Muchos son los muros nacidos, crecidos e invisibilizados tras la
demolición de la frontera entre las dos Berlín…
Iroel Sánchez / Cubahora
El muro en Palestina: una afrenta a la dignidad humana que Occidente ignora deliberadamente. |
Durante una
visita a México, poco después de caer el Muro de Berlín, un periodista
preguntó a Fidel qué pensaba sobre el acontecimiento del que acaban de
cumplirse veinticinco años. “Estoy contra todos los muros, incluyendo el que
está levantando aquí en Estados Unidos”, respondió como un rayo quien —según un
libro muy de moda por entonces— vívía su “Hora final”.
Una década
después, el escritor Eduardo Galeano llamaba la atención sobre los muros
nacidos, crecidos e invisibilizados tras la demolición de la frontera entre los
dos Berlín: “Poco se
habla el muro que los Estados Unidos están alzando en la frontera mexicana, y
poco se habla de las alambradas de Ceuta y Melilla. Casi nada
se habla del Muro de Cisjordania, que perpetúa la ocupación israelí de tierras
palestinas y será quince veces más largo que el Muro de Berlín, y nada, nada de
nada, se habla del Muro de Marruecos, que perpetúa el robo de la patria
saharaui por el reino marroquí y mide sesenta veces más que el Muro de Berlín”.
Del lado de
acá del mayor de esos muros, en México, además de los más de 10 000 que han
muerto en su entorno desde que en 1994 comenzó su construcción, el
mexicano Instituto Nacional de Estadística y Geografía reportaba 121
mil 683 muertes violentas sólo entre 2006 y 2012.
Son
víctimas de la sinergia entre políticos y narcotraficantes que ha alcanzado su
más oscura definición en los monstruosos sucesos de Ayotzinapa. Allí 43
jóvenes que se formaban como maestros rurales fueron “desaparecidos” por
decisión del alcalde y su esposa, que encargaron la ejecución a un cartel llamado
Guerreros Unidos. Buscando a esos normalistas han aparecido 35 enterramientos
de masacrados en el Estado de Guerrero. Como dice el escritor Juan Villoro: “excavar la tierra en
Guerrero es un inevitable acto forense”.
Sin
embargo, lo sucedido en Guerrero no es excepción. Una
investigación indica que el 72 por ciento de los 2.440 municipios del país
están infiltrados por el narcotráfico.
La causa a
la vista es la guerra de todos contra todos protagonizada por políticos y
carteles del narcotráfico, en la que la peor parte la llevan los más
humildes. Pero la verdad es un poco más compleja, la cercanía con el
mercado de drogas más grande del mundo, combinada con el Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos que empobreció el campo mexicano, ha creado las
condiciones para que el sicariato sea un empleo atractivo para jóvenes que no
tienen otro futuro que el de las armas al servicio del dinero y escoger la
profesión de maestro puede costar la vida.
Aquella
frase de Porfirio Díaz, “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de
Estados Unidos”, se vuelve cada vez más una dolorosa realidad.
México asumió el destino reservado a La Habana por la mafia norteamericana
que se alió al dictador Batista para convertir a Cuba —el otro vecino más
cercano a EE.UU. desde el Sur— en la capital de la droga y el juego. Si el
gobierno estadounidense y la mafia pactaron para asesinar a Fidel es porque
ambos perdieron mucho con la Revolución de 1959.
No hay que
ser muy imaginativo para saber que una Cuba capitalista, atada inexorablemente
a Washington, no sería la Noruega o la Holanda del Caribe con que sueña algún
tonto. Lejos de los beneficios de la Ley de ajuste cubano que privilegia
a los emigrantes cubanos, Estados Unidos sería un territorio amurallado para
los habitantes de esta Isla donde los “charlatanes y ladrones” de los que
hace poco habló The New York
Times pactarían con narcotraficantes y asesinos el fin
de quienes se atrevan a impugnarles.
¿Se
hablaría entonces de los emigrantes cubanos? ¿O serían igual de invisibles que
las víctimas de las barreras mucho mayores que el muro de Berlín, impuestas
contra palestinos, mexicanos, saharauis o africanos por Washington y sus
aliados?
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