera condensación de la energía originaria en materia:
los tan buscados bosones y hadrones y la llamada "partícula de Dios”.
Einstein demostró que la materia y la energía son equivalentes. La materia no
existe. Es energía altamente condensada y un campo riquísimo de interacciones.
Los valores espirituales en el sentido moderno
convencional, se sitúan en la superestructura y no caben en los esquemas
científicos. Su lugar es el mundo de la subjetividad, entregado a la discreción
de cada uno o de los grupos religiosos. Expresándolo de una manera un tanto
grotesca, pero no demasiado, podemos decir con José Comblin, gran especialista
en el tema: «Cuando se habla de "valores espirituales ", todo el
mundo piensa que está hablando un burgués en una reunión de los Rotarios o del
Club de Leones después de una copiosa cena regada con buenos vinos y a base de
comida fina. Para el pueblo en general, "valores espirituales"
equivale a “palabras bonitas pero vacías”. O pertenece al repertorio del
discurso eclesiástico moralizante, espiritualizante y en relación hostil con el
mundo moderno.
Como resultado de ello, la expresión "valores
espirituales" aparece con más frecuencia en los labios de los sacerdotes y
obispos de tendencia conservadora. De ellos es común escuchar que la crisis del
mundo contemporáneo se encuentra fundamentalmente en el abandono del mundo
espiritual: la no asistencia a misa o cualquier otra referencia explícita a la
Iglesia jerárquica.
Pero con los escándalos de los últimos tiempos, con
los sacerdotes pedófilos y con los escándalos financieros vinculados al Banco
Vaticano, el discurso oficial de los "valores espirituales" se ha
devaluado. No ha perdido su valor, pero la entidad oficial que los anuncia
tiene muy poca audiencia.
En la cultura popular, la palabra
"espíritu" tiene gran validez. Traduce cierta concepción mágica del
mundo en contra de la racionalidad aprendida en la escuela. Para gran parte del
pueblo, especialmente los influidos por la cultura afrobrasileña e indígena, el
mundo está habitado por espíritus buenos y malos que afectan a las diferentes
situaciones de la vida, como la salud y la enfermedad, la vida afectiva, los
éxitos y los fracasos, la buena o la mala suerte. El espiritismo ha codificado
esta visión del mundo por la vía de la reencarnación. Cuenta con más seguidores
de los que se piensa.
Sin embargo, en las últimas décadas nos hemos dado
cuenta de que la racionalidad excesiva en todos los ámbitos y el consumismo
exacerbado generan saturación existencial y también mucha decepción. La
felicidad no está en la materialidad de las cosas, sino en las dimensiones
relacionadas con el corazón, el afecto, las relaciones de amor, de solidaridad
y de compasión.
Por todas partes se buscan experiencias
espirituales nuevas, es decir, sentidos de vida que van más allá de los
intereses inmediatos y de la lucha diaria por la vida. Ellos abren una
perspectiva de esperanza y luz en medio del mercado de ideas y propuestas
convencionales, difundidas por los medios de comunicación y también por las
llamadas "instituciones de sentido" que son las religiones, las
iglesias y las filosofías de vida. Han adquirido fuerza a través de los
programas de televisión y de los grandes shows religiosos que obedecen a la
lógica del espectáculo masivo y que, por eso mismo, se desvían del carácter
reverente y sagrado de toda religiosidad. En una sociedad de mercado, la
religión y la espiritualidad se han convertido en mercancías disponibles para
el consumo general. Y producen un montón de dinero.
No obstante esta mercantilización de lo religioso,
el mundo espiritual ha empezado a incrementar su fascinación aunque, la mayoría
de las veces, en forma de esoterismo y de literatura de autoayuda. Aún así, ha
abierto una brecha en el mundo profano y en el carácter gris de la sociedad de
masa. En los medios cristianos han surgido las Iglesias pentecostales, los
movimientos carismáticos y la centralidad de la figura del Espíritu Santo.
Estos fenómenos suponen un rescate de la categoría
"espíritu" en un sentido positivo e incluso anti-sistémico. El
"espíritu" es una referencia consistente y ya no está colocado bajo
sospecha por la crítica de la modernidad que sólo aceptaba lo que pasaba por el
tamiz de la razón. Pero la razón no lo es todo, ni lo explica todo. Hay lo
arracional y lo irracional. En los seres humanos hay el universo de la pasión,
del afecto y del sentimiento que se expresa mediante la inteligencia emocional
y cordial. El espíritu no rechaza la razón, antes bien, la necesita. Pero va
más allá, englobándola en un nivel superior que tiene que ver con la
inteligencia, la contemplación y el sentido superior de la vida y de la
historia. En términos de la nueva cosmología él sería tan ancestral como el
universo, éste también portador de espíritu. ¿La era del espíritu?
1 comentario:
Muy rico y bien redactado. Excelente artículo. Sin embargo en el último párrafo entro a discusión sobre razón vs espíritu. Estoy de acuerdo en parte con usted, sin embargo soy partidario de que todos los fenónemos y experiencias trascendentales (pasión, amor, compasión, empatía, odio, rencor, envidia etc) serán pronto entendidos al nivel del cerebro. La neurociencia tiene no más de 150 años y no ha sido muy bien entendida todavía. A medida que vayamos descubriendo los misterios del cerebro humano me parece que será el fin de esas comparaciones entre razón y espíritu, es decir, tendremos que cambiar el discurso y hablar de niveles de comprensión del cerebro, por decir algo.
saludos...
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