Las
nuevas realidades económicas, políticas y sociales que atraviesan Latinoamérica
se expresan también en las configuraciones del ordenamiento jurídico-político
que –a favor del auge de los movimientos y gobiernos de raigambre popular–
apuntan a cambiar sistemas anclados en estructuras basadas en el privilegio y
la opresión.
Osvaldo Drozd / Miradas al Sur
La constitución venezolana de 1999, impulsada por el presidente Chávez, abrió el camino del nuevo constitucionalismo latinoamericano. |
Hoy se
habla de seguridad jurídica, pero hacerlo sólo en referencia a los derechos
empresariales resulta una muy burda simplificación, ya que esa seguridad es un
atributo que les corresponde a todos los ciudadanos de un país. La existencia
del movimiento no garantiza el cambio, ya que las estructuras poseen una
entropía propia que les garantiza su reproducción al infinito, pero siempre en
el movimiento es posible avizorar elementos de ruptura que podrían prefigurar
un nuevo ordenamiento. De eso se trata en un proceso de transformaciones
sociales, políticas, económicas y culturales, de encontrar esos puntos de fuga,
para diseñar no solamente una nueva forma, sino encontrar una que se adapte a
los nuevos contenidos que surgen de la cambiante realidad, y a su vez les den
perspectiva en el tiempo. Lo nuevo siempre se abre paso contra la resistencia
de los viejos moldes, que aunque estén atrasados temporalmente en cuanto a su
validez, se amparan en la Letra.
Una
Constitución o Carta Magna es la principal Ley de Estado, es la que determina
la organización del mismo, de sus atribuciones, de sus límites, y a su vez la
que establece tanto los derechos como las obligaciones de los sujetos en la
sociedad. Una Constitución en las actuales sociedades dictamina la distribución
de poderes, y si bien muchos afirman que son pocos los que de hecho conocen a
esa Letra, todo el andamiaje de la sociedad política está determinado por ella
y por la sobredeterminación ideológica que la fundamenta.
La Letra
Constitucional contiene la totalidad o casi la totalidad de las normas básicas
del aspecto relacional de todo el cuerpo social. Siempre habrá elementos que
permanecerán por fuera de lo escrito, pero forman parte de lo consuetudinario,
es decir que se asientan principalmente en el sentido común imperante. Lo
deseable sería que dichos elementos no escritos encuentren los significantes
que los representen ante el Otro social. El modelo de constituciones
plurinacionales (Bolivia y Ecuador) resulta un ejemplo válido al respecto,
donde las mayorías y minorías siempre postergadas, alcanzaron a ser
incorporadas como sujetos de pleno derecho. Según el jurista francés Adhémar
Esmein, la Letra garantiza la certidumbre jurídica.
“La Ley es
producto de relaciones de fuerza”, le escuchó decir quien escribe al ya
desaparecido abogado León Toto Zimerman. Esta definición del fundador de la
Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) si se
quiere, resulta compatible con aquel postulado foucaultiano de que el poder
produce efectos de verdad, y que ambos están imbricados dialécticamente. De tal
forma, no es una Ley la que podría cambiar las relaciones de fuerza, ya que si
no existen condiciones favorables para ello, las leyes aparecerán siempre como
un dato inobjetable, comparables a una ley divina o natural. Las leyes que
favorecen a los pueblos son conquistadas con sus luchas. En algunos casos, por
aspectos temporales que obedecen a la inercia, lo legal no resulta acorde a lo
que sucede en una sociedad. Se encuentra desactualizado. Poder percibir esa
diferencia para transformar al aparato jurídico político es una tarea que, en
algunos países de la región, resultó de suma importancia para que los cambios
quedasen institucionalizados. Si en algún momento fuera factible un retroceso,
eso tendría que conllevar también una ruptura del orden constitucional.
Hoy, a
partir de una nueva realidad política y social que atraviesa la región
latinoamericana, sin la existencia de una nueva institucionalidad que le dé un
marco jurídico- político a las nuevas experiencias, tanto gubernamentales como
las que conciernen a los movimientos sociales –configurando un nuevo Estado–,
sería improbable alcanzar un punto de no retroceso a estadios anteriores. Al
asumir Hugo Chávez la presidencia de Venezuela en 1999, una de las primeras
medidas que impulsó fue la reforma de la Carta Magna de su país, y
posteriormente sucesivas enmiendas. Tanto en Bolivia como Ecuador, los
gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa, respectivamente, también impulsaron
asambleas constituyentes para constituir sendas constituciones políticas de
Estado. Lo hicieron a poco de asumir en sus gobiernos, principalmente para
darles un marco institucional a los procesos de cambio que en ambos países
fueron previos a la llegada al gobierno. Habiendo asumido en enero de 2006, Evo
Morales dio pie ese mismo año a la conformación de la Asamblea Constituyente,
mientras que Rafael Correa lo hizo también el mismo año de asunción, en 2007.
Ambos
países venían desde inicios del nuevo siglo en procesos de gran inestabilidad
política, con recambios obligados en las gestiones presidenciales, donde además
se producía un acelerado proceso de luchas sociales y demandas populares que
debían encontrar forma en nuevas constituciones políticas de Estado, en las
cuales debían quedar expresadas esas demandas de manera positiva. Este hecho no
fue fortuito ya que tras el derrumbe del neoliberalismo en la región, se debía
avanzar en un nuevo proceso constituyente, ya que desde 1989 se había producido
en el mundo, toda una arremetida de los Estados Unidos en propiciar no
solamente nuevas constituciones acordes a la existencia de un mundo unipolar en
el cual se desarrollara libremente el paradigma del libre cambio y la libre
empresa, sino también reformas constitucionales acordes al consenso de
Washington. En la Argentina, la reforma del ’94 fue una muestra sumaria de
ello.
Las cartas
otorgadas. Por definición, una Constitución Política de Estado es la norma
jurídica suprema positiva que rige la organización de un Estado, estableciendo:
la autoridad, la forma de ejercicio de esa autoridad, los límites de los
órganos públicos, definiendo los derechos y deberes fundamentales de los
ciudadanos y garantizando la libertad política y civil del individuo. También
rige la relación del Estado y el conjunto de los ciudadanos, con las empresas
privadas. Es importante señalar esto último ya que a partir de la desregulación
del Estado propiciada por el neoliberalismo, las enmiendas constitucionales
debían permitir el “vale todo” empresarial, aunque de esa forma perdieran
derechos tanto los trabajadores como los consumidores.
Según
desarrollara Tiberio Graziani, director de la revista Eurasia de
estudios geopolíticos, tras el desmoronamiento del mundo bipolar, Estados
Unidos reforzó su rol de “constructor de naciones libres”. Proclamándose Nation
and State Builders, los Estados Unidos interfirieron en la elaboración de las
actas fundamentales de los nuevos Estados nacionales, que surgieron gracias a
la deflagración del ex bloque soviético. Este tipo de intromisión no se
presentó como si fuera una novedad en la historia de la política exterior
norteamericana, sino que fue una constante suya a lo largo de todo el Siglo XX.
En el mismo marco, Estados Unidos reforzó su tutelaje en diferentes puntos del
planeta y promocionó reformas constitucionales. En Latinoamérica esto fue bien
patente. Según Graziani, estas modificaciones son comparables a las “cartas
otorgadas”. Las mismas –propias del tiempo medieval– son aquellas
constituciones en cuya conformación y redacción no participa el pueblo por
medio de los ciudadanos ni por medio de sus representantes, sino que es el rey
o el órgano gobernante, generalmente ejecutivo, quien tiene el derecho de
“acordar” al Estado las formas de organización y conformación que considere
necesarias y convenientes, concediendo al pueblo y a los ciudadanos los
derechos y garantías que estime apropiados para ellos y su misma autoridad.
Graziani,
quien es un acérrimo promotor de la multipolaridad, y que considera como muy
importante en el tablero geopolítico mundial el desarrollo de la integración
latinoamericana –como uno de los elementos clave para el avance de la
desarticulación efectiva de la unipolaridad–, afirma que “en el proceso de
transición desde la fase unipolar hacia la fase multipolar se hace necesaria la
formulación de nuevos paradigmas constitucionales articulados
continentalmente”, debido a que en el marco de las relaciones geopolíticas
mundiales, “las constituciones nacionales de los Estados no hegemónicos de
hecho son ordenanzas jurídicas parecidas a las cartas otorgadas del
Ochocientos, es decir, simples concesiones”, asegurando luego que “todo ello
pone en evidencia, una vez más, que la dimensión del Estado nacional es
insuficiente para asegurar la independencia y aun la identidad cultural de la
población de la que es expresión política. Puesto que en la actualidad la
dimensión geopolítica posee la capacidad suficiente de satisfacer las
exigencias de los pueblos, desde una perspectiva continental (o gran regional),
resulta importante proponer modelos constitucionales que tengan en
consideración este hecho extraordinario. Y no sólo por razones heurísticas. De
hecho, estos nuevos paradigmas –basados en la dimensión continental del
Estado–, constituirían las guías para hacer más incisivas y coherentes las
alianzas (geoestratégicas y geoeconómicas) hasta ahora impulsadas por los
mayores países de Eurasia y de América Indiolatina, con el objetivo de
la integración de los respectivos espacios continentales”.
Estas
apreciaciones del sociólogo italiano no son ajenas al desarrollo de las
diferentes herramientas de integración que hoy se hacen presentes en la región.
Por lo contrario, Graziani nunca deja de señalar el rol capital que cumple un
organismo como es la Unasur.
Una nueva
institucionalidad. En los diferentes procesos constituyentes de
Suramérica, además de debatir los derechos de todos los ciudadanos y la
autonomía nacional, hay un aspecto esencial que es el referido al cuidado del
medio ambiente y sobre todo a la protección de los principales recursos
naturales. Las grandes corporaciones internacionales, a través de sus medios
afines de comunicación, siempre silenciaron lo más importante de las nuevas
Cartas Magnas para realizar una feroz crítica a lo que llaman
“hiperpresidencialismo”. Como si las respectivas reformas hubieran sido hechas
exclusivamente para perpetuar a los gobernantes.
“Única. Juró
sobre esta moribunda Constitución. Juro delante de Dios, juro delante de la
Patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución
impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República
nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro” dijo Hugo
Chávez al asumir su primera presidencia en febrero de 1999. Ese mismo año se
desarrolló la asamblea constituyente que promulgaría una nueva Constitución el
15 de diciembre. De esta forma, pocos días antes de culminar el siglo,
Venezuela produjo su refundación como república, constituyéndose así la
República Bolivariana de Venezuela como “una sociedad democrática,
participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de
justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad,
la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad
territorial, la convivencia y el imperio de la ley para ésta y las futuras
generaciones”.
La
experiencia venezolana abrió un proceso que luego sería casi como un factor
común en todo el continente. Sin dudas, un rol paradigmático fue el que inició
Hugo Chávez al llegar a Miraflores. Tras llegar al gobierno, tanto el dirigente
campesino e indígena Evo Morales como su par ecuatoriano Rafael Correa se
hicieron eco del ejemplo del comandante bolivariano, y tras varios años de
luchas de los pueblos ecuatoriano y boliviano, ambos mandatarios se propusieron
institucionalizar los procesos de cambio social que previamente venían
desarrollando los sectores populares de ambos países.
Lo
significativo de los procesos constituyentes tanto en Bolivia como en Ecuador
fue la gran participación de masas, entre las cuales se destaca la de los
pueblos originarios de ambos países, que lograrían institucionalizar
constituciones políticas de un Estado que ahora se proclamaba plurinacional,
multiétnico y partidario del Buen Vivir.
Sumak Kawsay, Suma Qamaña. Buen vivir no implica el
goce indiscriminado de todos los placeres conocidos: comer, beber, dormir o
tener sexo, sumando a todo ello el consumismo extremo; sino como una propuesta
colectiva que se ajusta a la armonía con los otros, y a su vez con el medio
ambiente, con la tierra.
El Sumak Kawsay, en el quechua ecuatoriano implica principalmente ni un
mejor ni un peor vivir que el resto de la comunidad. También sugiere el eludir
la prisa que lleva a querer mejorar obsesivamente nuestro pasar. Vivir en
consonancia con los otros, y sin desvivirse por mejorarla, son sus principios
fundantes.
El Suma Qamaña en el aymará boliviano posee una significación más
colectiva y podría ser traducido como un buen convivir, como una sociedad buena
para todos y en completa armonía.
El Sumak Kawsay fue incorporado a la nueva Constitución ecuatoriana de
2008 donde se enuncia que: “Se reconoce el derecho de la población a vivir en
un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, que garantice la sostenibilidad
y el buen vivir, sumak kawsay”, mientras que en la Constitución del Estado
Plurinacional de Bolivia de 2009 se escribe que: “El Estado asume y promueve
como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama Hulla, ama
suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir
bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra
sin mal) y ahavai ñan (camino o vida noble)”.
Ambas constituciones plurinacionales se pronuncian por una ética que
rastrea en las culturas autóctonas que fueron diezmadas por los conquistadores.
Una iniciativa que plantea desde la misma tierra, encontrar una manera de
relacionarse con los otros y con el medio, diferente a la que fue impuesta y
que aún hoy resulta difícil desembarazarse de ella. Precedentes como los de
Ecuador y Bolivia son mucho más que un buen aliciente.
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