La libertad, pues,
históricamente considerada, supone salir de las esclavitudes concretas (es
liberación). Y esto implica una práctica transformadora que opere no solo sobre
el individuo (conversión), sino también sobre las estructuras; práctica que nos
lleve a una sociedad realmente democrática, incluyente y equitativa.
Carlos Ayala Ramírez / ALAI
Se han inaugurado las
actividades cívicas en conmemoración de los 192 años de la independencia de
Centroamérica. El valor de la libertad en las luchas históricas debería ser lo
central en estas fechas, tan saturadas habitualmente de actos puramente
alegóricos. Ignacio Ellacuría, mártir de El Salvador, filósofo y teólogo, solía
decir que uno de los peligros más graves de los conceptos y valores universales
(la libertad, por ejemplo) es su interpretación puramente abstracta (formal),
que no tenga en cuenta la práctica real de estos. Decía, además, que sin
verificación histórica las formulaciones abstractas pueden convertirse en un
tipo de ideología que oculta una realidad contraria a lo que proclama el
concepto. Desde luego, él no le resta valor al significado teórico de las
abstracciones (los marcos de referencia universal son necesarios e
importantes), sino que busca evitar su uso desprovisto de la concreción
histórica. De ahí que proponía dos momentos de aproximación crítica: primero,
hay que ver cómo se está realizando en una circunstancia dada lo que
formalmente se estima como un ideal indiscutible —en nuestro caso, la
libertad—; y luego, hay que mostrar cuáles son los mecanismos que impiden su
realización efectiva, y cuáles las condiciones que la favorecen.
Hablando teóricamente,
la libertad se suele definir, al menos, desde tres perspectivas. Primero, como
absoluta posibilidad de determinación autónoma por parte del individuo; esta
libertad pura (por encima de todo tipo de condicionamientos) es considerada
como una especie de privilegio individual e intrínseco a la condición humana,
conocida tradicionalmente como libre albedrío o autodeterminación. Un segundo
modo de entender la libertad es haciéndola compatible con la necesidad racional
de convivencia. Es el caso de algunas filosofías que vieron en el Estado, la ley
y el derecho positivo las únicas vías para que el ciudadano pueda actuar como
individuo libre (determinismo de la realidad política). Y un tercer punto de
vista es el que entiende la libertad como concreta y situada, esto es, el ser
humano no está absolutamente determinado por sus circunstancias, pero sí está
condicionado por ellas, de modo que el problema de la libertad ha de ser
planteado en el marco de esta interacción entre los seres humanos y su mundo.
Este enfoque plantea que las circunstancias naturales y sociales proporcionan a
los seres humanos un conjunto de posibilidades concretas. De tal modo que la
libertad no es indeterminación, sino autodeterminación a partir de unas
circunstancias históricas.
En consecuencia, hablar
de la libertad concreta y situada nos remite al conjunto de condiciones humanas
que en una determinada sociedad o cultura permiten ejercitar y realizar la
propia libertad. En otras palabras, la realización de la libertad humana pasa
necesariamente por esas condiciones materiales y sociales. En la realidad
actual de los pueblos centroamericanos, liberarse significa, entre otras cosas,
acceder a los medios que hacen posible la vida material y espiritual: el
trabajo, la educación, la salud, la justicia, etc. Más puntualmente, libres de
la discriminación, sea en razón de género, raza, origen nacional o étnico, o
religión; libres de la necesidad, para disfrutar de un nivel decente de vida;
libres del temor, de las amenazas contra la seguridad personal, de la tortura,
de la detención arbitraria y otros actos violentos; libres de la cultura
consumista y depredadora de recursos; libres, en fin, de la injusticia y de las
violaciones a los derechos humanos fundamentales.
Por tanto, cuando se
habla de “libertad”, hay que decir de qué se quiere ser libre. En las
condiciones actuales de El Salvador, por ejemplo, necesitamos ser libres del
temor, de las amenazas contra la seguridad personal, del crimen organizado y de
las pandillas, que representan hoy mismo uno de los principales problemas de la
familia salvadoreña. Libres de la exclusión social que produce desempleo,
inseguridad alimentaria, enfermedad, emigración forzada y pobreza de
conocimientos. Libres de la injusticia y de las violaciones al imperio de la
ley. Libres de la corrupción y la impunidad. De ahí que, en la medida en que su
consecución implica transformación de estructuras, se habla de que la libertad
no es posible sin procesos de liberación históricos. Y liberación es, ante
todo, asegurarse de las necesidades básicas sin cuya satisfacción está negada
la vida humana digna.
Ellacuría afirmaba que
al concepto de liberación suele achacársele que solo atiende a la liberación-de
o libertad-de, sin otorgar la debida atención a la liberación-para, a la
libertad-para. Se sabe más o menos de qué deben ser liberados el ser humano y
la sociedad, pero no para qué y menos aún cómo. Él daba una doble respuesta:
liberación para la autodeterminación y la justicia. Y definía la justicia como
aquella realidad en la “que cada uno sea, tenga y se le dé, no lo que se supone
que ya es suyo, porque lo posee, sino lo que le es debido por su condición de
persona humana y de socio de una determinada comunidad y, en definitiva,
miembro de la familia humana”. Por consiguiente, libres para desarrollarse y hacer
realidad la potencialidad humana de cada uno; libres para participar en la toma
de decisiones, expresar las opiniones y organizarse; libres para tener un
trabajo decente, sin explotación, para buscar el ejercicio efectivo de los
derechos humanos de todos. Desde esta perspectiva, se puede afirmar que no hay
libertad sin liberación de lo que impide o niega la vida, ni sin las
condiciones que la cuidan y desarrollan.
La libertad, pues,
históricamente considerada, supone salir de las esclavitudes concretas (es
liberación). Y esto implica una práctica transformadora que opere no solo sobre
el individuo (conversión), sino también sobre las estructuras; práctica que nos
lleve a una sociedad realmente democrática, incluyente y equitativa. Monseñor
Óscar Romero, genuino prócer de la historia reciente de nuestro país, lo
formuló en los siguientes términos: “Liberación, la palabra que a muchos
molesta, es una realidad de la redención de Cristo (…) Liberación quiere decir
que no exista en el mundo explotación del hombre por el hombre. Liberación
quiere decir redención que quiere liberar al hombre de tantas esclavitudes.
Esclavitud es el analfabetismo. Esclavitud es el hambre (…) Esclavitud es la
carencia de techo. Esclavitud es la miseria”. Monseñor Romero hizo de la
liberación un tema central de su ministerio, alimentó la esperanza de una vida
más libre, más humana, y lo hizo desde la inspiración cristiana. Por eso,
muchos lo consideran como el mártir de la esperanza liberadora.
- Carlos Ayala Ramírez,
director de Radio YSUCA
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