Hasta el momento presente, el sueño del hombre occidental
y blanco, universalizado por la globalización, era dominar la Tierra y someter
a todos los demás seres para así obtener beneficios de forma ilimitada. Ese
sueño, cuatro siglos después, se ha transformado en una pesadilla. Como nunca
antes, el apocalipsis puede ser provocado por nosotros mismos, escribió antes
de morir el gran historiador Arnold Toynbee.
Leonardo Boff /
Servicios Koinonia
Por
eso, se impone reconstruir nuestra humanidad y nuestra civilización mediante
otro tipo de relación con la Tierra para que sea sostenible. Es decir, para
conseguir que perduren las condiciones de mantenimiento y de reproducción que
sustentan la vida en el planeta. Eso solo ocurrirá si rehacemos el pacto
natural con la Tierra y si consideramos que todos los seres vivos, portadores
del mismo código genético de base, forman la gran comunidad de vida. Todos
ellos tienen valor intrínseco y son por eso sujetos de derechos.
Todo
contrato se hace a partir de la reciprocidad, del intercambio y del
reconocimiento de derechos de cada una de las partes. De la Tierra recibimos
todo: la vida y los medios de vida. En correspondencia, en nombre del contrato
natural, tenemos un deber de gratitud, de retribución y de cuidado para que
ella mantenga su vitalidad para hacer lo que siempre ha hecho para todos
nosotros. Pero nosotros hace mucho que rompimos ese contrato.
Para
rehacer ese contrato natural tenemos que actuar como el hijo pródigo de la
parábola de Jesús. Volver a la Tierra, la Casa Común, y pedir perdón. Perdón
que se traduce en un cambio de comportamiento en el sentido del respeto y del
cuidado que ella merece. La Tierra es nuestra Madre, la Pacha Mama de los
andinos y la Gaia de los modernos. Si no restablecemos ese lazo difícilmente
sobreviviremos. Ella podría no querernos más sobre la faz terrestre. Por eso la
sostenibilidad aquí y ahora es esencial. O ella prevalece o conoceremos una
tragedia para el sistema-vida y para la especie humana.
A pesar
de todas las rupturas del contrato natural, la Madre Tierra todavía nos envía
señales positivas. A pesar del calentamiento global, de la erosión de la
biodiversidad, el sol sigue saliendo el sol, el sabiá o tordo brasilero canta
cada mañana, las flores sonríen a los que pasan, los colibrís revolotean sobre
los botones de los lirios, los niños siguen naciendo y confirmándonos que Dios
todavía cree en la humanidad y ella tiene futuro.
Rehacer
el contrato natural implica rescatar la visión y los valores representados en
el discurso del cacique Seattle, de la etnia de los Duwamish, pronunciado
delante de Isaac Stevens, gobernador del territorio de Washington en 1856:
“De
una cosa estamos seguros: la Tierra no pertenece al hombre. Es el hombre quien
pertenece a la Tierra. Todas las cosas están interligadas entre sí. Lo que
hiere a la Tierra, hiere también a los hijos e hijas de la Madre Tierra. No fue
el ser humano quien elaboró el tejido de la vida; él es solamente un hilo de
ella. Todo lo que haga al tejido, se lo hará a sí mismo... Comprenderíamos las
intenciones del hombre blanco, si conociésemos sus sueños, si supiésemos qué
esperanzas trasmite a sus hijos e hijas en las largas noches de invierno, qué
visiones de futuro ofrece a sus mentes para que puedan formular deseos para el
día de mañana”.
El
22 de abril de 2009, tras largas y difíciles negociaciones, la Asamblea de la
ONU acogió por unanimidad la idea de que al Tierra es Madre. Esta declaración
está llena de significado. La Tierra como suelo y tierra puede ser removida,
utilizada, comprada y vendida. La Tierra como Madre no puede ser vendida ni
comprada sino amada, respetada y cuidada como lo hacemos con nuestras madres.
Este comportamiento reafirmará el contrato natural que dará sostenibilidad a nuestro
planeta, pues restablece la relación de mutualidad.
El
Presidente de Bolivia, el indígena aymara Evo Morales Ayma, no cesa de repetir
que el siglo XXI será el siglo de los derechos de la Madre Tierra, de la
naturaleza y de todos los seres vivos. En su intervención en la ONU el día 22
de abril de 2009, en cuya sesión participé con un discurso sobre la
fundamentación teórica de la Tierra como Madre, enumeró resumidamente algunos
los derechos de la Madre Tierra:
- el
derecho de regeneración de la biocapacidad de la Madre Tierra,
- el
derecho a la vida de todos los seres vivos, especialmente de aquellos
amenazados de extinción.
- el
derecho a una vida pura, porque la Madre Tierra tiene el derecho de vivir libre
de contaminación y de polución,
- el
derecho al vivir bien de todos los ciudadanos,
- el
derecho a la armonía y al equilibrio con todas las cosas,
- el
derecho a la conexión con el Todo del que somos parte.
Esta
visión permite renovar el contrato natural con la Tierra que, articulado con el
contrato social entre los ciudadanos, acabará por reforzar la sostenibilidad
planetaria.
Para
los pueblos originarios tal actitud era natural. Nosotros, en la medida en que
perdimos la conexión con la naturaleza, hemos perdido también la conciencia de
nuestra relación de reconocimiento y de gratitud hacia ella. De ahí la
importancia de revisitar a aquéllos y aprender de ellos el respeto y la
veneración que la Tierra merece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario