"Este encuentro nuestro
responde a un anhelo muy concreto, algo que cualquier padre, cualquier madre
quiere para sus hijos; un anhelo que debería estar al alcance de todos, pero
hoy vemos con tristeza cada vez más lejos de la mayoría: tierra, techo y trabajo.
Es extraño pero si hablo de esto para algunos resulta que el Papa es comunista".
Aula
Vieja del Sínodo
Martes
28 de octubre de 2014
El Papa en su mensaje al Encuentro de Movimientos Sociales |
Buenos días de nuevo,
estoy contento de estar entre ustedes, además les digo una confidencia, es la
primera vez que bajo acá, nunca había venido. Como les decía, tengo mucha
alegría y les doy una calurosa bienvenida.
Gracias por haber
aceptado esta invitación para debatir tantos graves problemas sociales que
aquejan al mundo hoy, ustedes que sufren en carne propia la desigualdad y la
exclusión. Gracias al Cardenal Turkson por su acogida. Gracias, Eminencia, por
su trabajo y sus palabras.
Este encuentro de
Movimientos Populares es un signo, es un gran signo: vinieron a poner en
presencia de Dios, de la Iglesia, de los pueblos, una realidad muchas veces
silenciada. ¡Los pobres no sólo padecen la injusticia sino que también luchan
contra ella!
No se contentan con
promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos
cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan
o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o
de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten que los pobres ya no
esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman
y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que
sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o
al menos tiene muchas ganas de olvidar.
Solidaridad es una
palabra que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos
transformado en una mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra mucho
más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en
términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de
los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas
estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y
la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los
destructores efectos del Imperio del dinero: los desplazamientos forzados, las
emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia
y todas esas realidades que muchos de ustedes sufren y que todos estamos llamados
a transformar. La solidaridad, entendida, en su sentido más hondo, es un
modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares.
Este encuentro nuestro no
responde a una ideología. Ustedes no trabajan con ideas, trabajan con
realidades como las que mencioné y muchas otras que me han contado… tienen los
pies en el barro y las manos en la carne. ¡Tienen olor a barrio, a pueblo, a
lucha! Queremos que se escuche su voz que, en general, se escucha poco. Tal vez
porque molesta, tal vez porque su grito incomoda, tal vez porque se tiene miedo
al cambio que ustedes reclaman, pero sin su presencia, sin ir realmente a las
periferias, las buenas propuestas y proyectos que a menudo escuchamos en las
conferencias internacionales se quedan en el reino de la idea, es mi proyecto.
No se puede abordar el
escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente
tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué
triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la
pasividad, se lo niega o peor, se esconden negocios y ambiciones personales:
Jesús les diría hipócritas. Qué lindo es en cambio cuando vemos en movimiento a
Pueblos, sobre todo, a sus miembros más pobres y a los jóvenes. Entonces sí se
siente el viento de promesa que aviva la ilusión de un mundo mejor. Que ese
viento se transforme en vendaval de esperanza. Ese es mi deseo.
Este encuentro nuestro
responde a un anhelo muy concreto, algo que cualquier padre, cualquier madre
quiere para sus hijos; un anhelo que debería estar al alcance de todos, pero
hoy vemos con tristeza cada vez más lejos de la mayoría: tierra,
techo y trabajo. Es extraño pero si hablo de esto para algunos
resulta que el Papa es comunista.
No se entiende que el amor
a los pobres está al centro del Evangelio. Tierra, techo y trabajo, eso por lo
que ustedes luchan, son derechos sagrados. Reclamar esto no es nada raro, es la
doctrina social de la Iglesia. Voy a detenerme un poco en cada uno de éstos
porque ustedes los han elegido como consigna para este encuentro.
Tierra. Al inicio de la
creación, Dios creó al hombre, custodio de su obra, encargándole de que la
cultivara y la protegiera. Veo que aquí hay decenas de campesinos y campesinas,
y quiero felicitarlos por custodiar la tierra, por cultivarla y por hacerlo en
comunidad. Me preocupa la erradicación de tantos hermanos campesinos que sufren
el desarraigo, y no por guerras o desastres naturales. El acaparamiento de
tierras, la desforestación, la apropiación del agua, los agrotóxicos
inadecuados, son algunos de los males que arrancan al hombre de su tierra
natal. Esta dolorosa separación, que no es sólo física, sino existencial y
espiritual, porque hay una relación con la tierra que está poniendo a la
comunidad rural y su peculiar modo de vida en notoria decadencia y hasta en
riesgo de extinción.
La otra dimensión del
proceso ya global es el hambre. Cuando la especulación financiera condiciona el
precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de
personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte se desechan toneladas de
alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la
alimentación es un derecho inalienable. Sé que algunos de ustedes reclaman una
reforma agraria para solucionar alguno de estos problemas, y déjenme decirles
que en ciertos países, y acá cito el Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, “la reforma agraria es además de una necesidad política, una
obligación moral” (CDSI, 300).
No lo digo solo yo, está
en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Por favor, sigan con la
lucha por la dignidad de la familia rural, por el agua, por la vida y para que
todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra.
Segundo, Techo. Lo
dije y lo repito: una casa para cada familia. Nunca hay que olvidarse que Jesús
nació en un establo porque en el hospedaje no había lugar, que su familia tuvo
que abandonar su hogar y escapar a Egipto, perseguida por Herodes. Hoy hay
tantas familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien porque
la han perdido por diferentes motivos. Familia y vivienda van de la mano. Pero,
además, un techo, para que sea hogar, tiene una dimensión comunitaria: y es el
barrio… y es precisamente en el barrio donde se empieza a construir esa gran
familia de la humanidad, desde lo más inmediato, desde la convivencia con los
vecinos. Hoy vivimos en inmensas ciudades que se muestran modernas, orgullosas
y hasta vanidosas. Ciudades que ofrecen innumerables placeres y bienestar para
una minoría feliz… pero se le niega el techo a miles de vecinos y hermanos
nuestros, incluso niños, y se los llama, elegantemente, “personas en situación
de calle”. Es curioso como en el mundo de las injusticias, abundan los
eufemismos. No se dicen las palabras con la contundencia y la realidad se busca
en el eufemismo. Una persona, una persona segregada, una persona apartada, una
persona que está sufriendo la miseria, el hambre, es una persona en situación
de calle: palabra elegante ¿no? Ustedes busquen siempre, por ahí me equivoco en
alguno, pero en general, detrás de un eufemismo hay un delito.
Vivimos en ciudades que
construyen torres, centros comerciales, hacen negocios inmobiliarios… pero
abandonan a una parte de sí en las márgenes, las periferias. ¡Cuánto duele
escuchar que a los asentamientos pobres se los margina o, peor, se los quiere
erradicar! Son crueles las imágenes de los desalojos forzosos, de las topadoras
derribando casillas, imágenes tan parecidas a las de la guerra. Y esto se ve
hoy.
Ustedes saben que en las
barriadas populares donde muchos de ustedes viven subsisten valores ya
olvidados en los centros enriquecidos. Los asentamientos están bendecidos con
una rica cultura popular: allí el espacio público no es un mero lugar de
tránsito sino una extensión del propio hogar, un lugar donde generar vínculos
con los vecinos. Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza
enfermiza e integran a los diferentes y que hacen de esa integración un nuevo
factor de desarrollo. Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño
arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el
reconocimiento del otro. Por eso, ni erradicación ni marginación: Hay que
seguir en la línea de la integración urbana. Esta palabra debe desplazar
totalmente a la palabra erradicación, desde ya, pero también esos proyectos que
pretenden barnizar los barrios pobres, aprolijar las periferias y
maquillar las heridas sociales en vez de curarlas promoviendo una integración
auténtica y respetuosa. Es una especie de arquitectura de maquillaje ¿no? Y va
por ese lado. Sigamos trabajando para que todas las familias tengan una
vivienda y para que todos los barrios tengan una infraestructura adecuada
(cloacas, luz, gas, asfalto, y sigo: escuelas, hospitales o salas de primeros
auxilios, club deportivo y todas las cosas que crean vínculos y que unen,
acceso a la salud –lo dije- y a la educación y a la seguridad en la tenencia.
Tercero, Trabajo.
No existe peor pobreza material -me urge subrayarlo-, no existe peor
pobreza material, que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad
del trabajo. El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos
laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un
sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre, si el
beneficio es económico, sobre la humanidad o sobre el hombre, son efectos de
una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien
de consumo, que se puede usar y luego tirar.
Hoy, al fenómeno de la
explotación y de la opresión se le suma una nueva dimensión, un matiz gráfico y
duro de la injusticia social; los que no se pueden integrar, los excluidos son
desechos, “sobrantes”. Esta es la cultura del descarte y sobre esto quisiera
ampliar algo que no tengo escrito pero se me ocurre recordarlo ahora. Esto
sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el
hombre, la persona humana. Sí, al centro de todo sistema social o económico
tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el dominador
del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede
esta trastocación de valores.
Y, para graficar,
recuerdo una enseñanza de alrededor del año 1200. Un rabino judío explicaba a
sus feligreses la historia de la torre de babel y entonces contaba cómo, para
construir esta torre de babel, había que hacer mucho esfuerzo, había que
fabricar los ladrillos, para fabricar los ladrillos había que hacer el barro y
traer la paja, y amasar el barro con la paja, después cortarlo en cuadrado,
después hacerlo secar, después cocinarlo, y cuando ya estaban cocidos y fríos,
subirlos para ir construyendo la torre.
Si se caía un ladrillo,
era muy caro el ladrillo con todo este trabajo, si se caía un ladrillo era casi
una tragedia nacional. Al que lo dejaba caer lo castigaban o lo suspendían o no
sé lo que le hacían, y si caía un obrero no pasaba nada. Esto es cuando la
persona está al servicio del dios dinero y esto lo contaba un rabino judío,
en el año 1200 explicaba estas cosas horribles.
Y respecto al descarte
también tenemos que ser un poco atentos a lo que sucede en nuestra sociedad.
Estoy repitiendo cosas que he dicho y que están en la Evangelii Gaudium. Hoy día, se descartan los
chicos porque el nivel de natalidad en muchos países de la tierra ha disminuido
o se descartan los chicos por no tener alimentación o porque se les mata antes
de nacer, descarte de niños.
Se descartan los
ancianos, porque, bueno, no sirven, no producen, ni chicos ni ancianos
producen, entonces con sistemas más o menos sofisticados se les va abandonando
lentamente, y ahora, como es necesario en esta crisis recuperar un cierto
equilibrio, estamos asistiendo a un tercer descarte muy doloroso, el descarte de
los jóvenes. Millones de jóvenes, yo no quiero decir la cifra porque no la sé
exactamente y la que leí me parece un poco exagerada, pero millones de jóvenes
descartados del trabajo, desocupados.
En los países de Europa,
y estas si son estadísticas muy claras, acá en Italia, pasó un poquitito del
40% de jóvenes desocupados; ya saben lo que significa 40% de jóvenes, toda una
generación, anular a toda una generación para mantener el equilibrio. En otro
país de Europa está pasando el 50% y en ese mismo país del 50%, en el
sur, el 60%, son cifras claras, óseas del descarte. Descarte de niños,
descarte de ancianos, que no producen, y tenemos que sacrificar una generación
de jóvenes, descarte de jóvenes, para poder mantener y reequilibrar un sistema
en el cual en el centro está el dios dinero y no la persona humana.
Pese a esto, a esta
cultura del descarte, a esta cultura de los sobrantes, tantos de ustedes,
trabajadores excluidos, sobrantes para este sistema, fueron inventando su
propio trabajo con todo aquello que parecía no poder dar más de sí mismo… pero
ustedes, con su artesanalidad, que les dio Dios… con su búsqueda, con su
solidaridad, con su trabajo comunitario, con su economía popular, lo han
logrado y lo están logrando…. Y déjenme decírselo, eso además de trabajo, es
poesía. Gracias.
Desde ya, todo
trabajador, esté o no esté en el sistema formal del trabajo asalariado, tiene
derecho a una remuneración digna, a la seguridad social y a una cobertura
jubilatoria. Aquí hay cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes,
costureros, artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros
de empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas y trabajadores de oficios
populares que están excluidos de los derechos laborales, que se les niega la
posibilidad de sindicalizarse, que no tienen un ingreso adecuado y estable. Hoy
quiero unir mi voz a la suya y acompañarlos en su lucha.
En este Encuentro,
también han hablado de la Paz y de Ecología. Es lógico: no puede
haber tierra, no puede haber techo, no puede haber trabajo si no tenemos paz y
si destruimos el planeta. Son temas tan importantes que los Pueblos y sus
organizaciones de base no pueden dejar de debatir. No pueden quedar sólo en
manos de los dirigentes políticos. Todos los pueblos de la tierra, todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, tenemos que alzar la voz en defensa de
estos dos preciosos dones: la paz y la naturaleza. La hermana madre tierra como
la llamaba San Francisco de Asís.
Hace poco dije, y lo
repito, que estamos viviendo la tercera guerra mundial pero en cuotas. Hay
sistemas económicos que para sobrevivir deben hacer la guerra. Entonces se
fabrican y se venden armas y, con eso los balances de las economías que
sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente quedan saneados.
Y no se piensa en los niños hambrientos en los campos de refugiados, no se
piensa en los desplazamientos forzosos, no se piensa en las viviendas
destruidas, no se piensa, desde ya, en tantas vidas segadas. Cuánto
sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto dolor. Hoy, queridos hermanas y
hermanos, se levanta en todas las partes de la tierra, en todos los pueblos, en
cada corazón y en los movimientos populares, el grito de la paz: ¡Nunca más la
guerra!
Un sistema económico
centrado en el dios dinero necesita también saquear la naturaleza, saquear la
naturaleza, para sostener el ritmo frenético de consumo que le es inherente. El
cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la desforestación ya están
mostrando sus efectos devastadores en los grandes cataclismos que vemos, y los
que más sufren son ustedes, los humildes, los que viven cerca de las costas en
viviendas precarias o que son tan vulnerables económicamente que frente a un
desastre natural lo pierden todo. Hermanos y hermanas: la creación no es una
propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni mucho menos, es una
propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un regalo, un
don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo
utilicemos en beneficio de todos, siempre con respeto y gratitud. Ustedes quizá
sepan que estoy preparando una encíclica sobre Ecología: tengan la seguridad
que sus preocupaciones estarán presentes en ella. Les agradezco, aprovecho para
agradecerles, la carta que me hicieron llegar los integrantes de la Vía
Campesina, la Federación de Cartoneros y tantos otros hermanos al respecto.
Hablamos de la tierra, de
trabajo, de techo… hablamos de trabajar por la paz y cuidar la naturaleza… Pero
¿por qué en vez de eso nos acostumbramos a ver cómo se destruye el
trabajo digno, se desahucia a tantas familias, se expulsa a los campesinos, se
hace la guerra y se abusa de la naturaleza? Porque en este sistema se ha sacado
al hombre, a la persona humana, del centro y se lo ha reemplazado por otra cosa.
Porque se rinde un culto idolátrico al dinero. Porque se ha globalizado la
indiferencia, se ha globalizado la indiferencia: a mí ¿qué me importa lo que
les pasa a otros mientras yo defienda lo mío? Porque el mundo se ha olvidado
de Dios, que es Padre; se ha vuelto huérfano porque dejó a Dios de lado.
Algunos de ustedes
expresaron: Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo, tenemos que
volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se
construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos. Hay que
hacerlo con coraje, pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin
fanatismo. Con pasión, pero sin violencia. Y entre todos, enfrentando los
conflictos sin quedar atrapados en ellos, buscando siempre resolver las tensiones
para alcanzar un plano superior de unidad, de paz y de justicia. Los cristianos
tenemos algo muy lindo, una guía de acción, un programa, podríamos decir,
revolucionario. Les recomiendo vivamente que lo lean, que lean las
bienaventuranzas que están en el capítulo 5 de San Mateo y 6 de San Lucas,
(cfr. Mt 5, 3 y Lc 6, 20) y que lean el pasaje de Mateo 25. Se lo dije a los
jóvenes en Río de Janeiro, con esas dos cosas tienen el programa de
acción.
Sé que entre ustedes hay
personas de distintas religiones, oficios, ideas, culturas, países,
continentes. Hoy están practicando aquí la cultura del encuentro, tan distinta
a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia que tantas veces vemos.
Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el conjunto no anula
la particularidad, el conjunto no anula la particularidad. Por eso a mí me
gusta la imagen del poliedro, una figura geométrica con muchas caras distintas.
El poliedro refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él
conservan la originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, nada se domina,
todo se integra, todo se integra. Hoy también están buscando esa síntesis entre
lo local y lo global. Sé que trabajan día tras día en lo cercano, en lo
concreto, en su territorio, su barrio, su lugar de trabajo: los invito también
a continuar buscando esa perspectiva más amplia, que nuestros sueños vuelen
alto y abarquen el todo.
De ahí que me parece
importante esa propuesta que algunos me han compartido de que estos
movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el
subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando,
como lo han hecho ustedes en estos días. Atención, nunca es bueno encorsetar el
movimiento en estructuras rígidas, por eso dije encontrarse, mucho menos es
bueno intentar absorberlo, dirigirlo o dominarlo; movimientos libres tiene su
dinámica propia, pero sí, debemos intentar caminar juntos. Estamos en este
salón, que es el salón del Sínodo viejo, ahora hay uno nuevo, y sínodo quiere
decir precisamente “caminar juntos”: que éste sea un símbolo del proceso que
ustedes han iniciado y que están llevando adelante.
Los movimientos populares
expresan la necesidad urgente de revitalizar nuestras democracias, tantas veces
secuestradas por innumerables factores. Es imposible imaginar un futuro para la
sociedad sin la participación protagónica de las grandes mayorías y ese
protagonismo excede los procedimientos lógicos de la democracia formal. La
perspectiva de un mundo de paz y justicia duraderas nos reclama superar el
asistencialismo paternalista, nos exige crear nuevas formas de participación
que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno
locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que
surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino
común. Y esto con ánimo constructivo, sin resentimiento, con amor.
Yo los acompaño de
corazón en ese camino. Digamos juntos desde el corazón: Ninguna familia sin
vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna
persona sin la dignidad que da el trabajo.
Queridos hermanas y
hermanos: sigan con su lucha, nos hacen bien a todos. Es como una bendición de
humanidad. Les dejo de recuerdo, de regalo y con mi bendición, unos rosarios
que fabricaron artesanos, cartoneros y trabajadores de la economía popular de
América Latina.
Y en este acompañamiento
rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro
Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los
acompañe en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en
pie: esa fuerza es la esperanza, la esperanza que no defrauda, gracias.
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