Sin desmerecer a los miles de soldados aliados y a los
civiles franceses caídos durante y después del desembarco en Normandía, quienes
arriesgaron su vida a favor de destruir la plaga del nazismo, la cifra de 214
mil bajas aliadas y de 300 mil alemanes entre muertos y heridos, palidece ante
las dimensiones de las épicas jornadas de combate que sufrió la
Unión Soviética durante 3 años.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Entre agosto de 1942 y febrero de 1943 se desarrolló el
enfrentamiento bélico de mayor dimensión en la historia de la humanidad. La
batalla de Stalingrado produjo un poco más de 2 millones de bajas entre
soldados de ambos ejércitos y civiles soviéticos.
La victoria soviética significó un punto de inflexión
en la intención nazi de derrotar a ese país y el inicio de una contra ofensiva
de las Fuerzas Armadas al mando del mariscal Zhukov, que no se detuvo hasta la
victoria definitiva en Berlín en mayo de 1945. En esa medida, Stalingrado,
encarnó un cambio en la correlación estratégica de fuerzas de la segunda guerra
mundial y la convicción de Occidente que el poder soviético no iba a caer por
la fuerza avasalladora del ejército nazi, aspiración suprema de las fuerzas
aliadas que durante los dos años anteriores miraban con ambición no oculta que
ese hecho ocurriera.
Intentando contener a las tropas soviéticas, en julio
de 1943 Hitler ordenó el ataque de sus principales fuerzas, lo que dio origen a
la Batalla de Kursk, (en territorio ucraniano), considerada la de mayor
dimensión en cuanto a la participación de blindados (8.000) y de aviones
(5.000) entre ambos contendientes. Los soviéticos pasaron a la ofensiva y entre
julio y agosto lograron derrotar a la
mayor agrupación de fuerzas alemanas sobrevivientes de Stalingrado
convenientemente reforzadas por Hitler. La derrota en Kursk fue el último
intento nazi de pasar a la ofensiva en el frente oriental.
De inmediato, el mando soviético ordenó dar continuidad
a la contra ofensiva para aprovechar el alto grado de desmoralización que
produjeron las derrotas del ejército nazi en Stalingrado y Kursk, por lo que
entre agosto y octubre de 1943 se desencadenó la Batalla de Smolensk que ocasionó alrededor de 250 mil bajas
alemanas y de sus aliados y 400 mil entre soldados y civiles soviéticos. Esta
contienda permitió la entrada de las tropas en Bielorrusia iniciando los combates
por la liberación de esa república.
Simultáneamente, en agosto de ese año, dio inicio la
Batalla del Dniéper. Al finalizar la misma en diciembre, las fuerzas nazis
tuvieron un millón 700 mil bajas y las soviéticas un millón 250 mil. Este
enfrentamiento también está considerado uno de los de mayor dimensión en la
historia, con la participación de alrededor de 4 millones de combatientes entre
ambos bandos.
Durante los últimos meses de 1943 y primeros del año
1944 el avance de las tropas soviéticas hacia el oeste se mantuvo
indetenible. Fueron liberadas Kiev,
Crimea, Odessa, Sebastopol y Nóvgorod, creando condiciones para romper el cerco
sobre Leningrado que había durado 900 días ininterrumpidamente desde septiembre
de 1941 hasta el 27 de enero de 1944 sin que el alto mando nazi hubiera logrado
el objetivo de capturar la ciudad.
Así, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas soviéticas
preparó para el verano de 1944 la Operación Bagration encaminada a desplazar a
los alemanes de Bielorrusia y los países bálticos, liberar totalmente su vasto
territorio de toda presencia militar extranjera y entrar a la Europa ocupada a
través de Polonia. Esta batalla significó el aniquilamiento total de 17
divisiones del ejército nazi, quedando además 50 de ellas gravemente
disminuidas.
La Operación Bagration basó su éxito en el
extraordinario trabajo de la inteligencia soviética que logró detectar los
planes alemanes hasta el último detalle, logrando planificar de antemano las
operaciones, adelantarse en las mismas y quitarle toda posibilidad de
iniciativa al enemigo que se vio sorprendido y sin capacidad de respuesta ante
la acometida de las tropas al mando de los mariscales Zhukov, Vasilevsky,
Bagramián, y Rokossovsky y el General de Ejército Iván Chernyajovsky, muerto en
combate en Polonia en febrero de 1945
De manera tal que esa era la situación en los campos de
batalla cuando por fin¡¡¡¡¡, el alto mando aliado decidió abrir el frente
occidental ejecutando el Plan Overlord y el desembarco en Normandía como parte
de él. A partir de ese momento la mitología occidental se ha encargado de
transformar el desembarco en Normandía -a través de Hollywood y su gran aparato ideológico y de propaganda-
en la “batalla decisiva” de la segunda guerra mundial, adjudicándole a las
fuerzas armadas estadounidenses un papel que no le cabe en la historia. No se
trata de minimizar la contribución de los aliados en la contienda, pero la realización tardía e interesada del
desembarco persiguió objetivos políticos vinculados a la situación que habría
de crearse en la posguerra.
Lo cierto es que el sostenido avance soviético en el
este, despertó inquietud en la alianza atlántica en la carrera por llegar
primero a Berlín y, en primera instancia a París, en una Francia que resistía a
través de sus partisanos comunistas mientras el General De Gaulle vivía en
Londres y refunfuñaba con imprecaciones de toda índole por la demora
estadounidense-británica en ejecutar el ansiado desembarco, cuyo retraso
amenazaba con poner en entredicho su propia capacidad de liderar el proceso de
liberación de Francia.
Debe decirse que a mediados de junio de ese año, la
inteligencia soviética había logrado desinformar a Alemania acerca de sus
planes en el frente oriental, por lo cual concentraba grandes cantidades de
unidades en el este que jamás pudo
desplazar al oeste. Además, sus tropas se encontraban diseminadas en un amplio
frente de combate que iba desde el Báltico hasta el Mediterráneo, donde además
de las tropas soviéticas combatían heroicamente fuerzas guerrilleras rurales y
urbanas en Italia, Yugoslavia, Eslovaquia, Polonia y Grecia.
Sin desmerecer a los miles de soldados aliados y a los
civiles franceses caídos durante y después del desembarco en Normandía, quienes
arriesgaron su vida a favor de destruir la plaga del nazismo, la cifra de 214
mil bajas aliadas y de 300 mil alemanes entre muertos y heridos, palidece ante
las dimensiones antes relatadas de las épicas jornadas de combate que sufrió la
Unión Soviética durante 3 años.
Si se pudiera comparar en términos militares, el
desembarco en Normandía con las batallas en Stalingrado, Leningrado, Smolensk,
Kursk o el Dniéper habría que decir que la primera fue una simple escaramuza,
no tanto por la magnitud de las fuerzas militares y el armamento terrestre,
aéreo y naval ocupado en las operaciones, sino sobre todo porque a diferencia
de los soviéticos que luchaban por liberar territorio patrio y su pueblo sufría
en carne propia los desmanes y la represión indiscriminada del aparato de
guerra y represión nazi, Estados Unidos y Gran Bretaña luchaban fuera de su
territorio, ocupados en una batalla geopolítica para impedir que el país de los
soviets fuera el primero en llegar a Berlín y lograra la gloria de derrotar al
Tercer Reich en su propia madriguera. Era parte de la guerra fría y el mundo
bipolar.
Es cierto que 45 años después la Unión Soviética fue
derrotada y desapareció, que sus líderes de entonces no tuvieron la misma
grandeza de los que lo condujeron en la Gran Guerra Patria y que su
desvanecimiento anunció “el fin de la historia”. Pero esa es una cosa, y otra
es que se pretenda por vía cinematográfica tergiversar la historia, construir
falsos ídolos y esquilmar a los pueblos de la Unión Soviética el sustantivo
aporte que hicieron a la libertad no sólo de ellos mismos, sino de toda la
humanidad.
“Honrar, honra”, dijo José Martí y se debe reconocer la
honra del presidente francés Francois Hollande cuando durante los actos en
conmemoración del 70 aniversario del desembarco aliado el pasado 6 de junio, en
las playas normandas destacó “el valor del Ejército
Rojo y la contribución del pueblo de la entonces Unión Soviética a la derrota
del nazismo en la II Guerra Mundial”. Hollande hizo patente su deseo de
“…saludar el coraje del Ejército Rojo que, lejos de aquí, frente a 150
divisiones alemanas, fue capaz de hacerlas retroceder”
En el acto que contó con la presencia de 19 jefes de Estado entre los
cuales destacaba Barack Obama de Estados Unidos y Vladimir Putin de Rusia,
Hollande destacó "…la contribución decisiva de los pueblos de la llamada
Unión Soviética" durante esa contienda.
En ese sentido, la agencia Prensa Latina recordaba que: “Cuando el mando
aliado decidió abrir el Frente Occidental con el desembarco de más de 130 mil
efectivos de varios países en Normandía, ya el Ejército Rojo había
prácticamente derrotado a las fuerzas alemanas que invadieron a su país
agregando que “La confrontación costó a la hoy extinta Unión Soviética un duro
precio de más de 20 millones de vidas humanas, así como la destrucción de una
gran parte de su territorio”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario