Insistir en el camino
neoliberal, tutelado por organismos como el FMI, sería perder una oportunidad
histórica para recuperar el rumbo social, inclusivo y promotor del bienestar de
las mayorías, que alguna vez supo forjar el Estado costarricense.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Lorenzo Figliouli (centro), jefe de la misión del FMI, con funcionarios del gobierno. |
En política, los gestos
tienen un valor simbólico determinante: abren o cierran puertas de diálogo,
forjan alianzas, convocan a la suma de voluntades, y pueden darle nuevos
sentidos a la experiencia de la militancia. La imagen del presidente argentino
Néstor Kirchner descolgando la fotografía de los dictadores y genocidas Jorge
Rafael Videla y Reynaldo Bignone, que adornaban perversamente las paredes del
Colegio Militar; la participación de presidentes y líderes latinoamericanos en
la movilización continental que derrotó al panamericanismo del ALCA en Mar del
Plata; o la emergencia enigmática del zapatismo en México a mediados de la
década de los noventa, en pleno éxtasis neoliberal, son imágenes con suficiente
fuerza discursiva como para constituirse en relatos de una época en nuestra
América.
Pero un gesto errático,
hecho a destiempo y con los actores equivocados, también puede trastocar las
posibilidades de acción de un movimiento político y descarrilar las
expectativas que había logrado crear entre sus simpatizantes: esto es lo que le
ha ocurrido al gobierno de Costa Rica al recibir con los brazos abiertos a una
misión de tecnócratas del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Flanqueando al jefe de
la misión de ese organismo financiero, el Ministro de Hacienda, el Presidente
del Banco Central de Costa Rica y otros funcionarios se exhibieron para las
cámaras y micrófonos de la televisión, la prensa escrita y la radio, y para
deleite de los grupos económicos dominantes. Las portadas de periódicos y
portales en internet saludaron esa suerte de bendición que el FMI dio al plan
económico presentado por el gobierno del presidente Luis Guillermo Solís, en lo
relativo a la reducción del déficit fiscal, y destacaron el hecho de que los
tecnócratas lo instaran a “aprovechar su
capital político para iniciar el proceso de reforma temprano en su mandato”.
Esa reforma temprana, que en el imaginario
político evoca los planeas de ajuste estructural de las décadas de 1980 y 1990,
insiste en la vieja fórmula del recetario neoliberal: moderar los aumentos
salariales del sector público; aumentar la participación del sector privado en
el área energética (es decir, profundizar la privatización de este bien común
estratégico); “mejorar la calidad del
gasto educativo” orientándolo a la educación primaria y secundaria (no así
a la educación superior), que aumenta la disponibilidad de mano de obra de baja
calificación; revisar la sostenibilidad de los sistemas de pensiones,
especialmente de la Seguridad Social, el Poder Judicial y el magisterio; y por
supuesto, las infaltables modificaciones para hacer más eficiente y competitivo
el sistema financiero, donde operan los grandes ganadores del actual modelo de
desarrollo costarricense: los grupos bancarios privados. Como lo explica el economista Luis
Paulino Vargas: “No es casualidad
que la actividad financiera crezca a tasas que exceden del 7% anual cuando la
economía en su conjunto lo hace al 3,5%-3,6% anual. Visto de otra forma: la
proporción que los servicios financieros representaban en el PIB era del 4,0% a
inicios del nuevo siglo, alcanzó 4,7% en 2006 y salta al 5,8% en 2014”.
Así las cosas, que el
gobierno de un partido que, durante la campaña que lo llevó a la presidencia,
fue crítico de las desigualdades generadas por el modelo neoliberal, y que una
vez alcanzado el triunfo, se presentó como el gobierno del cambio, reciba ahora al FMI para buscar su aprobación y enviar mensajes tranquilizadores al mercado, solo parece revelar que las
dimensiones del cambio anhelado por la ciudadanía costarricense, están siendo
cada vez más acotadas –cuando no cercenadas- por las presiones que recibe el
presidente Solís de los distintos grupos de poder político y económico. La
pregunta que queda abierta es si se puede cambiar haciendo lo mismo que
hicieron las administraciones neoliberales del pasado reciente.
Insistir en el camino
neoliberal, tutelado por organismos como el FMI, sería desconocer el impacto
negativo que los cambios sociales y económicos que ha sufrido el país en el
último cuarto de siglo, tuvieron sobre la cultura democrática–la que ha sido
seriamente erosionada-, y sobre las percepciones y expectativas de los
ciudadanos sobre el funcionamiento del sistema político. Y en definitiva, sería perder una oportunidad
histórica para recuperar el rumbo social, inclusivo y promotor del bienestar de
las mayorías, que alguna vez supo forjar el Estado costarricense.
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