Oponerse a la guerra es
tarea de quien sigue pensando que este mundo está disparatadamente
desequilibrado y se necesita otro modelo. Pero es también tarea de cualquiera
que respete mínimamente los derechos humanos, el derecho a la vida, el derecho
a no ser tomados como estúpidos por la desinformación mediática.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Una vez más las fuerzas
armadas de Estados Unidos se preparan para una guerra de conquista. En este
caso, en Siria.
Eso ya no es novedad.
La rapacidad del gran capital estadounidense no tiene límites y nos tiene
acostumbrados a estas aventuras bélicas. ¿En qué guerra durante el siglo XX, y
ahora el XXI, no participó la gran potencia indirecta o directamente? Lo de
Siria no es nuevo.
En todo caso, la
posible nueva aventura guerrerista abre escenarios preocupantes: estamos ahora
ante la real posibilidad de un conflicto que se puede ir de las manos, que
puede terminar en una catástrofe de escala planetaria.
La guerra, esto no es
nuevo, es consustancial al sistema capitalista. Hoy, quizá más que nunca, la industria
bélica (industria de la muerte) juega un papel fundamental en toda la
arquitectura social del sistema-mundo del capital: hay que destruir para
reconstruir, y vender armas, muchas armas, que se usen y que se sigan
vendiendo. Ese esfuerzo –monstruoso, absolutamente condenable– significa un
motor indispensable para el capitalismo, y para los Estados Unidos representa
un cuarto de su economía. Sin ningún lugar a dudas, este modelo es infame,
oprobioso, totalmente repudiable. Pero es el sistema que domina el mundo.
La posible guerra
contra Siria –que en realidad estaría impulsada por el gran capital de Estados
Unidos y algunos adláteres que sirven políticamente para justificar la
intervención– busca reconfigurar la situación del Medio Oriente a favor de esos
factores de poder. El petróleo sigue siendo el botín principal, a lo que se
suman las reservas de agua dulce de la zona. Un Medio Oriente en guerra
permanente sirve a los intereses hegemónicos de esos grandes capitales,
liderados por la potencia militar de la Casa Blanca, con un Estado de Israel
como base operativa para la zona. La máxima de “divide y reinarás” está
totalmente presente. Pero el peligro en ciernes ahora es que este proyecto
bélico contempla a mediano plazo el intento de asfixia de Rusia y China como
competidores peligrosos. Por cierto ninguno de estos dos países –ahora
capitalistas, con considerable potencial bélico, atómico incluso– dejará que la
provocación siga adelante. Por tanto, el escenario es sumamente complicado.
Se ha hablado de la
posibilidad de una nueva guerra mundial, tal vez sin utilización de material
nuclear (¿pero quién puede garantizarlo?), que Washington y sus aliados
estarían pergeñando como rediseño del mundo, buscando en definitiva el control
planetario de los recursos estratégicos (petróleo en principio), neutralizando
el avance chino y ruso. Si ello es así, el futuro es sumamente incierto, porque
más allá de escenarios trazados con computadora en una confortable sala, nadie
sabe a ciencia cierta qué podría dispararse. La excusa de un ataque a Siria
como represalia por haber utilizado su gobierno –supuestamente, dado que no
está demostrado– armas químicas en contra de su población, no es más que un
nuevo ataque a la inteligencia de la humanidad, una nueva agresión a nuestra
dignidad (¿por qué nos siguen tomando de estúpidos?). Los tambores de guerra
suenan in crescendo, y el clima se va
caldeando cada vez más.
¿Qué podemos hacer los
millones y millones de ciudadanos de a pie que vemos con consternación todo
esto? Aparentemente nada. La fuerza de los hechos se impone. Y, como dijera
alguna vez una pintada callejera, “donde hay balas sobran las palabras”.
Acostumbrados como
estamos ahora –tras décadas de capitalismo salvaje eufemísticamente llamado
neoliberalismo y extinción de los sueños revolucionarios de hace algunas
décadas tras la caída del Muro de Berlín– a asumir que la fuerza de los
poderosos es casi imbatible, en principio no se ven muchos caminos para
oponerse a este ataque contra Siria. ¿Qué hacer ante no sólo las balas sino los
misiles de alta tecnología, ante la intoxicación informativa de las grandes
cadenas internacionales, ante la monumental desmovilización que se vive?
Pareciera que nada, más que encogernos resignadamente de hombros. Pero siempre
es posible reaccionar (y, ¿por qué no?, pensar que se puede retomar la
iniciativa). Recordemos que la Segunda Guerra Mundial tenía como principal
objetivo de las potencias capitalistas, al menos en un principio, acabar con la
experiencia socialista de la Unión Soviética. Y si bien eso le costó 20
millones de vidas al primer Estado obrero del mundo, la consecuencia fue
exactamente lo contrario a lo buscado por el capitalismo: el país socialista
salió fortalecido transformándose en una de las dos superpotencias globales.
Oponerse a la guerra es
tarea de quien sigue pensando que este mundo está disparatadamente
desequilibrado y se necesita otro modelo. Pero es también tarea de cualquiera
que respete mínimamente los derechos humanos, el derecho a la vida, el derecho
a no ser tomados como estúpidos por la desinformación mediática. Por todo ello,
sabiendo que eso es un pequeño granito de arena que, en sí mismo, quizá no
representa nada, pero que sumado a otros granitos puede convertirse en una
montaña, propongo que se solicite le sea retirado el Premio Nobel de la Paz al
Comandante en jefe de las fuerzas armadas de la primera potencia mundial, el
Sr. Barack Obama.
Si albergamos alguna
esperanza cuando él asumió la presidencia de la Casa Blanca (¿los negros al
poder?), hoy día es abrumadoramente elocuente que las decisiones no las tiene
él en sus manos, sino que responde a los intereses del monstruoso complejo
militar-industrial que sigue fijando las políticas a largo plazo. En ese
sentido es un contrasentido, una ofensa a nuestra dignidad, una burla perversa
seguir manteniéndole el Premio Nobel de la Paz. Pedir que le sea retirado tal
vez no impida la guerra, pero ¿por qué no pensar que con pequeñas acciones se
puede empezar a construir alternativas? Los hechos políticos son eso: pequeñas
acciones. Si es cierto que donde hay balas sobran las palabras, pongamos
palabras en lugar de las balas: ¡que se le retire ese galardón a Barack Obama!
Dejo en manos de quien
quiera darle forma concreta a la iniciativa haciendo circular por la red el
respectivo pedido.
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