Las impactantes
imágenes de la destrucción que dejaron tras de sí un huracán y una tormenta
tropical que azotaron el sureste de México en los últimos días, han puesto en
evidencia, una vez más, la vulnerabilidad de los países latinoamericanos frente
a los fenómenos atmosféricos y los efectos del cambio climático.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
La destrucción en el estado de Guerrero, México. |
Los recuentos
preliminares de las autoridades mexicanas, cuyas cifras siguen en aumento,
hablan de al menos 80 personas fallecidas, más de 35 mil viviendas dañadas
parcial o totalmente, más de 250 mil damnificados, 50 mil personas evacuadas de
zonas de alto riesgo y un cuadro general de daños en 23 estados de la nación. Un
escenario casi apocalíptico.
Junta a la tragedia
humana y ambiental que vive México, también se han conocido en estos días
noticias de Costa Rica y Uruguay, países que sufren problemas asociados al
incremento de las lluvias en cantidad e intensidad, las inundaciones en
ciudades y zonas rurales, comunidades damnificadas -en algunos casos, con
víctimas mortales- y cuantiosas pérdidas materiales en infraestructura pública.
Este tipo de
situaciones dramáticas se vienen repitiendo, año tras año, y a escala
creciente, en prácticamente toda América Latina y el Caribe, con costos sociales,
económicos y ambientales que se arrastran sin solución a corto plazo, y que se
convierten en un sedimento pernicioso que deteriora la calidad de vida y las
posibilidades de bienestar de amplios sectores de la población en nuestro
continente.
Como lo explicaba el
informe GEO ALC 3, del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente[1],
a los factores de riesgo que acentúan la vulnerabilidad del territorio
latinoamericano y caribeño ante los eventos climáticos, asociados a las
particularidades de nuestra ubicación geográfica, se suman aquellos otros que
tienen que ver con las desigualdades y contradicciones del (mal)desarrollo de
la región, lo que resulta visible, por ejemplo, en “la aplicación de políticas
económicas con altos costos sociales y ambientales, la falta de voluntad
política para lograr un desarrollo sostenible, la urbanización descontrolada,
las limitaciones en las capacidades institucionales, la emigración –sobre todo
de fuerza de trabajo calificada–, y las restricciones tecnológicas y financieras,
que también agravan la situación socioeconómica y ambiental y reducen la
capacidad de respuesta de los países en términos de adaptación y mitigación de
los problemas ambientales globales”.
Estos problemas
estructurales, que recorren de un extremo a otro a nuestras sociedades,
producto de los procesos históricos de configuración de las relaciones
económicas y productivas entre sociedad y medio ambiente, están presentes en el
caso mexicano y empiezan a salir a la luz en el análisis de los especialistas,
tras el paso del hurácan Ingrid y la
tormenta tropical Manuel.
En su cobertura de
estos eventos, el diario La Jornada
consignó el criterio de Víctor Magaña, del Centro de Ciencias de la
Atmósfera de la UNAM, quien sostuvo que la devastación de estos fenómenos
encuentra explicación en la acción humana acumulada sobre el medio ambiente,
toda vez que “la vulnerabilidad la construimos los humanos con la falta de
orden del uso del territorio y manejo de los recursos. (…) El contexto de
vulnerabilidad es el que viene cambiando, hay gente en zonas donde antes no
había. Por ejemplo, en Acapulco y Veracruz el desarrollo no es planeado, no
toma en cuenta los altos niveles de riesgo asociados a los huracanes”. Y en
idéntico sentido, una especialista de Protección
Civil afirmó que, en el caso de Acapulco, “las afectaciones se vinculan
también a la persistente construcción de asentamientos humanos y desarrollos
turísticos que irrumpen el desagüe natural”. Es decir, la negligencia humana y
el carácter depredador de las modalidades dominantes del desarrollo capitalista
son una combinación nefasta para el futuro de nuestra América.
¿Cuánto tiempo más nos
tomará comprender que, sin una transformación profunda en las modalidades del
desarrollo dominantes, y sin una nueva cultura ambiental, que oriente nuestra
existencia en el planeta de una manera equilibrada con todos los ecosistemas,
la extinción de la especie humana dejará de ser una amenaza lejana, para
convertirse en ese horizonte de posibilidad inminente cuya sombra ya nos
alcanza en el presente?
[1]
PNUMA
(2010). Perspectivas del Medio Ambiente: América Latina y el Caribe. GEO-ALC
3. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: Ciudad Panamá. Pág. 235.
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