La palabra paz no encuentra un lugar en
estos tiempos. Es demasiado blanca para tanto rojo que tiñe el horizonte. Es
demasiado silenciosa para tanta algarabía. Es demasiado pequeña para tan grande
maquinaria de guerra.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Todo el mundo espera el momento fatídico
en el que Estados Unidos, desde su armada flotante en el Mediterráneo -en el
sitio exacto en el que navegaron los argonautas y Odiseo cayó bajo el influjo
de los hechizos de Circe- envíe cientos de misiles contra Siria, y tiña su
cielo de sereno azul con el rojo de la muerte.
Ha empezado la cuenta regresiva. El
comandante supremo de los ejércitos de Norteamérica así lo ha decidido. Él, en
el que tanta esperanza pusieron; que se llenó la boca condenando a otros que en
su momento hicieron lo mismo; al que pusieron en un sitial especial premiándolo
no por lo que había hecho sino por lo que había dicho.
Tras bambalinas los mercaderes de la
muerte se frotan las manos. Son ellos los que mantienen la máquina productiva de
la nación funcionando, la locomotora que pone en marcha los mecanismos ocultos
de la parafernalia guerrera. Les urge, no pueden esperar, están ansiosos del
inicio, tienen el dedo en el gatillo y ya han fabricado la pólvora de los
emisarios de la muerte.
Siéntese señor, siéntese señora frente a
su televisor que la función va a empezar. No es Madonna crucificada sobre el
escenario; ni Britney Spears volviendo a cantar después de la resaca de la
droga. Es Obama subido en el carro del Apocalipsis arrojando fuego sobre
Damasco la milenaria, la ciudad del Jazmín, la ciudad en donde todos los
caminos del oriente se cruzaron mucho antes que los Estados Unidos existieran.
La palabra paz no encuentra un lugar en
estos tiempos. Es demasiado blanca para tanto rojo que tiñe el horizonte. Es
demasiado silenciosa para tanta algarabía. Es demasiado pequeña para tan grande
maquinaria de guerra.
La muerte traerá más muerte. El odio
acarreará más odio. No les importa, no les ha importado nunca. La fragua de la
muerte necesita fagocitar incesantemente cadáveres; llena el espacio sideral de
mentiras; saca a relucir su pecho henchido de medallas de hojalata, que ella
misma ha fabricado y se ha otorgado, y lanza su estentóreo grito de guerra.
Anteayer fue Corea y Vietnam. Ayer Irak,
Libia, y hoy Damasco. Mañana seremos nosotros.
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