Lo que convierte a la perspectiva de
Martín Banús en una de carácter reaccionaria, es comenzar diciendo que la
triste realidad del indígena guatemalteco no es imputable a la realidad social
que vive (“el sistema”), sino a su
manera de ser: indiferente, derrotado, desobligado, inauténtico (su religión es
sincretismo), borracho, machista y sucio.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El artículo de Martín
Banús, titulado “El indígena feo”, ha llamado
poderosamente la atención en Guatemala,
pero de una manera negativa. En la versión digital del periódico en que
fue publicado, La Hora, registra más de 250 comentarios. Esto es un verdadero
record. Desde hace algún tiempo he observado que aun columnistas estrellas de
dicho diario suman dos o tres comentarios del lector a sus colaboraciones. Pero
Martín Banús se ha hecho célebre de la peor
manera. Ha despertado el rechazo de un sector importante de la opinión
pública guatemalteca porque sus argumentos acerca del “problema del indígena”
ciertamente tienen un sabor racista y podríamos agregar malthusiano. Y con
estas dos concepciones, racismo y maltusianismo, la opinión de Martín sobre la
cuestión étnica en Guatemala se ubica en la extrema derecha. Me ha resultado
sorprendente la perspectiva del autor, porque por alguna conversación que tuve
con él y por lo que dice en algunos de sus artículos, me pareció un hombre
progresista.
Lo que convierte a la
perspectiva de Martín en una de carácter reaccionaria, es comenzar diciendo que
la triste realidad del indígena guatemalteco no es imputable a la realidad
social que vive (“el sistema”), sino a
su manera de ser: indiferente, derrotado, desobligado, inauténtico (su religión
es sincretismo), borracho, machista y sucio.
Y este razonamiento le otorga a la condición indígena una esencialidad negativa que tiene un
innegable carácter racista. Los indígenas en la perspectiva de Martín,
solamente saben cultivar la tierra pero lo hacen mal: son deforestadores y con
ello causantes de las inundaciones, además se convierten en parásitos que piden
fertilizantes a cambio de votos. En el fondo el artículo de Banús no hace sino
reproducir los prejuicios criollos de la colonia, analizados magistralmente por
Severo Martínez Peláez en “La patria del criollo”.
El artículo deplora que
el indígena se llene de hijos (10 o 12 en promedio) porque al reproducirse como
conejo genera más pobres y se convierte en victimario del Estado al azuzar con
su reproducción incontrolada el fuego de la injusticia social. Es la explosión
demográfica y no las injustas relaciones sociales lo que ocasiona la miseria
indígena. Y este argumento convierte al razonamiento de Martín en uno de
carácter malthusiano con las inevitables consecuencias genocidas. En su “ensayo
sobre el principio de la población” (1789), Thomas Malthus pregonó que la
problemática social radicaba en que la población se reproducía geométricamente
mientras que la producción de alimentos lo hacía aritméticamente. Con esa
premisa, Malthus concluyó que no deberían permitirse políticas sociales porque
creaban condiciones de sobrevivencia y aumento de los pobres. A los pobres
debería dejárseles morir.
El maltusianismo
moderno no es tan explicito en sus ánimos genocidas. Pero su solución a la
problemática social es la reducción demográfica. Esto es lo que está implícito
cuando Martín dice que la solución del problema indígena la tiene el mismo
indígena: disminuir su número. ¿De qué manera? ¿Control natal voluntario?
¿esterilización masiva forzosa?
Acaso Martín no fue
conciente de la consecuencia de las premisas de su artículo: el etnocidio.
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