El duro discurso de Dilma
Rousseff en la Asamblea General de Naciones Unidas, aún estando influido por la
coyuntura de espionaje contra su país, sigue fielmente el guión establecido
años atrás en su Política Nacional de Defensa y en otros documentos de la
planificación estratégica de Brasil.
Raúl Zibechi / ALAI
La presidenta Rousseff ante la Asamblea de la ONU. |
Una de las principales
características de una potencia emergente es que cuenta con un proyecto a largo
plazo, una determinada visión del mundo y un papel concreto a jugar. Las
potencias en decadencia, por el contrario, se mueven al compás de las
circunstancias, sin rumbo más allá de los intereses inmediatos. Brasil hace
tiempo que viene considerando la guerra cibernética como una de las principales
formas de guerra en el mundo globalizado.
“Una fuente de
inestabilidad en el sistema internacional ha sido el desarrollo de nuevos tipos
de armas, que también pueden tener efectos de destrucción en masa. Pienso una
amenaza que es cronológicamente nueva, pero que se inscribe cada vez más en la
antigua lógica del sistema de Estados: la guerra cibernética”, dijo el ministro
de Defensa de Brasil, Celso Amorim, el 20 de setiembre en una conferencia
pronunciada ante alumnos del Instituto Rio Branco, donde se forma la diplomacia
brasileña.
Podría pensarse que la
intervención de Amorim estuvo influenciada por el reciente caso de espionaje a
cargo de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés), y
espoleada por la respuesta de la presidenta Dilma Rousseff en la Asamblea
General de las Naciones Unidas. Sin embargo, como recordó el propio ministro,
la defensa cibernética es una de las tres prioridades establecidas por la
Estrategia Nacional de Defensa de su país, aprobada en 2008. No existe espacio
para improvisación en materia de estrategia.
Ante los futuros
diplomáticos, Amorim detalló durante una hora las líneas de fuerza de la
seguridad internacional en función de tres dicotomías: la relación entre
unipolaridad y multipolaridad, entre unilateralismo y multilateralismo y entre
cooperación y conflicto. Defendió el concepto de “Gran Estrategia”, pero la
desvinculó de su acepción original (el refuerzo de la acción militar con
instrumentos políticos y económicos) y la colocó como “la coordinación de las
acciones del Estado para reforzar la paz”.
Después de Fukuyama
El diplomático devenido
estratega militar, dos funciones complementarias, destacó que el fin de la
guerra fría instaló un polo de poder dominante bajo la idea de “una unipolaridad
benigna inspirada por la superpotencia”. Dejó caer un concepto central: “La
idea de que la primacía absoluta de un Estado en el sistema internacional
generaría seguridad y no inseguridad, era contraria a la larga tradición de
pensamiento realista en las Relaciones Internacionales”.
La reacción belicista de
Estados Unidos ante los atentados del 11 de setiembre de 2001, llevaron a lo
que denominó como “desequilibrio unipolar”. En esa situación aparecen nuevos
polos de poder, la multipolaridad, que no es capaz por sí sola de modificar las
cosas. En este punto la diplomacia brasileña distingue entre multipolaridad y
multilateralismo, que se caracteriza por tener “un sostén político-jurídico”.
Trasladada a la escena
real, “la percepción de que vivimos en un mundo de bloques llevó a Brasil y
otros vecinos a buscar fortalecer a América del Sur como entidad
político-económica”, a través de la integración regional. En paralelo impulsa
la sustitución del G-8 por el G-20, y alianzas como el BRICS y el IBAS (India,
Brasil y África del Sur). De este modo la construcción de mundo multilateral
supone no sólo la apuesta a nuevos centros de poder sino a que se realice en
base a “ciertos principios de ordenamiento de las relaciones entre estados”.
Hace apenas dos décadas
(1992) Francis Fukuyama adelantaba el “fin de la historia”, asegurando que
el libre mercado y la democracia liberal regirían las relaciones humanas y
entre estados. Poco después, en 1997, fue uno de los promotores del “Proyecto
para el Nuevo Siglo Estadounidense”, cuyo objetivo era la prolongación de la
hegemonía de la superpotencia durante otra centuria. Amorim nos recuerda que
esa visión suponía que “un retorno a la competencia cruda por el poder era algo
improbable o imposible”. Teorías que cayeron con similar estruendo que las
Torres Gemelas.
¿Un “Pearl Harbor
cibernético?
La “Política Nacional de
Defensa”, documento diseñado bajo la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva y
aprobado el 12 de setiembre por el parlamento, establece: “Para que el
desarrollo y la autonomía nacionales sean alcanzados es esencial el dominio
crecientemente autónomo de tecnologías sensibles, sobre todo los sectores
estratégicos espacial, cibernético y nuclear”.
El Centro de Defensa
Cibernética del Ejército fue creado en 2010 y comenzó a funcionar en junio de
2012 con motivo de la cumbre Rio+20 (Folha de São Paulo, 7 de mayo de
2012), empleando a 84 militares. El “Libro Blanco de la Defensa Comando de
Defesa Nacional” establece que ese centro debe evolucionar hacia un Comando de
Defensa Cibernética de las fuerzas armadas y a la creación de una Escuela
Nacional de Defensa Cibernética. En principio el área tiene destinado un
presupuesto de 400 millones de dólares y espera inaugurar un edificio propio en
2015.
La referencia a la
posibilidad de un “Pearl Harbor cibernético” provino nada menos que de Leon
Panetta, ex secretario de Defensa de Estados Unidos. Aunque Amorim consideraba
que el término de guerra era “exagerado” para referirse al
espionaje cibernético cuando inauguró el Centro de Defensa Cibernética, apenas
un año atrás, en su alocución en el Instituto Rio Branco no dudó en afirmar que
“hoy hay una escalada de inversiones de las principales potencias en armamentos
cibernéticos” y que algunas “no esconden el destino ofensivo de esas armas”.
Fue algo más lejos al
señalar que “las fronteras entre la guerra cibernética y las actividades de
monitoreo no están claramente demarcadas”. Propuso que la idea de que la Gran
Estrategia consistente en “proveer paz” sea “llevada al nuevo teatro de
operaciones creado por la cibernética”, lo que debería pasar necesariamente “un
tratado internacional que preservara el primer uso de esa armas, o sea un no
first use cibernético, que podría contribuir a la seguridad internacional”.
A diferencia del Tratado de No Proliferación Nuclear, este tipo de acuerdo “se
haría sin consolidar desequilibrios o asimetrías”.
Señor Presidente
Fue la frase que más
impactó en la Asamblea General. “Brasil, señor presidente, sabe protegerse”, le
dijo Rousseff a Obama. Para algunos analistas fue tan duro como decirle
“mentiroso o ladrón cara a cara” (Dedefensa.org, 25 de setiembre de 2013).
“Raras veces hemos visto un desafío más radical, e incluso más despectivo e
insolente”, destaca el sitio web franco-europeo. El blog de Foreign Policy
no se quedó atrás “Obama al mundo: Malas noticias, el imperio americano ha
muerto” (24 de setiembre de 2013).
Sin embargo, la propuesta
de Rousseff de establecer “un marco civil multilateral para la gobernanza y uso
de internet” no será tomado en cuenta por los países del Norte y en particular
por Estados Unidos. Los avances de la Gran Estrategia van por otro lado. “Una
América del Sur próspera, pacifica e integrada será uno de los polos del mundo
multipolar”, dijo Amorim. La Unasur y la Zopacas (Zona de Paz y Cooperación del
Atlántico Sur) son sus apuestas de largo plazo y donde mayores avances se
constatan.
La defensa del Atlántico
Sur y las alianzas “en la otra margen del océano”, son para Brasilia los nuevos
escenarios prioritarios. Con ayuda de Brasil se formó la Marina de Namibia en
los últimos años; con Angola estableció una alianza estratégica de defensa;
establece una misión naval en Cabo Verde y comienza a vender aviones de combate
a Mauritania, Senegal y Burkina Faso.
En paralelo avanza la
instalación de la Escuela Suramericana de Defensa que, también en palabras de
Amorim, “refleje nuestro ángulo de ver el mundo” y pueda “capacitar política e
ideológicamente a los militares” (El Comercio, 25 de setiembre de 2013).
Son los pequeños y continuos cambios regionales que, en cierto momento, se
verán irreversibles.
Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada y es
colaborador de ALAI.
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