Las intervenciones en
marcha en el mundo árabe -y las que se preparan en la trastienda, para otras
regiones del mundo-, apoyadas de nuevo por la poderosa entente mediática,
económica y política, tan solo reafirman la dominación y la locura
autodestructiva del imperalismo permanente.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Armas, medios de comunicación y negocios: el imperialismo permanente |
La inminente
intervención militar de Estados Unidos en Siria ha levantado un clamor de
repudio contra lo que, a todas luces, e incluso para el observador más
excéptico, es la vuelta al recurso del poder militar, la mentira deliberada (se
presentan cargos pero no se aportan pruebas, porque de antemano el acusado ha
sido declarado culpable), el unilateralismo y la violación del
derecho internacional para “resolver” conflictos. Como en tiempos de George W.
Bush y sus aventuras guerreristas en Afganistán e Irak. Hasta el el Papa
Francisco alzó su voz para buscar soluciones negociadas antes que soluciones
militares; y varios especialistas advierten que podría desencanarse un
conflicto mayor en todo el Medio Oriente, con repercusiones gravísimas a nivel
mundial. La sombra de la guerra y el exterminio se pasea una vez más por el planeta.
El presidente Barack
Obama, quien se ufana de invocar el legado de Martin Luther King mientras
aceita la máquina de la guerra, finalmente
optó por convertir a los Estados Unidos en otro actor beligerante de la
guerra civil en la que se encuentra inmersa el pueblo sirio, solo que ahora lo
hace de manera formal y no a través del financiamiento oculto y el apoyo
táctico a grupos de combatientes mercenarios, a los que disfrazan de
“oposición”; o bien, moviendo los hilos de la geopolítica con sus estados
vasallos en esa región, para proteger intereses inconfesables.
Para muchos, es la hora
del desencanto final con la “obamanía”; para nosotros, las actuaciones del
flamante Nobel de la Paz tan solo son consecuentes con el desarrollo histórico
de los Estados Unidos en el sistema internacional. Solo en los últimos 30 años,
sin contar golpes de Estado encubiertos, bloqueos, sabotaje y maniobras de
desestabilización, las fuerza militares estadounidenses intervinieron en Granada, 1983; Panamá, 1989; Irak, 1991;
Somalia, 1993; Yugoslavia, 1995; Afganistán y Sudán, 1998; Yugoslavia, 1999;
Afganistán, desde el 2001; Irak, 2003; Pakistán, Yemen, Somalia, desde 2002; y
Libia, en 2011 (RT,
31-08-2013).
Es decir, lo que hoy
observamos no es otra cosa sino el modus
operandi de la principal potencia militar y, en el fondo, el comportamiento
propio del imperialismo permanente: con
este concepto, el historiador Rodrigo Quesada define el estadio del desarrollo y
expansión del sistema capitalista mundial que madura a partir del siglo XX, y
en concreto, desde el año 1898, con la guerra hispano-antillano-norteamericana,
la primera guerra interimperialista.
El imperialismo
permanente, explica Quesada, “no solo supone una forma inédita de acumulación a
escala mundial, apuntalada por la compañía trasnacional que funciona como
pivote sobre el que se apoya también la supuesta globalización, sino también
(…) el expansionismo norteamericano brutal y desalmado con todas las
implicaciones que ello tiene”[1].
Tal expansionismo ha sido posible, fundamentalmente, por la hegemonía militar,
que abre el camino a la apropiación de recursos y mercados, leit motiv de ese largo historial de intervenciones
abiertas y solapadas.
Si, como sostiene el
historiador costarricense, la guerra de 1898 en Cuba, Puerto Rico y Filipinas
fue el escenario para que se pusieran en práctica “usos militares desconocidos
hasta entonces (apenas insinuados en la India durante la dominación británica),
además del genocidio y una relación relación sumamente estrecha entre la
prensa, la industria militar y el gobierno norteamericano”[2];
más de un siglo después, las intervenciones en marcha en el mundo árabe -y las
que se preparan en la trastienda, para otras regiones del mundo-, apoyadas de
nuevo por la poderosa entente mediática, económica y política, tan solo
reafirman la dominación y la locura autodestructiva del imperalismo permanente,
frente al cual hoy deben plantarse todas las banderas de lucha, resistencia y
de humanidad.
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