La lección que es
necesario aprender de las protestas en Brasil es que el deporte no puede seguir
siendo manipulado por los especuladores. El gobierno brasileño se enfrentará
nuevamente en 2016 al pueblo con motivo de los Juegos Olímpicos de Río donde
nuevamente hará gastos que no benefician al pueblo de ese país suramericano.
Marco A. Gandásegui, hijo* / Para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
La corrupción que corroe
la organización de la Copa Mundial de Fútbol, que se inaugura hoy en Sao Paulo,
Brasil, no ha sorprendido a muchos. Lo que ha creado incertidumbre y
preocupación en los círculos financieros es la falta de capacidad política de
los gobernantes de ese país para contener el descontento popular. Los gastos
sin control en obras suntuosas han provocado un rechazo generalizado por parte
de la población. Desde hace varias décadas, la economía mundial tiende a pasar
de crisis en crisis. El sector productivo – que era el motor del desarrollo –
ha cedido su lugar a las actividades financieras y especulativas. En lugar de
medir el crecimiento económico sobre la base de la producción, en la actualidad
se mide el ‘progreso’ sobre la base del traspaso de los ahorros de los
trabajadores hacia los bancos.
En la actualidad, todo
tiene un precio, todo se mercantiliza. ‘La política dejó de ser un servicio y
se convirtió en un negocio’. El deporte no es la excepción. Al contrario, se ha
convertido en una de las áreas que más riqueza genera. Hace un siglo los
deportes fueron secuestrados por el crimen organizado (mafia y gobierno,
asociados) y puesto al servicio de los estafadores quienes realizaban ganancias
extraordinarias mediante actividades ilícitas (las apuestas y otras maniobras).
Lo que era considerado propio del ‘sub-mundo’, en la actualidad, es parte del
mundo de los negocios. A fines del siglo XX, incluso, los juegos olímpicos
fueron profesionalizados para fines mercantilistas. Los atletas compiten por
mejores remuneraciones. Las sedes y sus autoridades compiten por las comisiones
y el prestigio. Los financistas compiten por apropiarse de los miles de
millones de dólares que se invierten en las obras y en los ‘sobre-costos’.
El evento deportivo más
cotizado sin duda son los Juegos Olímpicos. Generan miles de millones de
dólares que el Comité Olímpico Internacional (COI) maneja con la banca
financiera mundial. Con esmero el COI logra proyectar una imagen que se
relaciona con sus fundadores de fines del siglo XIX. Supuestos caballeros que
querían resucitar el espíritu olímpico de la antigua Grecia: Cada cuatro años
las ciudades griegas suspendían sus guerras para que su juventud compitiera en
justas deportivas. Ese espíritu tan noble ha sido olvidado.
En el caso de la Copa
Mundial, la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) tocó una fibra que se ha
convertido en uno de los negocios más exitosos. La FIFA factura anualmente
varios miles de millones de dólares. El Mundial que organiza en Brasil generará
casi 5 mil millones de dólares, gran parte por la venta de derechos de
televisión a escala mundial. La FIFA cobra comisiones por todos los derechos
que venden sus miembros. Incluye campeonatos nacionales y regionales. Por cada
camiseta, calcetín o bota que se vende algo le toca a la FIFA. Del total de 5
mil millones de dólares que generará el Mundial en Brasil, la FIFA se queda con
el 90 por ciento.
Las protestas de las
más diversas organizaciones en todas las ciudades brasileñas están plenamente
justificadas. El gobierno está invirtiendo más de 20 mil millones de dólares en
la construcción de estadios, ampliación de aeropuertos y desarrollo de
infraestructura que beneficiará a la FIFA, a los especuladores y financistas
brasileños e internacionales. Parafraseando al sociólogo inglés, David Harvey,
el Mundial de Fútbol ha servido para ‘desposeer’ al pueblo brasileño. Quienes
protestan no aceptan que sus riquezas y ahorros se entreguen a los
constructores, financistas y especuladores sin recibir compensación alguna. En
este saqueo sistemático, la FIFA sólo sirve de intermediario. Hay que reconocer
que el espectáculo que presenta está fuera de serie: Ronaldo, Messi, Neymar y
tantos otros super-estrellas
repartidos en 32 equipos, 62 partidos en un mes que la tecnología de punta lleva
al último rincón del mundo.
Los brasileños
obviamente no se oponen al fútbol ni al Mundial. Son los penta-campeones, los mejores jugadores – según muchos – sobre la
tierra. Pero rechazan la forma tan arrogante en que la FIFA y la banca
internacional llegaron a su país a saquear a su pueblo con la aparente
complicidad del gobierno. La lección que es necesario aprender de las protestas
en Brasil es que el deporte no puede seguir siendo manipulado por los
especuladores. El gobierno brasileño se enfrentará nuevamente en 2016 al pueblo
con motivo de los Juegos Olímpicos de Río donde nuevamente hará gastos que no
benefician al pueblo de ese país suramericano.
12 de junio de 2014.
*Profesor de Sociología
de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA
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