Las desigualdades y las
formas de enfrentarlas es el núcleo decisivo de este nuevo ciclo. Sin embargo, hasta la fecha, los sectores políticos de
derecha e izquierda no han definido qué entienden por una política contra las
desigualdades.
Manuel Barrera Romero / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Chile: las desigualdades en el centro del debate político |
Habiendo alcanzado
Chile niveles de desarrollo económico y social que le han permitido dejar atrás
numerosos rasgos de país subdesarrollado ha iniciado el siglo XXI con la
aspiración de alcanzar niveles superiores de desarrollo. Los temas acuciantes
de la miseria, el analfabetismo, el hambre, la mortalidad infantil, la inflación
galopante, el alto desempleo han sido, en gran parte, superados.
El modelo económico y
político de estos últimos cuarenta años ha cumplido lo suyo. Los problemas a
los que nos enfrentamos los chilenos en la segunda década del nuevo siglo son
otros. Por ello es cada vez más claro que para enfrentarlos el país requiere de
nuevas herramientas políticas y nuevas estrategias de desarrollo.
Las desigualdades y las
formas de enfrentarlas es el núcleo decisivo de este nuevo ciclo. Los actores
políticos hasta la fecha han puesto el foco en la educación como herramienta
clave. Apuestan a una educación de
calidad como el mecanismo fundamental (la mayor de las veces, único) para
construir un país más igualitario. Junto a esta última expresión el liderazgo
político suele usar el término de “un país más inclusivo”. Inclusivo
significaría una mayor incorporación al mercado de bienes y servicios, a las
decisiones políticas, al empleo de calidad. Ello, lógicamente, haría de Chile
un país con menores desigualdades. Más igualitario y más inclusivo, dos
conceptos complementarios para reseñar la meta futura.
El índice que se
utiliza para medir la desigualdad es el coeficiente de Gini que, habitualmente,
mide sólo las diferencias de ingreso en la población.
Como siempre que para
problemas complejos se enuncian soluciones unilaterales surge la pregunta de si
es suficiente la receta prescripta para eliminar el mal diagnosticado. ¿Podrá
una reforma educacional exitosa que provea una educación de calidad para todos
eliminar las desigualdades?
Algunos (hoy por hoy,
aparentemente casi todos) aparecen creyendo que sí. Se desprende lo anterior de
la ausencia de otras propuestas para
transformar la sociedad desde una profundamente desigual en otra más
igualitaria.
Dada las numerosas y la
muy variadas realidades en que las desigualdades social/económicas se expresan
es conveniente indicar de partida que el ideal de la igualdad es uno muy
difícil de alcanzar. Especialmente en una sociedad como la nuestra que está
organizada de un modo marcadamente estratificado, donde el lugar de residencia,
la educación, el acceso a la salud, el empleo, el ocio, el prestigio social
están correlacionados con la clase social de pertenencia. Todas las variedades
de commercium,
comensalidad y connubium se realizan al interior del estrato social de
pertenencia, como en las sociedades de castas. Apostar a que con la educación
se logra esta meta es sobrevalorar el peso de la educación en el conjunto de
realidades sociales. Sin duda que con una educación de calidad para todos se
haría un gran avance…en varias generaciones más. La educación rinde frutos en
el largo plazo. Es por ello que los sectores conservadores la han considerado
desde siempre como el instrumento idóneo (único) para el cambio y el progreso sociales. Por
el momento el statu quo queda intacto.
Hasta la fecha, los
sectores políticos de derecha e izquierda no han definido qué entienden por una
política contra las desigualdades. Se han usado algunas metáforas como
“emparejar la cancha”. También se ha aludido a la igualdad como “la igualdad de
oportunidades”. Ambas expresiones dan la impresión que se está pensando, como
resultado final, en el individuo que se enfrenta a las contingencias de la vida
y que puede hacerlo en las mismas condiciones que los otros individuos. Casi en
el vacío social. No se han enunciado las políticas que lograrán ese resultado.
Tendremos que esperar a
que las diferentes orientaciones políticas y los intelectuales involucrados
avancen a una definición más precisa acerca de una política que tienda a
combatir las desigualdades. En cuanto a los hechos reales se ha avanzado en un
aspecto importante aunque limitado que consiste en combatir los abusos de las
grandes empresas en contra de los consumidores, los que ostentan hoy más que
ayer cierta mayor capacidad para defenderse de esos abusos. No obstante, los
mecanismos y su eficiencia no está plenamente asegurados.
En cuanto a la
desigualdad de ingresos hay que decir
que ella es una característica del vigente capitalismo transnacional y
globalizado, la que está lejos de disminuir en los últimos años. En los Estados
Unidos, por ejemplo, ella aumentó con la actual crisis. En efecto, según el
Servicio de Impuestos Internos norteamericano el 1% más rico se quedó con el
19,3% del total de los ingresos en 2012, su porcentaje más alto en ocho
décadas. En cuanto al 10% más rico llegó al porcentaje récord (48,2%) de los
ingresos totales ese año. (Paul Wiseman; El
Mercurio; 13 septiembre 2013; p. A 8.)
El fenómeno del aumento
de las desigualdades en los ingresos es universal. Ello concita la atención en
numerosos países que tienen diferentes sistemas políticos: en China, Europa,
USA, América Latina. Sería absurdo proponer en todos ellos un cambio
educacional para enfrentarlo. Un iniciativa de gran interés ha surgido en Suiza: propone que al interior
de una empresa u organización ningún ejecutivo pueda ganar más de doce veces lo
que gane el empleado que menos gane en esa organización. Es la propuesta 1:12
de David Roth, un joven activista del movimiento contra las diferencias
salariales. Hoy en Suiza la desigualdad salarial supera con holgura el 100 a 1.
Esta propuesta, que ya ha sido aprobada en varios cantones, será puesta en
votación de los ciudadanos en el referéndum ha realizarse el 22 de noviembre
del presente año. (Véase El Mercurio;
1 septiembre 2013; p. B 2). Es la modalidad que existe en la democracia suiza
para aprobar las principales leyes del país.
La iniciativa de David
Roth tiene como marco a las organizaciones de trabajo. Naturalmente que en
países en que existe una gran heterogeneidad estructural en la economía las
diferencias entre empresas pueden ser grandes. De modo que un arreglo al
interior de ellas deja subsistentes grandes desigualdades en el marco del
conjunto de la economía. ¿Pero podría operarse de otro modo? ¿Cuál, cuáles
otras posibilidades de acción?
En el momento actual
conviene informarse y estudiar las diversas medidas que en diferentes países se
están proponiendo o están ya en práctica a fin de disminuir esta tendencia
natural del mercado, que acentúa las desigualdades. El mercado por sí mismo sólo la exagera, no la corrige.
Mientras tanto quedamos a la espera de propuestas de los candidatos a la
Presidencia y al Parlamento, y de sus equipos, que se ajusten a la realidad
nacional, viables e idóneas para reducir en los diversos ámbitos de la vida
social y económica las desigualdades que han acompañado desde siempre a la
sociedad chilena.
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