La palabra de moda en Cuba es “actualización”. Así llaman
el gobierno y el Partido Comunista al proceso que, entre otros objetivos, debe
llegar a una economía donde el Estado no pese más del 60 por ciento. Uno de los
principales politólogos de La Habana, Luis Suárez Salazar, explica los matices de la nueva etapa.
Martín Granovsky / Página12
Luis Suárez Salazar |
Vive, investiga y enseña
en La Habana, donde integra el Comité Académico de la Maestría de las
Relaciones Internacionales que dicta el Instituto Superior de Relaciones
Internacionales Raúl Roa García, adscripto al Ministerio de Relaciones
Exteriores de Cuba. Y al mismo tiempo el politólogo Luis Suárez Salazar
disfruta no sólo de los intercambios en América latina (fue miembro directivo
del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y es un participante activo de
sus encuentros), sino también de los Estados Unidos.
En Nueva York, Suárez
Salazar participó de un seminario de puesta al día sobre Cuba organizado por
Clacso y el observatorio latinoamericano de la New School. Después voló a
Chicago para el congreso de Asociación de Estudios Latinoamericanos. Allí, en
el espacio de Clacso, accedió a dialogar con Página/12 sobre lo que Cuba llama
desde 2011 “actualización”, que es el cambio económico pero no sólo eso.
–En los últimos años los
cubanos con los que uno puede hablar –funcionarios o investigadores, o alguna
vez ciudadanos de a pie en La Habana– parecen conjeturales, cercanos a los
escenarios de ensayo-error y esperanzados en que las transformaciones sociales
salgan bien. Dicen mucho “creo” y “ojalá”.
–Realmente hoy en
diferentes sectores de la sociedad cubana uno encuentra muchos márgenes de
incertidumbre relacionados con el impacto de la actualización. En la vida
cotidiana, en la familia... En todo.
–¿Por qué justo ahora?
–Porque es el momento en
que la actualización está afrontando uno de sus temas más complejos, que es la
eliminación de la doble dualidad monetaria. No es un acto simplemente
administrativo. No es una decisión abstracta sobre si la economía se queda con
el peso cubano convertible o con el no convertible. Tiene que ver con un hecho
real, y si la estructura económica del país no puede sustentar la decisión, al
final podrían reproducirse fenómenos ya ocurridos en otros países. Podría pasar
que se cambia la moneda, pero la inflación te la devora y te va quitando los
ceros. Por eso es mejor no simplificar la realidad.
–No es un juego de letras
entre el peso cubano, el CUP, y el peso cubano convertible, el CUC.
–No. Al final del camino
de la eliminación de la dualidad en lo económico y social el problema mayor es
saber cuál va a ser el poder adquisitivo real de la moneda, sea cual fuere.
Cuántos bienes y servicios puedo adquirir para satisfacer las necesidades
básicas y esenciales. Eso les genera incertidumbre a muchas personas. Ya hay
una especie de acostumbramiento a la dualidad monetaria. Las personas y las
familias vienen estableciendo estrategias frente a esa realidad. Sin considerar
el mercado negro, que es otro asunto, un cubano domina el panorama de cuatro
mercados, incluyendo el de los cuentapropistas.
–Sea mala o buena para
cada uno, ésa es la realidad de la costumbre cotidiana.
–Y a partir de allí puede
haber un elemento de contradicción, porque todo proceso complejo genera
contradicciones. Lo esencial, por supuesto, es que la economía tenga capacidad
de sustentación. Que sectores claves como el alimentario no dependan tanto de
las importaciones, porque además importarían inflación. Y que, a la vez, se
realice con éxito el reordenamiento empresarial para la llamada empresa estatal
socialista. Si no hay una medida única para evaluar la eficacia, todo se
distorsiona. El sector estatal sigue siendo un componente enorme de la economía
y funciona con más de una moneda.
–Pero el plan de
actualización económica quiere reducir el peso del sector estatal de la
economía.
–Sí, la apuesta es que el
sector estatal mantenga un peso de sólo el 60 o el 70 por ciento. Cuba era una
de las economías más estatalizadas de los procesos socialistas. Estaban fuera
los pequeños agricultores y las cooperativas agrícolas. El Estado mantiene el
control del comercio exterior.
–Los cubanos,
funcionarios y no funcionarios, también parecen metidos de lleno en una
dinámica que tendrá mucho de ensayo-error.
–No hay sólo
incertidumbre. También cuentan los deseos y las expectativas. Aunque los
lineamientos aprobados por el congreso del Partido Comunista plantearon un
grupo grande de objetivos, quedaba claro que de hecho habría espacio para una
cierta dosis de ensayo y error. También habría espacio para que surgieran nuevas
demandas o exigencias que –aun cuando no hubiesen sido expresadas– habría que
abordar. Como no soy adivino pero creo que la prospectiva sí es importante,
para el análisis yo me muevo en una gama de escenarios. Pero en última
instancia todo se moverá con tiempos políticos.
–¿Cuál es el peor
escenario?
–Que el impacto de la
actualización sea muy adverso, y eso con independencia de la voluntad
colectiva. Si es muy adverso puede crear costos sociales y políticos que la
sociedad no esté dispuesta a absorber.
–¿Hay otro escenario
menos crítico?
–Bueno, el proceso de
actualización se basa en una secuencia política. Deberá ir creando a cada
momento los consensos políticos necesarios para avanzar. Sin consensos no se
puede construir un 40 por ciento de la economía que no esté en manos del
Estado.
–Eso supone el
funcionamiento de nuevos actores. De nuevos sujetos que hoy ni siquiera
existen.
–Más actores, sí, y sobre
todo más actores convertidos en sujetos con capacidad de elaborar políticamente
los consensos. Y a su vez sujetos capaces de servir como elemento de diálogo
para permitir que las personas sean escuchadas.
–No hay un consenso
único, de una vez y para siempre.
–No existen los consensos
ad eternum. Y agrego algo más, por si la complejidad no bastara. Algo que en mi
análisis tiene que ver con un hecho real y objetivo: en Cuba estamos en una
transición generacional. En estos momentos todavía están actuando cinco
generaciones políticas. No hablo de demografía. Hablo de una generación
determinada como tal por el momento en que cada uno entró a la vida política.
Una es la generación histórica.
–Esa primera generación
sería, supongo, la que protagonizó la revolución.
–La misma. Tiene peso no
sólo en el liderazgo, sino también en el conjunto de la sociedad cubana. Como
fruto de la obra de la revolución se incrementó la esperanza de vida y hay
mucha gente por encima de los 75 años políticamente activa, de lo nacional a lo
comunitario. Mi padre tiene 90 y todavía está haciendo política.
–¿Qué hace?
–La emisora local de su
pueblo le pide opiniones y él habla. También trabaja en el Consejo de Defensa
de la Revolución dentro de la comunidad.
–¿Cuál es la segunda
generación?
–La llamada generación
guevarista. Es la mía. Los que entramos a la vida política en los primeros años
posteriores al triunfo de la revolución. La primera tarea política que tuvo mi
generación fue alfabetizar. Hablo de “generación guevarista” por la influencia
que tuvieron en no- sotros la personalidad del Che, su pensamiento, sus ideas
sobre el papel específico de la juventud, su concepción sobre el hombre
nuevo... Sentimos que nos entregaba un proyecto de vida ético asociado al
internacionalismo, a los valores morales, a pensar de manera distinta del
marxismo.
–¿Tercera generación?
–La de la revolución institucionalizada.
La que empieza a hacer política con la primera Constitución, en 1976, cuando
también entrega el derecho de sufragio a los 16 años. Esa generación puso los
sargentos y los soldados para Angola. Y empezaron a ser diputados, y fueron
asumiendo responsabilidades sociales a veces a edades poco pensadas.
–Vamos a la cuarta
generación.
–Después viene la
generación del período especial. La que entró a la política cuando se estaba
derrumbando todo. Se caían el campo socialista, los sueños, las ideas... Una
etapa enormemente compleja. En ese período se de- sarticula algo: la idea de
que con el estudio continuo y con el trabajo podía lograrse progreso material y
social, ascenso social. Que se podía aspirar a mejores salarios y a otro nivel
de vida, incluso en relación con tus padres. Se notó esa desarticulación cuando
muchos graduados universitarios tuvieron que buscar otros empleos, distintos de
los que querían ejercer cuando habían estudiado. O cuando muchos no terminaron
sus carreras. Abandonaron más los varones que las mujeres, y eso se nota hoy en
el mundo del Estado cubano.
–Las mujeres terminaron
de calificarse en aquel momento y actualmente son funcionarias del Estado.
–Sí, a distintos niveles.
Igual, con todos los derrumbes que sufrió y presenció, esa cuarta generación
siguió participando de un milagro político. El milagro es que la Revolución
Cubana haya seguido siendo sustentable. Yo hablo del heroísmo cotidiano de un
pueblo, como sujeto colectivo.
–¿Quinta generación,
profesor?
–La generación de la
batalla de ideas, para usar una expresión que Fidel utiliza desde hace
muchísimos años. La generación que entró a la vida política a comienzos del
siglo XXI. Lo de Elián movilizó a muchos jóvenes, a muchos estudiantes.
–Claro, esa historia es
exactamente del año 2000. Elián González tenía seis años y su madre lo sacó de
Cuba en una balsa, pero ella murió en el camino y su padre, que había quedado
en Cuba, reclamó la devolución del chico a los Estados Unidos.
–Fue una enorme batalla.
Bien, vuelvo al comentario inicial sobre las generaciones y su actuación en la
construcción de consensos políticos: esas cinco generaciones todavía estamos
participando. Por el orden lógico natural de las cosas, una generación
histórica está terminando su ciclo político y la generación guevarista está en
un intermedio. No se nos mira como el relevo. Para mí, el peso mayor de la
actualización va a recaer en las otras tres generaciones: la de la
institucionalización, la del período especial y la nueva, que ya lleva como
mínimo diez años haciendo política. Quienes estudian las juventudes cubanas
plantean que hay una inversión de prioridades. Han descubierto que hoy están
primero la formación profesional y la familia y recién después viene el
proyecto social. Antes era al revés: el proyecto social venía primero. Pero no
cerremos todo allí. La investigadora María Isabel Domínguez plantea que cuando
se indaga por las identidades prepondera el sentido de pertenencia. Tienen
identidad nacional: “Soy cubano”, dicen. Ojalá que se identificaran mejor como
latinoamericanos nacidos en Cuba, pero ése es mi gusto, ¿no? Lo cierto es que
antes de definirse como mujeres, campesinos o lo que fuera, señalan un
territorio: Cuba. A veces hay desconfianza, pero no se tiene en cuenta que
también esa generación participó de una discusión sobre los lineamientos de la
que fueron parte siete millones de cubanos. Vuelvo al tema de los consensos.
Cuando hablamos de un socialismo próspero y sustentable, ¿qué van a entender
estas generaciones por prosperidad?
–¿Qué van a entender?
–Lo veremos. Insisto: no
hablo con desconfianza, sino con la idea de que el futuro no está cerrado,
entre otras cosas por el peso que tiene la participación. La participación es
uno de los grandes consensos actuales de la sociedad cubana. En la primera
elección popular –las elecciones generales de 2012/13–, un 85 por ciento de los
ciudadanos ejercitó su derecho al voto. Y el voto es voluntario, lo cual
implica que hay una gran masa de gente comprometida con el proceso de
actualización. Así como hay población económicamente activa, hay población
políticamente activa. Son cubanos que participan de distintas maneras y muchas
veces desde muy jóvenes, en organizaciones estudiantiles. Yo tengo confianza en
que el escenario más probable sea que la revolución siga contando con el
consenso y con el tiempo necesario para redefinir el futuro. En esa lógica
elevar el nivel de la participación y la calidad de ella es importante. En Cuba
hay muchos canales de participación ciudadana. Votan los que tienen de 16 para
arriba, pero no sólo se participa votando. Es necesario crear mecanismos
institucionales para incrementar la participación en la toma de decisiones.
–Y en una dinámica de
ensayo-error, ¿quién tendrá la legitimidad de señalar qué es error y qué no?
–La calificación de cuál
es el error tiene que ser colectiva. Esto lleva anexo un mayor proceso de
descentralización. Creo que a la planificación y al plan hay que mantenerlos.
Pero esa planificación tiene que tener un nivel mayor de descentralización y un
mayor nivel de democratización para el debate. Discutamos la participación de
los trabajadores en las empresas estatales. No quitemos responsabilidad a los
administradores, pero reactivemos el movimiento sindical. Que los estudiantes
tengan mayor participación. En una sociedad compleja no pretenderás que todo se
realice por grandes discusiones nacionales. No basta. Y tampoco buscarás que
nada de lo que ocurra deje de interactuar con los tiempos políticos.
–Y está el mundo, que
sigue andando.
–La revolución es lo que
es hoy (tal vez no lo que hubiéramos querido, pero así es) porque forma parte
de una revolución inconclusa, en proceso o en de-sarrollo, de América latina y
del Caribe. Como hoy el entorno es favorable a Cuba, toda la actualización se va
desarrollando dentro de un contexto favorable.
–¿Qué es exactamente lo
favorable?
–Acciones como las del nuevo gobierno mexicano, de reestructurar la deuda. La transformación de Brasil en el primer inversor privado. El entorno global importa mucho. Evidentemente uno de los problemas permanentes planteados a lo largo de la nación cubana –ahora hablo de la historia de la nación y no de la historia de la revolución– es cómo interactuar entre una pequeña isla que primero quiso ser independiente y después quiso ser socialista frente a una potencia que tiene un proyecto radicalmente opuesto: la dependencia, e incluso en algún momento la anexión. Allí importan el nuevo papel de China, esta posición de Rusia en el mundo, la eventual ampliación del grupo Brics, de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. ¿Se sumarán la Argentina y otros países? Si ese grupo se amplía y profundiza su labor, mejor para Cuba. El país avanzó muchísimo en relación con América latina y el Caribe. Hoy mantiene dentro de la región las mejores relaciones históricas no sólo en la revolución, sino en toda su historia: Celac, Caricom, Alba, visita de Estado del presidente mexicano al comienzo del mandato. Cuba es una isla, pero no una ínsula. No vive en una campana neumática. Para mí es importante que cuando hablemos del futuro posible lo miremos asociado a los futuribles de lo que va a pasar en América latina, en el Caribe, en las relaciones de los Estados Unidos, en el mundo multipolar que se está construyendo, en la apuesta a una América latina unida y a un mundo multipolar. Ojalá logremos evitar que no se vuelvan a dar perniciosas reconcentraciones económicas que en un momento determinado puedan provocar trastornos políticos y sociales.
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