Aparte del hecho de que
la realización de los preceptos del Consenso de Washington deja un Estado
desmantelado con casi todas sus empresas y servicios públicos privatizados,
estudios recientes muestran que la explotación minera, petrolera, los
agronegocios y la construcción de megaproyectos de infraestructura se han traducido
en saqueo y destrucción.
Jorge Murga Armas*
/ Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
El modelo de
acumulación capitalista centrado en la explotación de los recursos naturales,
los agronegocios y la construcción de megaproyectos de infraestructura, ha
tenido ya serias consecuencias para la nación: desalojo de pobladores,
destrucción del medio ambiente, desarticulación de sociedades campesinas,
resurgimiento y agudización de conflictos sociales, violación de derechos de
comunidades y pueblos indígenas, entre otras.
Ese modelo, no obstante
sus impactos ambientales y sociales,[1]
ha sido promovido e incluso defendido por los gobiernos de turno. De Álvaro
Arzú (1996-2000) a Otto Pérez Molina (de 2012 a la fecha), en efecto, la
continuidad en la aprobación de numerosas licencias de explotación minera y
petrolera, la política gubernamental favorable a la expansión incontrolada de
cultivos de caña de azúcar y palma africana[2]
y la construcción de represas e hidroeléctricas en diversos puntos del país,[3]
confirman tal afirmación. Esto puede verificarse fácilmente si revisamos la
historia económica reciente.
El proyecto de la burguesía
Después de la firma de
la paz, la cual causó muchas expectativas sobre la democratización de la
tierra, el proceso de implementación de los Acuerdos de Paz permitió hacer el
balance de los múltiples elementos que conforman la estructura agraria:
tenencia de la tierra y uso de los recursos naturales, sistemas y mecanismos de
crédito, procesamiento y comercialización, legislación agraria y seguridad
jurídica, relaciones laborales, asistencia técnica y capacitación,
sostenibilidad de los recursos naturales y organización de la población rural.
De manera concluyente, el Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación
Agraria declaraba que “la transformación de la estructura de la tenencia y el
uso de la tierra debe tener como objetivo la incorporación de la población
rural al desarrollo económico, social y político, a fin de que la tierra
constituya para quienes la trabajan base de su estabilidad económica,
fundamento de su progresivo bienestar social y garantía de su libertad y
dignidad”.[4]
Pero el objetivo de la
burguesía guatemalteca no era hacer lo que planteaban los Acuerdos de Paz.[5]
Al mismo tiempo que negociaban la finalización de la guerra interna, sus
operadores políticos lanzaban una ambiciosa campaña por la inversión
energética, minera y petrolera en el país.[6]
Basado en la privatización de las empresas estatales y servicios públicos, la
desregularización de los mercados, la liberalización del comercio
internacional, la eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras
directas y la protección a la propiedad privada; el Consenso de Washington se
ajustaba más a sus intereses que los necesarios Acuerdos de Paz. Estos, según
pudo establecerse posteriormente, eran sólo un requisito para consolidar el
modelo económico neoliberal.[7]
Consolidación de un modelo económico de carácter colonial
Si es cierto que el
Consenso de Washington estableció los preceptos económicos y políticos del
modelo neoliberal, también es verdad que la consolidación de este modelo en
Guatemala se realizó a través del Tratado de Libre Comercio entre Estados
Unidos, Centroamérica y República Dominicana (DR-CAFTA, por sus siglas en
inglés)[8]
y el Plan Puebla Panamá (PPP)[9]
—después llamado Proyecto Mesoamérica—.
Con el DR-CAFTA,
efectivamente, las grandes empresas obtienen todas las garantías posibles para
sus asuntos y al Estado se le relega al plano de “gestor” de buenas
inversiones. Con el argumento de que se necesita “atraer inversiones
productivas” al país, lo cual en el lenguaje del “libre comercio” significa que no se debe poner
ningún “obstáculo” a los “inversionistas”, y con la explicación de que es igualmente imperioso fomentar la “libre competencia” y el “libre mercado”, es decir, la eliminación
de cualquier tipo de barreras comerciales a los empresarios, al Estado se le
reduce a una especie de oficina de fomento de inversiones. En otros términos,
ante los compromisos asumidos con la firma del Tratado de Libre Comercio con
Estados Unidos, el Estado guatemalteco no puede ni debe intervenir en los
asuntos de los grandes empresarios nacionales y extranjeros, ni establecer los
más elementales mecanismos de protección de la economía nacional. Guatemala,
pues, queda a merced de las grandes empresas transnacionales y nacionales sin
que su “bondad” pueda garantizar un futuro promisorio para los guatemaltecos.
El Plan Puebla Panamá,
por su parte, al tiempo de plantear la liberalización de los recursos naturales
y tierras agrícolas, la apropiación o gestión privada de la biodiversidad, la
explotación por el sector privado del turismo, la facilitación del intercambio
comercial, la interconexión energética y la integración de las
telecomunicaciones; impulsa un modelo de “integración regional” con fines
comerciales que pone a disposición de la inversión privada el territorio y los
recursos naturales y humanos de la región, y prepara las condiciones físicas
necesarias (carreteras, puertos, aeropuertos, aduanas) para el avance y
consolidación del Área de Libre Comercio de las Américas.[10]
Será sobre esas bases
que las clases empresarial y política en el poder definen los ejes del modelo
económico que hará de Guatemala un Estado neoliberal de fuertes rasgos
coloniales: Si durante el régimen colonial la riqueza que se extrae del país
beneficia en gran medida a la Corona española y en menor grado a la clase
criolla; con el modelo económico neoliberal (corolario de más de un siglo de
dominio liberal) buena parte de esa riqueza beneficia a las empresas extranjeras
y en menor grado a la burguesía local. Tenemos, pues, un modelo económico que
en condiciones históricas distintas reproduce objetivos similares: extracción y
traslado de la riqueza nacional hacia otras latitudes, a cambio de dejar una
parte de esa riqueza a la clase dominante local y un porcentaje irrisorio al
Estado.
Veamos cuáles han sido
las consecuencias para Guatemala de la implementación de ese modelo.
Consecuencias del modelo
Aparte del hecho de que
la realización de los preceptos del Consenso de Washington deja un Estado
desmantelado con casi todas sus empresas y servicios públicos privatizados,[11]
estudios recientes muestran que la explotación minera, petrolera, los
agronegocios y la construcción de megaproyectos de infraestructura se han traducido
en saqueo y destrucción.
En efecto, además de
abrir la puerta a la privatización de las empresas generadoras y distribuidoras
de electricidad, la Ley General de Electricidad aprobada en 1996 facilitará
también la concesión de los recursos hídricos de la nación a las empresas
privadas. Fue sobre esa base, ciertamente, que el gobierno de Óscar Berger
(2004-2008) inició la definición de políticas energéticas que heredará a la
administración de Álvaro Colom (2008-2012). Con esas directrices, ésta se propuso
fortalecer la plataforma institucional existente[12]
y promover la construcción de proyectos hidroeléctricos y plantas carboneras
para avanzar hacia el objetivo final fijado en el Plan de Expansión Indicativo
del Sistema de Generación 2008-2022: reducir la dependencia de los
hidrocarburos y producir casi dos tercios de la electricidad por medio de
hidroeléctricas en el 2022.
Se avanza entonces en
la interconexión con México, El Salvador y Honduras, se pone énfasis en los
proyectos binacionales con el Salvador y México —todo ello según lo previsto en
el Plan Puebla Panamá— y se concesionan nuevos proyectos hidroeléctricos.
Estos, al instante, provocan el rechazo de las comunidades afectadas que se
oponen al otorgamiento de sus territorios y recursos naturales a capitales
locales y transnacionales. El caso más conocido, aunque no el único, es el del
proyecto Xalalá en los municipios de Ixcán, Uxpantán y Cobán, en los
departamentos del Quiché y Alta Verapaz, cuya licitación fracasó en noviembre
de 2008 debido a la falta de ofertas de las empresas transnacionales y locales
en un contexto de fuerte oposición comunitaria.
Esto no impidió que la
administración Colom adicionara a la lista de proyectos hidroeléctricos
aprobados y en operaciones desde 1998, otra de plantas térmicas e
hidroeléctricas a construirse en los próximos años.[13]
Entre éstas sobresalen los proyectos hidroeléctricos Renace II sobre el río
Cahabón, en San Pedro Carchá, Alta Verapaz (propiedad del Grupo Multi
Inversiones de la familia Gutiérrez-Bosch), el cual se estima generará 163
megavatios de energía con una inversión de 320 millones de dólares; e
HidroXacbal sobre el río Xacbal, en San Gaspar Chajul, El Quiché (propiedad del
Grupo Terra de Honduras), que generará según estimaciones 94 megavatios de
energía a un costo de 190 millones de dólares.
La continuidad de la
política privatizadora del sector eléctrico ha sido evidente durante la
administración de Otto Pérez Molina. Además de profundizar el proceso de
licitación y concesión de proyectos hidroeléctricos a empresas extranjeras y
nacionales (Xalalá, por ejemplo), y de reprimir a las poblaciones que se oponen
valientemente a la construcción de hidroeléctricas en sus territorios (Santa
Cruz Barrillas, por ejemplo), su gobierno impulsa discretamente el Proyecto de
Electrificación Territorial (PET) que interconectará a los productores de
electricidad con los grandes consumidores del Mercado Mayorista. Entre ellos,
la industria minera, Cementos Progreso, Cervecería Centroamericana y Aceros de Guatemala,
los mayores demandantes de energía eléctrica del país.[14]
Por otro lado, las
concesiones mineras otorgadas a partir de 1997 también colocan al país en manos
del gran capital: en el 2005, por ejemplo, el 10% del territorio guatemalteco
estaba cubierto por permisos mineros, la mayoría de los cuales está en manos
extranjeras. Esto, lamentablemente, tendrá un costo ambiental y social enorme.
Además de explotar la riqueza minera de la nación a cambio de un insignificante
1% de regalías para el Estado, las empresas transnacionales provocan la pérdida
de acceso a la tierra por las comunidades afectadas, la contaminación del agua
y una enorme conflictividad social. Ese ha sido el caso de la mina Marlin en
los municipios de San Miguel Ixtahuacán y Sipacapa en el departamento de San
Marcos,[15]
y situaciones similares se repiten en otras regiones mineras de la nación.[16]
La explotación
petrolera en el Parque Nacional Laguna del Tigre (PNLT) también tendrá
resultados lamentables.[17]
En efecto, el análisis de los impactos financieros realizado en el marco del
“Informe sobre las consecuencias sociales y ambientales de las actividades de
la Empresa Perenco Guatemala Limited”, del Colectivo Guatemala con sede en
Francia, “muestra que los beneficios económicos para el Estado son mínimos,
mientras que el impacto de la explotación petrolera en el medio ambiente sería,
por su lado, muy negativo”.[18]
Estudios efectuados
para determinar el impacto de la explotación petrolera sobre el Parque Nacional
Laguna del Tigre coinciden en señalar los efectos negativos, ya evidentes, de
dicha actividad económica en esa área protegida. Con no pocos detalles, la
organización Parkswatch enumeró en 2003, 1) contaminación del aire y del suelo;
2) tala de árboles para la construcción de los pozos (deforestación); 3)
reducción anormal del número de pájaros cerca de los pozos; 4) apertura de
brechas, caminos y carreteras para el mantenimiento del oleoducto, lo cual
motiva la instalación de las comunidades (deforestación e “invasiones”); 5)
deforestación, quema de partes del bosque por las comunidades instaladas; así
como 6) irresponsabilidad de la empresa con respecto a la colonización humana
del PNLT.[19]
Además de señalar el
“incumplimiento de los compromisos contraídos por la empresa para el desarrollo
de las comunidades”, el Colectivo Guatemala presenta una lista de “impactos
sobre derechos humanos”. Allí, producto de la militarización de la zona, se
advierte la violación del derecho a la libre circulación de las personas, del
derecho al trabajo, del derecho a la salud y a la libertad de reunión.
El poder de las
transnacionales y sus socios locales es tal, que inmediatamente después de que
el gobierno aprobara la prórroga del contrato 2-85, la empresa Perenco G. L.
anuncia una donación de U$ 13 millones para ayudar a la reconstrucción de la
zona luego de la erupción del volcán de Pacaya y la tormenta Agatha. Este
hecho, que no sería criticable si esa ayuda no hubiese sido acompañada de U$ 3
millones más para financiar el establecimiento de seis nuevos destacamentos
militares en la zona del Parque Nacional Laguna del Tigre, muestra cuál es la
verdadera misión del ejército en una nación donde el Estado ha sido privado de
su soberanía.
Al mismo tiempo, los
cultivos de caña de azúcar y palma africana han generado un proceso de
concentración y reconcentración de la propiedad agraria en manos de un reducido
número de empresarios y grupos corporativos que compran o arriendan tierras
para establecer sus plantaciones en buena parte de la Franja Transversal del
Norte y el Petén.[20]
Este fenómeno, lo podemos imaginar, ha tenido fuertes impactos ambientales,
sociales y agrarios.
Hasta el 2003, según el
IV Censo Nacional Agropecuario, 49 fincas con una superficie total de 31,185
hectáreas sembradas de palma africana, produjeron 7,040,225 quintales de
materias primas destinadas especialmente a la producción de aceites esenciales
y grasas para la industria alimenticia y de jabones. En 2007, en cambio, la
Encuesta Nacional Agropecuaria estableció que el número de fincas dedicadas a
ese cultivo había aumentado a 1,049 y que la superficie cultivada alcanzaba
65,340 hectáreas, o sea, el doble de lo reportado por el censo.[21]
El mismo fenómeno se
puede apreciar con el cultivo de caña de azúcar. En 2003, según el Censo Nacional
Agropecuario, existían 188,775 hectáreas cultivadas en todo el país. De estas,
el departamento de Escuintla tenía sembradas 154,620 hectáreas y concentraba el
87% de la producción. Suchitepéquez, por su parte, contaba con 20,970 hectáreas
plantadas y reunía al 8.25% de la producción. Dos departamentos, pues,
concentraban el 93.0% de las tierras dedicadas a ese cultivo. Pero la Encuesta
Nacional Agropecuaria del 2007 reveló incrementos tanto en la producción como
en el número total de hectáreas sembradas: 260,896 hectáreas en total. Las
cifras, en efecto, reflejan un incremento de 1.55% en la producción y un
aumento de 38.2% en el total de tierras plantadas: 72,121 hectáreas más en tan
sólo cinco años.[22]
Además del costo social
pagado por los campesinos de las regiones donde se desarrollan plantaciones de
palma africana y caña de azúcar, su expansión incontrolada provoca en muchos
casos destrucción de bosques, movimientos de tierras, contaminación y muchas
veces drenaje y desecado de pantanos, lagunas y otras fuentes de agua, en fin,
la eliminación parcial o total de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad.
Hecho lamentable en un país cuyo nombre significa “Tierra de muchos árboles”.[23]
Conclusión
Vemos que si la
explotación minera y petrolera, los agronegocios y los proyectos de
construcción de represas e hidroeléctricas cuentan siempre con el respaldo
oficioso de los gobiernos de turno, es porque ellos constituyen el corazón del
modelo económico neoliberal que interesa especialmente a las grandes empresas
locales y transnacionales.
Ese modelo, aunque
suene espantoso, recuerda la permanencia de una especie de situación colonial
en Guatemala. Como en los peores años de la colonia, la riqueza de la nación se
traslada al extranjero mientras la clase dominante local aumenta la suya a
cambio de defender, a cualquier costo, el modelo económico imperante.
NOTAS:
* Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales
de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
[1] Jorge Murga Armas, Impactos ambientales y sociales de los
agronegocios en Guatemala (Primera parte), Revista Economía, No. 196,
IIES-USAC, Guatemala, abril-junio 2013, pp. 1-22. Jorge Murga Armas, Impactos ambientales y sociales de los
agronegocios en Guatemala (Segunda parte), Revista Economía, No. 198,
IIES-USAC, Guatemala, octubre-diciembre 2013, pp. 1-18. Jorge Murga Armas, Impactos ambientales y sociales de la
construcción de represas e hidroeléctricas en Guatemala, Revista Economía, No. 199, IIES-USAC,
Guatemala, enero-marzo 2014, pp. 45-58.
[2] Jorge Murga Armas, El costo social de la producción de
agrocombustibles en Guatemala, Boletín Economía al día, No. 6, IIES-USAC,
Guatemala, junio 2011.
[3] Jorge Murga Armas, (enero-marzo
2014), op. cit.
[4] Acuerdo sobre Aspectos
Socioeconómicos y Situación Agraria, firmado en México, Distrito Federal, el 6
de mayo de 1996.
[5] Jorge Murga Armas, La cuestión agraria diez años después de la
firma de la paz en Guatemala, Revista Economía, No. 172, IIES-USAC,
Guatemala, abril-junio 2007, pp. 73-108.
[6] Jorge Murga Armas,
(abril-junio 2013), op. cit.
[7] Jorge Murga Armas,
(abril-junio 2007), op. cit.
[8] Véase Jorge Murga
Armas, La trama del DR-CAFTA en
Guatemala, Boletín Economía al día, No. 7, IIES-USAC, Guatemala, julio
2005.
[9] Véase Jorge Murga
Armas, Guatemala en el Plan Puebla
Panamá. Las tramas de este modelo de integración regional, Revista
Economía, No. 169, IIES-USAC, Guatemala, julio-septiembre 2006, pp. 51-81.
[10] La Declaración conjunta
de la Cumbre Extraordinaria de los países integrantes del Mecanismo de Diálogo
y Concertación de Tuxtla, del 15 de junio de 2001, es explícita: «Renovar
nuestro compromiso para avanzar en la materialización de un mayor intercambio
comercial no discriminatorio de bienes y servicios entre los países
mesoamericanos mediante la ampliación e implementación de los acuerdos de libre
comercio suscritos y por suscribir a futuro, nuestro apoyo al proceso de
apertura comercial hemisférica que debe culminar en el Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA)....».
[11] Mientras que el
gobierno de Vinicio Cerezo Arévalo (1986-1990) privatizó la empresa estatal de
transporte aéreo AVIATECA e intentó privatizar el Instituto Nacional de
Electrificación (INDE), el de Jorge Serrano Elías (1990-1993) inauguró la
privatización del sector eléctrico. La administración de Ramiro de León Carpio
(1993-1996), por su parte, apoyó la formulación de la Ley General de
Electricidad que promovía la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
(USAID) y el Banco Mundial (BM) para privatizar el sector eléctrico. Véase
Jorge Murga Armas, (enero-marzo 2014), op.
cit. Después, el gobierno de Álvaro Arzú consumará la privatización de la
mayor parte de empresas estatales y servicios públicos. En efecto, a partir de
1997 fueron privatizados el Instituto Nacional de Comercialización Agrícola
(INDECA), la Procesadora de Lácteos (PROLAC), Ferrocarriles de Guatemala
(FEGUA), Banco Nacional de Desarrollo Agrícola (BANDESA), Correos y Telégrafos,
Empresa Eléctrica de Guatemala, S. A. (EEGSA), Servicios de Distribución de
Energía Eléctrica del INDE, la Empresa Guatemalteca de Telecomunicaciones
(GUATEL), algunos servicios de atención de carreteras, gran parte del sistema
bancario y en menor grado los servicios públicos de educación, salud, de la
Policía Nacional Civil y del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS)
y relacionados con los de naturaleza ecológica. Véase Alfonso Bauer Paiz, Corrupción e Impunidad, Revista Economía, No. 175, IIES-USAC,
Guatemala, enero-marzo 2008, pp. 1-92.
[12] El Programa Nacional de
Competitividad (PRONACOM), la Agencia de Promoción de Inversión Extranjera
Directa (Invest in Guatemala) y la Comisión Nacional de Energía Eléctrica
(CNEE).
[13] Jorge Murga Armas, (enero-marzo
2014), op. cit.
[14] Ibid.
[15] Jorge Murga Armas,
(abril-junio 2013), op. cit.
[16] Justo en el momento en
que escribíamos estas líneas (23 de mayo de 2014) estalló nuevamente el
conflicto provocado por una concesión minera en San José del Golfo, departamento
de Guatemala. Con fuerte apoyo policial, la empresa minera introdujo parte de
su maquinaria en “La Puya” para iniciar la explotación de oro y plata de la
mina El Tambor, no obstante la oposición de los pobladores que se resisten
desde hace dos años.
[17] Jorge Murga Armas,
(octubre-diciembre 2013), op. cit.
[18] Collectif Guatemala,
PERENCO. Explotar petróleo cueste lo que cueste. Informe sobre las
consecuencias sociales y ambientales de las actividades de la empresa Perenco
Guatemala Limited, noviembre de 2011, Guatemala, pp. 21, 34 y 35.
[19] ParksWatch, Perfil de Parque-Guatemala. Parque Nacional
Laguna del Tigre, Guatemala, 2003, pp. 16-18. Citado en Collectif
Guatemala, op.cit., pp. 30-31.
[20] Jorge Murga Armas,
(junio 2011), op. cit.
[21] Ibid.
[22] Ibid.
[23] El nombre de Guatemala
se deriva de la palabra náhuatl Quauhtlemallan
correspondiente a la de la toponimia K’iche’
= Muchos árboles o Tierra de muchos árboles. La traducción fue realizada por
los tlascaltecas que acompañaron desde México a las tropas españolas
encabezadas por Pedro de Alvarado durante la conquista militar iniciada en
1524.
1 comentario:
En relación a la disputa territorial en Peten, entre otros temas, recomiendo: http://www.mx.boell.org/downloads/DISPUTA_-_RECURSOS_ESTRATEGICOS_1.pdf
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