La discusión sobre la posibilidad de habilitar la reelección indefinida
en Ecuador genera debate en todos los sectores políticos. En esta edición,
publicamos un texto que polemiza con la posición
del articulista Jaime Galarza, que diéramos a conocer en nuestra edición anterior.
Jaime Muñoz* /
Especial para Con Nuestra América
Desde Quito, Ecuador
La posible reelección de Correa agita la política ecuatoriana. |
"Desde un punto de vista
revolucionario, la reelección, como principio, debe ser sostenido y respetado;
la alternancia nunca fue, en ninguna parte del mundo, garantía de cambios
sociales,". Esta es la opinión del intelectual ecuatoriano Jaime Galarza
Zabala (La
Reelección. El Telégrafo, 19.6.2014. Pág. 12), enunciado con el que
discrepamos radicalmente.
La reelección no es revolucionaria
ni reaccionaria. Podría, más bien, tipificarse como un recurso eminentemente
conservador.
Recurso que ha sido utilizado por las dictaduras más sangrientas
pero también por el primer Estado obrero del mundo, el instaurado por la
Revolución Bolchevique, cuyo trágico desenlace conocemos de sobra, tras un
proceso degenerativo que derivó en la instauración de una burguesía estragada,
aliada al narcotráfico, al tráfico humano, al contrabando y más aberraciones
del sistema (lo que es, por lo demás, argumento de los ideólogos del
“socialismo del siglo XXI” para renegar de principios básicos del marxismo,
estigmatizándolos con el calificativo de obsoletos, como si la existencia de
las clases y su lucha lo fueran, y olvidados de que esas desviaciones del
“socialismo real” fueron contrarias a la esencia del marxismo).
Se argumenta que, para dar
continuidad a un proceso de cambios profundos, la permanencia del líder
en el mando del Estado es necesaria. Tal argumento es revelador de la
endeble condición del Movimiento base del proceso llamado Revolución
Ciudadana, sin poder prescindir del líder, como si no hubiese cuadros lo
suficientemente preparados para el propósito. Revelador, también, de la
personalidad excluyente de Correa, que no acepta como colaboradores a quienes
discrepen, aun levemente, de sus criterios, por relevante que sea su claridad
política y su capacidad conductora; y que privilegia el culto a su personalidad
y el adulo.
La perennización del líder de esa
llamada revolución ha constituido, precisamente, el freno al proyecto
primigenio de 2006 y de 2008, su retroceso, vía exclusión de los dirigentes de
izquierda en el seno del Movimiento, a los que, para perfeccionar tal
exclusión, se califica impunemente de traidores. Vía incorporación de elementos
de la derecha (el vicepresidente Glass, la activista del opus dei, Dra. Viviana
Bonilla, el doctor Omar Simon, más la vieja cúpula de la partidocracia que lo
acompaña: los hermanos Alvarado y el Dr. Mera). Pero sobre todo vía:
reprimarización de la economía, impulsando la explotación petrolera y de la
minería a cielo abierto, contrarias al espíritu de la Constitución de 2008;
elaboración de leyes contrarias a la esencia democrática y
revolucionaria, como el Código Orgánico Integral Penal, de características
represivas, según el cual todos los ecuatorianos somos culpables mientras no se
demuestre lo contrario, y desde cuyos artículos se persigue y encarcela a los
dirigentes populares; como el decreto ejecutivo 016, de control social, cuyos
rasgos fascistoides son evidentes; proyectos anti obreros, como el Código
Laboral, en cuyo texto y su proceso en marcha, se borran de un plumazo derechos
conquistados tras sostenidas luchas obreras, a menudo cruentas, desde la
promulgación, en 1938, del Código del Trabajo.
No puede entenderse un proceso
revolucionario que echa a la calle a miles de burócratas del Estado, que
reniega de los contratos colectivos entre el Estado y los trabajadores, que
suprime, en el proyecto, el derecho de huelga, que acaba con la
participación de los trabajadores en las ganancias empresariales –en franca
contradicción con el postulado de redistribución de la riqueza-, que destruye
la estabilidad laboral privilegiando los contratos a corto plazo; y que
condiciona la estabilidad de los servidores públicos a la afiliación a AP y a
la lealtad acrítica a sus políticas –acompañada del miedo que genera en
los servidores públicos y el silencio a las irregularidades y manifestaciones
de corrupción. Ni puede entenderse un proceso revolucionario que, con
argumentos paupérrimos del propio Presidente, reniega de su antiguo y legítimo
rechazo a los TLC y se apresta a firmarlo con la UE, como si el cambio de
denominación a Tratados de Asociación modificara el carácter asimétrico de ese
tratado, perjudicial para los campesinos, los pequeños empresarios, el pueblo
todo, y aun a la soberanía nacional, al privilegiar sus disposiciones por sobre
la propia Constitución de la República. (Los pueblos colombiano y peruano
sufren ya las consecuencias de la aplicación de esos tratados).
Lo hemos dicho más de una vez, no
hay Revolución sin ética. Un proceso en el que campea la corrupción (denunciada
por el propio columnista, Dr. Galarza) no puede ser revolucionario.
Podría, legítimamente, suponerse que algunos de quienes respaldan, desde las
huestes burocráticas del Estado, la reelección indefinida, buscan tapar las
cacas que salpican por todas partes al funcionamiento administrativo. O cuando
menos la permanencia de los interesados en los roles de pago del Estad.
(Recuérdese, a propósito del tema, que el presidente de la cleptocracia, el
“dictócrata” Lucio Gutiérrez, dijo en una entrevista televisada, a dos o tres años
de instalado el gobierno de AP, palabras más palabras menos: Si Correa me sigue
acusando de ladrón, diré lo que yo sé. Y cuya respuesta desde el gobierno
fue….. el silencio). Y lo que pareció insólito: la declaración del propio
Presidente Correa, quien dijo, muy suelto de huesos, a propósito del affaire
Fabrizio Correa y la demanda de sanción por las irregularidades
contractuales: “¿Saben por qué no enjuicio a mi hermano? Porque no me da la
gana”. Frase cargada de prepotencia que recuerda, ni más ni menos que al
inefable Abdalá Bucaram de la “regalada gana”). Sin ética, no hay revolución.
El pueblo, unido, una vez más será vencido, a menos que las fuerzas contestatarias, sin arribismos ni oportunismos, se reorganicen y encuentren otra alternativa, ella sí revolucionaria.
Nada de lo descrito
en este panorama son: “furibundas acusaciones, calumnias y conspiraciones”. Son
hechos tangibles, la mayoría de ellos comprobables en los archivos de los
medios. De modo que el decálogo que propone Jaime Galarza en el artículo de
marras está incompleto. Porque no es
suficiente la “tolerancia a las discrepancias internas y a la crítica externa”
(Numeral 5 del decálogo), sino que precisa una autocrítica implacable y, tras
ella, una depuración de todo elemento de la derecha prevaleciente en el
gobierno. ¿Es ello posible, cuando el líder parece ser el artífice de ese giro
a la derecha?
Y es que el proyecto
de “revolución ciudadana” devino en uno de modernización del capitalismo, con
todo el costo social que ello comporta, sobre todo la explotación inmisericorde
de la Naturaleza y el sacrificio a los trabajadores, porque esa es la demanda
de los empresarios “patriotas”, aquéllos que quieren “invertir” en el país,
aunque también llegan los inversores extranjeros (empresas chinas que pretenden
violar las leyes laborales y maltratan a los trabajadores ecuatorianos); y los
créditos fabulosos del Banco Mundial –otrora justamente criticado por el
mandatario- devenido, de pronto, en desinteresado “ayudador” del Tercer Mundo
hacia su desarrollo.
La campaña
antigubernamental desde la derecha socialcristiana - Madera de guerrero, democristiana,
Creo, Suma y otros no parte de las críticas a la inconsecuencia con los
postulados de la plataforma electoral de 2006.
Es –como bien señala el Presidente Correa- un intento de reconquista del
viejo poder neoliberal que hizo trizas al Estado. Por lo mismo, difiere 100% de la oposición de
las organizaciones sociales y de lo que queda de izquierda radical, pues esta última critica el giro a la derecha
de la RC y su líder, el abandono del proyecto socialista declarado hace 7 años
y poco a poco olvidado aun en el discurso oficial y todo el aparataje con que
se monta la modernización capitalista del Estado y de la sociedad. La oposición
de izquierda es la oposición todavía falta de cohesión y a la cual, desde el
discurso del líder y sus ideólogos, se la responde con el solo argumento fácil
y deleznable de “cómplice boba” de la derecha. Hecho que constituye una suerte
de transferencia al otro de su propio pecado.
Pues es evidente la conformidad y satisfacción de amplios sectores
empresariales con las políticas económicas del gobierno, orientadas a
fortalecer a los grandes empresarios importadores y exportadores, con las
pequeñas salvedades de intentos de proteger la industria nacional, impugnadas
estas medidas por los importadores que claman por la liberalización aduanera.
De ahí que nos sorprenda el numeral del
decálogo de Jaime Galarza que dice: “9. Limitación clara y precisa del
crecimiento del capitalismo, a fin de que no desborde el desarrollo armónico de
la sociedad”. Enunciado de una ingenuidad que extraña y duele dicha por quien
se nutrió en las fuentes del marxismo.
Como si fuera factible poner freno al afán acumulador del gran capital,
a su solo empeño de explotación de la mano de obra humana y al lucro desaforado,
con procedimientos que no sean radicales. Y como si no fuese, también, evidente
que las más recientes políticas gubernamentales están orientadas precisamente a
estimularles, pues la RC “no quiere lesionar a los ricos”. Correa dixit.
Finalmente, si la
reelección va –como es evidente que va- sin consulta al soberano para
legitimarla, no es descabellado suponer que la vieja derecha –reagrupada, como
bien señala el Presidente- coseche los
desatinos del actual gobierno y, enarbolando la “legitimidad y bondad” de la
“libre empresa”, del mercado como elemento dinamizador del economía –muletilla
del neoliberalismo- vuelva a sus afanes privatizadores y a la implantación de
un neoliberalismo galopante, con desmantelamiento del Estado incluido;
fortalecimiento de las fuerzas represivas y utilización, más desaprensiva que
hoy, de las leyes que para reprimir al pueblo y su protesta, viene implantando
la “revolución ciudadana”. Y claro, como
es costumbre, echarán la culpa al “izquierdismo infantil” “puesto al servicio
de la derecha”. Si tal no ocurre, si es
reelegido el líder de la RC (factible también, si se considera el aparato
estatal a su servicio), la danza actual continuará, siempre en desmedro de la
democracia y de los derechos ciudadanos, de los intereses populares.
El pueblo, unido, una vez más será vencido, a menos que las fuerzas contestatarias, sin arribismos ni oportunismos, se reorganicen y encuentren otra alternativa, ella sí revolucionaria.
*El autor es educador y sicólogo, autor de “El quiteño que no pudo vender su alma al diablo (anécodtas humorísticas)” y la novela “El Silencio del Verbo”, además de numerosos comentarios de contenido político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario