Lo que realmente se
requiere ahora es un compromiso franco a favor de la paz definitiva para el
pueblo sirio, y de la construcción de las condiciones de convivencia que hagan
posible el ejercicio de su derecho a la autodeterminación.
Andrés Mora Ramírez /AUNA-Costa
Rica
La amenaza de la guerra
imperialista contra Siria, que solo profundizaría los estragos de la guerra
civil que está en curso desde hace más de dos años en ese país, ha entrado en
un compás de espera con desenlace abierto. La audaz maniobra de la diplomacia
rusa, que propuso poner bajo custodia internacional el arsenal de armas
químicas del ejército sirio –a lo que ya accedió el gobierno de este país-,
sumado a las reticencias de la opinión pública y los congresistas
estadounidenses frente a una nueva aventura bélica lejos de sus fronteras,
parecen debilitar la posición beligerante que hasta hace pocos días presumía el
presidente de EE.UU, Barack Obama.
¿Significa esto que se
abre una oportunidad para la paz y la búsqueda de soluciones negociadas entre
todas las partes, que no impliquen el uso unilateral de la fuerza y la
superioridad militar de la potencia norteamericana?
Sería aventurado afirmarlo,
toda vez que el sistema internacional se mueve de manera incierta, y las
presiones que ejercen sectores políticos
y del complejo militar-industrial estadounidense sobre el presidente Obama
–finalmente, el rostro visible del aparato imperial- son muy poderosas. De ahí
la imperiosa necesidad que tiene la Casa Blanca de encontrar justificaciones
para la guera. O de fabricarlas.
Pese a esta reserva de
prudencia, lo cierto es que ningún otro escenario como el de la paz sería tan
deseable para el pueblo sirio, para el mundo árabe y el conjunto de la
humanidad. Es que en torno al conflicto en Siria –como no había ocurrido en
Afganistán, Irak o Libia- se libra un pulso decisivo entre el orden unipolar
que se instauró tras la caída de la URSS, a finales del siglo XX; y el nuevo
orden multipolar, que empieza a configurarse a partir de siglo XXI, con el
protagonismo de actores emergentes en distintos continentes, como Rusia, China,
India y, en América Latina, Brasil y Venezuela. Más aún, distintos analistas
coinciden en afirmar que Siria podría ser el detenonante de una conflagración
de proporciones incalculables, que afectaría a esta convulsa región e
involucraría a ejércitos de varios países. Los movimientos de naves de guerra y
preparativos militares de EE.UU, Rusia y China en el mar Mediterráneo, abonan
argumentos a esta hipótesis.
Asimismo, está en juego
la vigencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y de un sistema de
derecho internacional realmente efectivo, que pueda actuar oportunamente ante una
catástrofe humanitaria como la que vive Siria, con 2 millones de desplazados por la guerra
civil, y de la que ninguno de los grupos beligerantes está exento de culpa:
precisamente, esta semana la Comisión de Investigación de la
ONU dio a conocer un informe en el que documenta crímenes de
lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos, durante el último año y medio,
tanto por el ejercito sirio como por los combatientes del “opositor” Frente Al
Nusra (milicia de la organización Al Qaeda).
Más allá del cálculo
diplomático de las declaraciones, de los gestos y las decisiones; más allá de
los intereses geopolíticos que concitan a las potencias y las llevan a tomar
partido por uno u otro bando en la guerra civil siria (ignorando que ni el
triunfo del gobierno de Al-Assad, ni de los grupos opositores armados, podrán
dar una garantía de paz al país ni a la región); y más allá de las loas y las condenas
a la sacrosanta democracia occidental, o a la sui géneris cultura política del
Medio Oriente; lo que realmente se requiere ahora es un compromiso franco a
favor de la paz definitiva para el pueblo sirio, y de la construcción de las
condiciones de convivencia que hagan posible el ejercicio de su derecho a la
autodeterminación.
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