Propongo que de ahora en
más comencemos a hablar del “régimen de Obama”, o el “régimen de la Casa
Blanca”. Será un acto de estricta justicia, que además mejorará nuestra
capacidad de análisis y contribuirá a higienizar el lenguaje de la política,
ensuciado y bastardeado por la industria cultural del imperio y su inagotable
fábrica de mentiras.
Atilio Borón / ALAI
Obama y el imperialismo: más de lo mismo |
Es
una práctica profundamente arraigada que los gobiernos opuestos a la dominación
norteamericana sean rutinariamente caracterizados como “regímenes” por los grandes medios de comunicación del
imperio, los intelectuales colonizados de la periferia y aquellos que el gran
dramaturgo español Alfonso Sastre ha
magistralmente calificado como “intelectuales bienpensantes.” La palabra “régimen” adquirió en la ciencia política
una connotación profundamente negativa, misma que no estaba presente en su
formulación original. Hasta mediados del siglo veinte se hablaba del “régimen
feudal”, de un “régimen monárquico”, o de un “régimen democrático” para aludir
al conjunto de leyes, instituciones y tradiciones políticas y culturales que
caracterizaban a un sistema político.
Pero con la Guerra Fría y, después, con la contrarrevolución
neoconservadora, el vocablo mudó completamente su significado. En su uso actual la palabra es empleada
para estigmatizar a gobiernos o estados que no se arrodillan ante los dictados
de Washington, a los cuáles por eso mismo se los descalifica como autoritarios
y, en no pocos casos, como sangrientas tiranías.
No obstante, una mirada
sobria en relación a este asunto comprobaría la existencia de estados
inocultablemente despóticos que, sin embargo, los voceros de la derecha y el
imperialismo jamás calificarían como “regímenes”. En la coyuntura actual
proliferan los analistas o periodistas (inclusive algunos “progres”, un tanto
distraídos) que parecerían no tener mayor inconveniente en aceptar el uso del
lenguaje establecido por el imperio. El gobierno sirio es el “régimen de Basher
Al Assad”; y la misma descalificación se utiliza a la hora de hablar de los
países bolivarianos. En Venezuela lo que hay es un “régimen chavista”; en
Ecuador es el “régimen de Correa” y Bolivia se encuentra sometida a los
caprichos del “régimen de Evo Morales.” El hecho de que en estos tres
países se hayan desarrollado instituciones y formas de protagonismo popular y
funcionamiento democrático superiores a las existentes en los Estados Unidos y
la gran mayoría de los países del capitalismo desarrollado es olímpicamente
ignorado. No son amigos de los Estados Unidos y, por lo tanto, su sistema
político es un “régimen.”
El doble rasero que se
aplica en estos casos queda en evidencia cuando se observa que las infames
monarquías petroleras del golfo, mucho más despóticas y brutales que el
“régimen” sirio jamás son estigmatizadas con la palabrita en cuestión. Se
habla, por ejemplo, del gobierno de Abdullah bin Abdul Aziz pero nunca del
“régimen” saudita, a pesar de que en este país no existe parlamento sino una
mera “Asamblea Consultiva” cuyos miembros son designados por el monarca entre
sus parientes y amigos; los partidos políticos están explícitamente prohibidos
y el gobierno es ejercido por una dinastía que se perpetúa en el poder desde
hace décadas. Exactamente lo mismo ocurre con Qatar pese a lo cual ni por
asomo el New York Times o los medios hegemónicos de América Latina y el
Caribe se les ocurre hablar del “régimen saudita” o el “régimen catarí.” Siria,
en cambio, es un “régimen”, pese a que es un estado laico en el cual hasta hace
poco tiempo convivieron diversas religiones, existen partidos políticos
legalmente reconocidos y hay un congreso unicameral con representación de la
oposición. Pero nadie le quita el sambenito de “régimen”. En otras palabras: un
gobierno amigo, aliado o cliente de Estados Unidos, por más opresivo o violador
de los derechos humanos que sea, nunca va a ser caracterizado como un “régimen”
por el aparato de propaganda del sistema. En cambio, gobiernos como los de
Irán, Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y varios más son
invariablemente caracterizados de esa manera.[1]
Para comprobar de modo
aún más rotundo la tergiversación ideológica que subyace a estas
caracterizaciones de los sistemas políticos basta con recordar la forma en que
los publicistas de la derecha tipifican al gobierno de Estados Unidos,
considerado como el “non plus ultra” de la realización democrática. Esto
a pesar de que hace poco el ex presidente James Carter dijo que su país “no
tiene una democracia que funcione.” Lo que hay, en realidad, es un estado
policial, muy hábilmente disimulado, que ejerce una permanente e ilegal
vigilancia sobre la propia ciudadanía y que lo más importante que ha hecho en
los últimos treinta años ha sido permitir que el 1 % de la población se
enriquezca como nunca antes, a costa del estancamiento en los ingresos
percibidos por el 90 % de la población.
En la misma línea crítica
de la “democracia” estadounidense (en realidad, una cínica plutocracia) se
encuentra la tesis del gran filósofo político Sheldon Wolin, quien ha
caracterizado al régimen político imperante en su país como “un totalitarismo
invertido”. Según este autor, “el totalitarismo invertido… es un fenómeno que… representa
fundamentalmente la madurez política del poder corporativo y la desmovilización
política de la ciudadanía.” [2] En
otras palabras, la consolidación de la dominación burguesa en manos de los
grandes oligopolios y la desactivación política de las masas, estimulando la
apatía política, el abandono de –y el desdén por- la vida pública y la fuga
privatista hacia un consumismo desorbitado sólo sostenido por un aún más
desenfrenado endeudamiento. El resultado: un “régimen” totalitario de nuevo
tipo. Una peculiar “democracia”, en suma, sin ciudadanos ni instituciones, y en
la cual el abrumador peso del “establishment” vacía de todo
contenido al discurso y a las instituciones de la democracia, convertidas
por eso mismo en una mueca sin gusto y sin gracia y absolutamente incapaces de
garantizar la soberanía popular. O de hacer realidad la vieja fórmula de
Abraham Lincoln cuando definió a la democracia como “gobierno del pueblo, por
el pueblo y para el pueblo.”
Producto de esta
gigantesca operación de falsificación del lenguaje, el estado norteamericano es
concebido como una “administración”, es decir, una organización que en función
de reglas y normas claramente establecidas gestiona la cosa pública con
transparencia, imparcialidad y apego al mandato de la ley. En realidad,
tal como lo asegura Noam Chomsky, nada de ello es verdad. Estados Unidos es un
“estado canalla”, que viola como ningún otro la legalidad internacional y lo
mismo hace con algunas de los más importantes derechos y leyes del país. Así lo
demuestran, para el caso doméstico, las revelaciones sobre el espionaje que la
NSA y otras agencias han venido haciendo en contra del propio pueblo de Estados
Unidos, para no hablar de atropellos aún peores como los que se producen a
diario en la infame cárcel de Guantánamo o la persistente lacra del
racismo.(3)
Propongo, por lo
tanto, que abramos un nuevo frente de lucha ideológica y que de ahora en
más comencemos a hablar del “régimen de Obama”, o el “régimen de la Casa
Blanca” cada vez que tengamos que referirnos al gobierno de Estados Unidos.
Será un acto de estricta justicia, que además mejorará nuestra capacidad de
análisis y contribuirá a higienizar el lenguaje de la política, ensuciado y
bastardeado por la industria cultural del imperio y su inagotable fábrica de
mentiras.
NOTAS
[1] Conviene recordar
que esta dualidad de criterios morales tiene una larga historia en Estados
Unidos. Es célebre la anécdota que narra la respuesta del presidente Franklin
D. Roosevelt ante algunos miembros del partido demócrata horrorizados por las
brutales políticas represivas de Anastasio Somoza en Nicaragua. FDR se limitó a
escucharlos y decirles: “sí, es un hijo de puta. Pero es ‘nuestro’ hijo de
puta.” Lo mismo podría decirse de los monarcas de Saudiarabia y Qatar, entre
otros. Ocurre que Basher Al Assad no es su hijo de puta. De ahí la
caracterización como “régimen” de su gobierno.
[2] Cf. Su Democracia
Sociedad Anónima (Buenos Aires: Katz Editores, 2008) p. 3.
[3] Para un examen de
la sistemática violación de los derechos humanos por parte del gobierno de
Estados Unidos, o del “régimen” norteamericano, ver: Atilio A. Boron y Andrea
Vlahusic, El lado oscuro del imperio. La violación de los derechos
humanos por Estados Unidos (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg,
2009)
1 comentario:
Parabienes por el inteligente y importante articulo. Es muy bueno ir siempre quitando la mascara del imperio.Solo conocendo las entrañas del monstro poderemos vencerlo.
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