Si la vulnerabilidad
ante los fenómenos atmosféricos ya es uno de los principales desafíos de
América Latina y el Caribe, en el istmo centroamericano se trataría, además, de
un asunto en el que se deciden la vida o la muerte de miles de personas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
El impacto de los fenómenos atmosféricos en El Salvador |
Por su historia, la
naturaleza de los conflictos sociales, políticos y militares que se sucedieron
a todo lo largo del siglo XX, así como por las dinámicas culturales que tales
acontecimientos han propiciado, Centroamérica se nos presenta, en el siglo XXI,
como una de las regiones más violentas del mundo, en la que no existe
formalmente un conflicto armado.
Pesadas herencias
coloniales y experiencias republicanas frustradas, junto a las necesidades
básicas insatisfechas en amplios sectores de la población regional (casi la
mitad vive en condición de pobreza), y las ambiciones de los grupos de poder
económico (viejas oligarquías y nuevos empresarios asociados al capital
transnacional), suerte de aldaba que
determina los cambios posibles y sus límites, dan cuenta, a grandes rasgos, de
la complejidad e inestabilidad de este manojo de países.
Como si esto no fuera
suficiente, la última década nos muestra otro rostro doliente de Centroamérica:
el de los fenómenos atmosféricos asociados al cambio climático (huracane y
tormentas tropicales), con su estela de desastres y pérdidas millonarias en la
infraestructura pública y privada y, lamentablemente, con su enorme saldo de víctimas mortales. Tan grave
es este panorama, que desde el año 2010 se reconoce a Centroamérica, entre
todas las regiones tropicales del mundo, como la más vulnerable a los efectos
del cambio climático.
Es decir, si la
vulnerabilidad ante este tipo de eventos ya es uno de los principales desafíos
de América Latina y el Caribe, en el istmo centroamericano se trataría, además,
de un asunto en el que se deciden la vida o la muerte de miles de personas. Así
lo retratan los datos del informe “Estadísticas de Centroamérica 2013”,
elaborado por investigadores del Programa Estado de la Región. Según se detalla
en el documento, “más de 4.800 personas perdieron la vida en diferentes
desastres naturales que afectaron a la región centroamericana entre 2000 y
2011”. El 80% de esos fallecidos eran ciudadanos salvadoreños y guatemaltecos.
Cifras a las que sería necesario agregar las decenas de miles de damnificados,
para dimensionar el cuadro de situación de lo que implica el paso de los
fenómenos atmosféricos por nuestro territorio.
El informe también
señala que en Centroamérica, en ese mismo período de tiempo, se registraron “un
total de 181 eventos naturales que se convirtieron en desastres”, lo que
confirma una tendencia “a duplicar en cada una de las décadas la cantidad de
eventos que se llegan a convertir en desastres”(La Prensa Libre, 06-09-2013).
En esta misma línea, en
marzo del 2013, un grupo de expertos reunidos en el primer Congreso de
Centroamérica y el Caribe de Deslizamiento de Tierra, celebrado en Tegucigalpa,
advirtieron que toda la región centroamericana es vulnerable “a los
deslizamientos de tierra provocados por las lluvias, debido a la falta de
planificación territorial y el deterioro de los recursos naturales”. En
concreto, se referían a la pérdida de “más de 285.000 hectáreas de sus bosques
cada año, es decir 48 cada hora, por deforestación, degradación e incendios,
entre otras causas”, una problemática en la que Honduras y Nicaragua muestran
los peores índices: ambos países pierden alrededor de 60.000 hectáreas de
bosques tropicales anualmente (elmundo.com.sv, 20.03-2013).
Desgraciadamente, los
elementos que estas investigaciones aportan para la reflexión sobre las
amenazas que enfrenta Centroamérica, y para la formulación de planes de acción
y contingencia regionales, todavía no se traducen en avances sustantivos ni en
cambios en las causas estructurales y culturales profundas –el tipo de
relaciones existentes entre naturaleza y sociedad, la ideología hegemónica que
las sustenta y su carácter tributario de modalidades de desarrollo altamente
depredadoras del medio natural- que aumentan peligrosamente nuestra
vulnerabilidad como región.
Mientras tanto, como
decía Franz Hinkelammert, seguimos cortando la rama sobre la cual estamos
sentados… Y por si esto no fuera suficiente, también acabamos con la sombra que
nos abriga; debilitamos el suelo que nos sustenta; contaminamos los ríos y
fuentes de agua que nos dan de beber; y apresuramos, sin remedio a la vista, el
colapso ambiental de esta dulce cintura
de América.
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