Para comienzos del siglo
XXI la gestión del conocimiento tiende a organizarse en torno al problema de la
sustentabilidad del desarrollo de la especie humana, y asume como su eje de
racionalidad a la ecología.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá [1]
I
Como lo
indica la convocatoria a esta reunión, el conocimiento puede ser definido como
“la comprensión y entendimiento de una situación o condición que se logra al
obtener y organizar la información generada por la experiencia.” En este
sentido, la gestión de la información para la gestión del conocimiento consiste
en la aplicación de la información, su interpretación y aplicación para
mejorar el entendimiento de un campo de la experiencia humana, o emprender una
tarea en ese campo.
Atendiendo
a lo anterior, la gestión de la información estaría determinada por los fines a
los que sirve la gestión del conocimiento, e implica por eso mismo – como
también lo indica la convocatoria – organizar y llevar a cabo aquellas
actividades que resulten necesarias para determinar la información necesaria a
esos fines; ubicar esa información; obtenerla y almacenarla, y definir el
método más adecuado para su distribución y uso. Todo esto implica, como
se ve, la necesidad de considerar a la información como un recurso estratégico
para alcanzar metas, apoyar la toma de decisiones, aprender y crear nuevos
conocimientos.
II
Para
cumplir esas tareas y servir a esos propósitos, conviene poner en perspectiva
histórica la gestión de que se trata. La gestión del conocimiento, en efecto,
ha venido a emerger como un área específica de actividad social – esto es, de
actividad racional con arreglo a fines – en el marco más amplio del proceso de
transformación del mercado mundial en una unidad que funciona en tiempo real. A
este proceso de transformación, cuyas raíces se remontan al llamado siglo XVI
“largo” (1450 – 1650) se le conoce usualmente como proceso de globalización, y
a su resultado mayor, como mercado global.
Esto no
equivale a decir, de ninguna manera, que la gestión del conocimiento sea un
producto de la globalización. En lo más esencial, esa gestión se refiere a una
dimensión esencial del desarrollo humano a todo lo largo de su historia: la
organización y dirección de producción, aplicación y difusión del conocimiento.
Esta actividad ha estado presente en toda sociedad, desde las más primitivas a
las más modernas, y en cada una de ellas ha encontrado formas de organización
características, correspondientes a sus formas de vida y propósito.
Así, por
ejemplo, en la Grecia clásica coexistieron formas extraordinariamente refinadas
de producción de conocimiento con otras particularmente toscas de aplicación
del conocimiento a la producción material, y una difusión limitada a las formas
más abstractas del conocimiento restringida a los estratos superiores de
aquella sociedad. El paso de la Academia clásica al monasterio de la Alta Edad
Media y a la Universidad del otoño del feudalismo constituye un proceso
relativamente bien conocido de sucesión de estructuras de gestión del
conocimiento correspondientes a sociedades rurales, rígidamente estratificadas
y organizadas en lo esencial – al decir de Immanuel Wallerstein – como
economías mundo, mas no como elementos de una economía mundial.
El período
que va de 1450 a 1550 es, a un tiempo, el del nacimiento de lo que vendría a
ser la moderna sociedad capitalista – cuya primera madurez se ubica hacia 1850
-, y el de la desintegración de las estructuras de gestión del conocimiento
precedentes, y la formación de las premisas sobre las que llegarían a
integrarse estructuras nuevas. Ambos procesos están íntimamente vinculados
entre sí, y se asocian por ejemplo en el desarrollo y difusión de lenguas
nacionales cultas, que se expresa en lenguas nacionales distintas al latín
clerical hasta entonces dominante en la difusión del conocimiento. Ese proceso
alcanza su primer momento climático entre 1534 y 1611, en lo que va de la
publicación de la Biblia traducida al alemán por Martín Lutero a la de la
traducida a lengua inglesa por iniciativa de la casa reinante en Inglaterra.[2]
Ese período
es, también, el de la formación de una cultura laica, en cuyo marco se
desarrollan actividades de investigación que hoy llamaríamos “científica”,
surgen demandas de un tipo nuevo de producción de conocimiento para la
producción material – como en el caso del control de la energía hidráulica, y
empiezan a formarse especialistas laicos en la aplicación del conocimiento a
las actividades productivas. Al propio tiempo, las viejas estructuras de
gestión del conocimiento se van viendo marginadas de ese proceso de
transformación de los vínculos entre el conocimiento, la producción material y
la vida espiritual, para especializarse en la formación de los tres tipos
básicos de la intelectualidad bajo medieval: el teólogo, el abogado y el
médico.
Esta
transformación se hace evidente, por ejemplo, en hechos como la escasa –si alguna– participación de las viejas universidades en la revolución industrial de
fines del XVIII y principios del XIX, y el florecimiento – paralelo a esa
revolución – de organizaciones laicas estatales de promoción del conocimiento
científico que adoptaron el nombre de Academias o Colegios Reales. La
importancia de estas entidades se expresa, por ejemplo, en que ni Adam Smith
estudiara economía ni Charles Darwin biología en el sentido en que entendemos
hoy esas disciplinas, ni en el tipo de entidades en que vino a practicarse ese
estudio de mediados del XIX en adelante. Ninguno de los dos, por otra parte,
desempeñó su labor de investigación en entidades universitarias.
Aquel
proceso de transición vino a culminar en ese período, cuando el cascarón de la
vieja universidad medieval, con su carga de añejo prestigio, fue convertido en
el andamio adecuado para crear una entidad de nuevo tipo, destinada a
vincularse de manera cada vez más estrecha a la producción material y
espiritual de una sociedad que entonces alcanzaba su primera madurez. Así, el
viejo trívium medieval cedió lugar al positivista –ciencias naturales,
ciencias sociales, Humanidades-, y al nuevo quadrivium tecnológico, con
la incorporación de las ingenierías a la tríada anterior.[3]
Con todo,
lo fundamental consistió aquí en un cambio en la función a cumplir por la
gestión del conocimiento. En efecto, si en el medioevo esa gestión se
organizaba en torno al problema de la salvación del alma – y de la Teología
como disciplina especializada en el tema -, en el mundo moderno esa
organización pasó a girar en torno al problema de la ganancia, a la luz de la
economía como disciplina dominante.
Esta
transición vino a culminar hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX. El
desarrollo de las nuevas estructuras de gestión del conocimiento, acelerado por
las demandas siempre crecientes del Estado y del nuevo sector empresarial
dominante – industrial primero, financiero después -, vino a generar
contradicciones cada vez más agudas desde mediados del siglo XX. Es en ese
marco, desde fines del siglo XX y a lo largo del XXI se ha iniciado un nuevo
proceso de transición en cuyo marco ha emergido, como se dijo, la gestión del
conocimiento como campo específico del saber.
III
Para
comienzos del siglo XXI la gestión del conocimiento tiende a organizarse en
torno al problema de la sustentabilidad del desarrollo de la especie humana, y
asume como su eje de racionalidad a la ecología. Esta transición surge del
proceso de desarrollo y maduración de la primera cultura universal en la
historia humana – aquella creada por la generalización de los intercambios
entre todos los pueblos y todas las economías del planeta, de mediados del
siglo XVIII en adelante -, y de la crisis ecológica global surgida asociada a
la organización de dichos intercambios en torno al propósito de la acumulación
incesante de ganancias.
En el plano
del conocimiento, este proceso está asociado a dos fenómenos de especial
importancia. Uno consistió en el extraordinario volumen y diversidad de la
información generada por dichos intercambios. Así, para 1876 ya era posible
afirmar que en la naturaleza
“nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta
a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de
este movimiento y de esta interacción universal lo que impide a nuestros
naturalistas percibir con claridad las cosas más simples”.[4]
La
percepción de esa interrelación universal de los fenómenos naturales y sociales
se vio favorecida, además, por el extraordinario desarrollo de las tecnologías
de la información y las comunicaciones desde fines del siglo XIX y, sobre todo,
desde fines del XX. De allí ha resultado que la gestión de la información para
la gestión del conocimiento disponga hoy de capacidades tecnológicas que le
permiten operar con enormes volúmenes de datos de las procedencias y calidades
más diversas.
La
combinación de estos factores crea el conocido riesgo de disponer cada vez más
de mayor información y menor conocimiento. De allí la especial relevancia del
problema de la construcción de marcos de referencia que permitan cumplir con
tres propósitos básicos:
- Convertir experiencias diversas en un
conocimiento que pueda ser compartido por actores muy diferentes.
- Facilitar a cada uno de esos actores la tarea de
adecuar ese conocimiento a sus propios intereses, y
- Fomentar la interacción entre esos actores para
encarar riesgos y aprovechar oportunidades de interés común.
En relación
a problemas como los que plantea la sostenibilidad del desarrollo de nuestra
especie, nos encontramos ante desafíos de especial complejidad. En lo que hace
a la crisis ambiental global, por ejemplo, el sistema interestatal tiende a
privilegiar el tratamiento de los problemas asociados al cambio climático. Por
contraste, organizaciones como la Alianza del Milenio por la Humanidad y la
Biosfera, en su documento Consenso de los científicos sobre la necesidad de
Conservar los Sistemas Vitales de la Humanidad en el Siglo XXI[5], resalta
que el estudio de “la interacción de la gente con el resto de la biosfera desde
una amplia gama de perspectivas”, indica “que la evidencia de que los humanos
están dañando sus sistemas ecológicos vitales es abrumadora” y que “la calidad
de la vida humana sufrirá un deterioro sustancial hacia el año 2050, si
persistimos en seguir por la senda que venimos recorriendo.”
Para la
Alianza, en efecto, la crisis ambiental global se expresa –en el plano de las
relaciones entre la especie humana y la naturaleza– en cinco órdenes de
problemas principales, estrechamente relacionados entre sí: la alteración del
clima, las extinciones, la pérdida generalizada de diversos ecosistemas, la
contaminación y el crecimiento de la población humana y de los patrones de
consumo. Por contraste, el sistema interestatal tiende a un enfoque reduccionista
que concentra la atención en el cambio climático, en la dimensión tecnológica –
incluyendo aquí las técnicas de encuadramiento social, así sea en forma
subordinada -, y en el acceso a financiamiento.[6]
Atendiendo
a este tipo de situaciones, se hace evidente que la construcción de nuevos
marcos de referencia destinados a facilitar el entendimiento y la colaboración
entre organizaciones de tipo muy diverso no puede limitarse a ejercicios de
reordenamiento en el marco del trívium y el quadrivium positivistas.
En ese marco, por ejemplo, se asume que existe una diferencia –antes que una
relación– entre lo social y lo natural, y se da por supuesto que corresponde a
las ciencias naturales explicar los procesos, y a las sociales describir las
estructuras de acción colectiva y proponer las modificaciones que puedan ser
necesarias para que las mismas permitan enfrentar problemas de nuevo tipo en la
relación entre la sociedad y la naturaleza. De ese esquema básico de acción
cognitiva quedan excluidas, así, las Humanidades por un lado, mientras se
privilegia por el otro el vínculo entre ciencias naturales y tecnología en el
marco de sociedades que cambian, pero no se transforman.
Un marco
nuevo de referencia tendría que trascender la mayor parte de los supuestos que
sustentan la gestión del conocimiento para el desarrollo sostenible en la vieja
perspectiva positivista – progresista. En efecto, nos encontramos en una
situación en la cual una parte sustancial de las premisas que sustentan nuestro
pensar y nuestro actuar frente al conocimiento provienen del período histórico
anterior a la crisis ambiental global. Esto abarca desde los modelos de
organización del conocer arriba indicados hasta los marcos conceptuales con que
actuamos al interior de esos modelos mediante categorías como –por ejemplo–
las de desarrollo, desarrollo sostenible, ambiente, naturaleza, y sus
derivados.
Esa
creciente desencuentro entre la cultura de ayer y los cambios que van
definiendo nuestras opciones ante la crisis ambiental global se expresa de
múltiples maneras. Una, por ejemplo, se hace sentir en la formación de campos
de estudio nuevos, como los de la ecología política, la economía ecológica y la
historia ambiental. Otra emerge en la revaloración de los saberes populares, y
la búsqueda de mecanismos de diálogo entre éstos y los de tipo técnico y
universitario, todos ellos vinculados entre sí por su común origen en el
trabajo humano. Y otra manera más emerge en la revaloración de que vienen
siendo objeto las Humanidades en su capacidad de aportar tanto a la mejor
comprensión de los procesos de larga y mediana duración, como a la de los
lenguajes –y en particular las metáforas– que nos permiten construir el
conocimiento común que vamos adquiriendo a partir de la infinita diversidad de
la actividad humana.
NOTAS:
[1]
Contribución al conversatorio Gestión [de la información para la gestión]
del conocimiento sobre desarrollo sostenible y cambio climático. PNUMA/
REGATTA, Ciudad del Saber, 24 de septiembre de 2013.
[2] “Cuando
Lutero tradujo la Biblia al idioma alemán, la mayoría de la sociedad era
analfabeta. La Iglesia tenía el control del conocimiento, sus miembros eran
estudiosos y educados, en contraste con la sociedad analfabeta que adquiría sus
conocimientos a través de la transmisión oral, la memorización y la repetición
de los textos bíblicos. Lutero hizo posible el acceso al conocimiento, la
información y la educación, desmitificando la Biblia con el fin de lograr la
búsqueda de la verdad. Lutero facilitó la propagación del protestantismo,
siendo la primera persona que imprimió un libro, – la Biblia alemana – la cual
tradujo de un manuscrito sagrado a la lengua materna de esa nación. […] La
intención de Lutero era que el pueblo tuviera acceso directo a la fuente sin la
necesidad de intermediarios, haciendo posible la interpretación libre de los
textos sagrados y la erradicación del analfabetismo en la sociedad alemana.” http://es.wikipedia.org/wiki/Mart%C3%ADn_Lutero#La_Biblia_alemana_de_Lutero
[3] Es bueno
recordar que en la universidad medieval el trívium incluía el
aprendizaje de la gramática, la lógica y la retórica, complementadas por el quadrivium
de la aritmética, la geometría, la astronomía y la música, antes de pasar a
estudios más especializados.
[4] Engels,
Federico: “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Marx,
Carlos y Engels, Federico: Obras Escogidas en tres tomos. Editorial
Progreso, Moscú, 1976. III, 74.
[6] Con ello,
todo el proceso conduce de vuelta a la puerta de las agencias que tienen a su
cargo financiar la acumulación incesante de ganancias a escala mundial y,
ahora, proveer servicios financieros para encarar algunos de los problemas
generados por esa acumulación en campos como el de la variabilidad climática.
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