En el panorama actual, va tomando forma una cultura de
la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con
valores y visiones provenientes de las culturas indígenas, las afroamericanas,
y de una intelectualidad de capas medias cada vez más estrechamente vinculada
al ambientalismo global.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
A primera vista, la crisis ambiental que encara hoy
América Latina recuerda a la que conoció la Europa Noratlántica a comienzos del
siglo XIX, como consecuencia de la primera Revolución Industrial: una combinación
de crecimiento económico con deterioro social y degradación ambiental,
expresada en la sobrexplotación de recursos naturales, la expansión urbana
desordenada y la contaminación masiva del aire, el agua y los suelos. Hay, sin
embargo, diferencias evidentes de escala, tiempo, cultura y función en el
desarrollo del moderno sistema mundial que desbordan esta comparación.
Aquella Europa tenía en su núcleo fundamental –
conformado por Inglaterra, Francia y Alemania – una población de unos 60
millones de personas, que habitaban un territorio de algo más de un millón y
cuarto de kilómetros cuadrados. Esa Revolución Industrial, además, se
concentraba en aquel núcleo europeo – desde donde se expandiría a la América
Noratlántica -, y desde allí contribuía a acelerar el proceso de organización
del primer mercado de escala mundial en la historia de la especie humana,
estructurado en una relación de centro – periferia con respecto a la América
Latina, África y Asia. Nuestra región cuenta hoy con casi 600 millones he habitantes
- de los cuales cerca del 80% reside en áreas rurales -, distribuidos en una
superficie de algo más de 21 millones de kilómetros cuadrados.
Aun así, existen vinculaciones de origen y destino entre
aquel ayer y nuestro presente, en cuanto ambos forman parte del camino que
condujo a la creación del primer mercado mundial en el historia de nuestra
especie, y a la primera crisis ambiental global, directamente asociada a las
formas de organización de los intercambios de los seres humanos entre sí y con
su entorno natural común, en el marco de ese mercado. En lo que respecta a la
América Latina, esa vinculación está asociada a un presente en el que
interactúan los aporte de tres procesos históricos distintos, interdependientes
entre sí:
- Uno, de muy larga duración, que expresa las modalidades
de interacción con el medio natural desarrolladas a lo largo de la ocupación
humana del espacio americano – en particular en Mesoamérica, el Altiplano
andino y la Amazonía – a lo largo de al menos 15,500 años de desarrollo
anterior a la Conquista europea de 1500 – 1550.
- Otro, de
mediana duración, corresponde al período de control europeo del espacio
latinoamericano, que opera hasta el siglo XVIII a partir de la creación de
sociedades tributarias sustentadas en formas de organización económica no
capitalistas – como la comuna indígena, el mayorazgo feudal y la gran propiedad
eclesiástica -, que se descompone a lo largo del período 1750 – 1850.
- El tercer período, de corta duración, se extiende a lo
largo del período 1870 – 1970, y corresponde al desarrollo de formas
capitalistas de relación entre los sistemas sociales y los sistemas naturales
de la región, hasta ingresar de 1980 en adelante en un proceso de crisis y
transición aún en curso.
En esta transición emergen nuevamente viejos conflictos
no resueltos, en el marco de situaciones enteramente nuevas. Tal es el caso,
por ejemplo, de la resistencia indígena y campesina a la incorporación a la
economía de mercado del enorme patrimonio natural existente en las regiones
interiores que sólo conocieron en forma nominal el control europeo de la
región, y que hoy albergan enormes reservas de recursos minerales, forestales,
hídricos, energéticos y de tierras aptas para la agricultura. Tal es también,
el de la lucha constante de los nuevos habitantes urbanos – sobre todo de
origen indígena y campesino – por el acceso a condiciones ambientales básicas
para la vida, como el agua potable, la disposición de desechos y el aire libre
de contaminación.
En este panorama, a su vez, va tomando forma una cultura
de la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con
valores y visiones provenientes de las culturas indígenas, las afroamericanas,
y de una intelectualidad de capas medias cada vez más estrechamente vinculada
al ambientalismo global. Esa cultura toma forma tanto desde el diálogo y la
confrontación entre sus propios componentes, como en su enfrentamiento con
políticas estatales a menudo estrechamente asociadas a los intereses de
organismos financieros internacionales, y de complejos procesos de búsqueda de
acuerdos sobre temas ambientales en el sistema interestatal.
En este doble proceso de transición, todo el pasado
actúa en todos los momentos del presente. La legitimidad técnica que alegan las
políticas estatales se enfrenta a la legitimidad histórica y cultural de los
movimientos que las confrontan, dando lugar a un proceso de creación de
opciones de desarrollo de extraordinario vigor y diversidad. La mejor
conclusión que se puede adelantar en este momento consiste en lo siguiente: en
la medida en que el ambiente es el resultado de las interacciones entre la
sociedad y su entorno natural a lo largo del tiempo, si se desea un ambiente
distinto es necesario crear sociedades diferentes. Este es el desafío
fundamental que nos plantea la crisis ambiental, en América Latina como en cada
una de las sociedades del planeta.
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