Aunque las elecciones
en Brasil no cierran el año electoral en América Latina y el Caribe, toda vez
que falta la segunda vuelta que se llevará a cabo el próximo 30 de noviembre en
Uruguay, y las parlamentarias que definirán el nuevo primer ministro de
Dominica el 14 de diciembre, el peso específico del gigante amazónico en el
escenario político latinoamericano pareciera permitir hacer un análisis crítico
de la situación actual, las perspectivas y los retos para los pueblos de la
región y sus organizaciones en los próximos años.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Si observamos los
resultados de los eventos comiciales que eligieron o mantuvieron presidentes/as
en la región, podremos concluir que en la mayoría de los países, la izquierda
ha mantenido y ampliando su espacio. Además de Bolivia y Brasil, El Salvador
también optó por una organización con marcada historia revolucionaria y con una
trayectoria bastante lejana de los
dictados imperiales. En Panamá y Costa Rica fueron derrotados sendos gobiernos
neoliberales que se encontraban entre los más cercanos aliados de Estados
Unidos. En Antigua y Barbuda la oposición se hizo del gobierno en las elecciones
parlamentarias de junio sin que ello vislumbre cambios trascendentes en su
política tanto interna como exterior.
Colombia, fue el único país que mantuvo un gobierno de derecha y
neoliberal, pero la importancia de la reelección del Presidente Santos, viene
dada por la derrota del sector de ultra derecha terrorista que encabeza Álvaro
Uribe. Al menos, eso permitirá la continuidad de los diálogos de paz a la que aspira la mayoría del pueblo
colombiano y el conjunto de la opinión pública de América Latina y el mundo.
Vistas las cosas de esa
manera, los sectores progresistas pudieran celebrar un año éxitoso en el
enfrentamiento electoral con las fuerzas
más retrógradas del espectro político regional. En esa medida, también podría
decirse que en el año que fenece, Estados Unidos no pudo avanzar en el logro de
victorias que lo oxigenen del retroceso iniciado en diciembre de 1998 cuando el
Comandante Hugo Chávez obtuvo una resonante victoria en las elecciones
presidenciales de Venezuela. Así mismo, estos eventos, desarrollados en todas
las latitudes de la región han significado una contundente derrota de los
medios de comunicación, en particular de
las grandes cadenas de televisión que se han transformado en verdaderos
actores políticos al servicio de los intereses de la oligarquía antinacional de
nuestros países. Tal vez sea posible decir que en Brasil, superaron todo
registro anterior en materia de tergiversación de la realidad, construcción de
falsas verdades e imposición de temas en la agenda, sin contar con la ofensa a
la dignidad de la presidente Rousseff y otros candidatos del PT. En Brasil, sin
embargo no pudieron lograr lo que Televisa en México al imponer la candidatura
de Enrique Peña Nieto y su venta como mercancía electoral que fue comprada aparentemente
por la mayoría de los mexicanos.
Desde esta perspectiva,
le correspondería a las fuerzas populares celebrar y prepararse para la próxima
contienda electoral. Sin el menor ánimo
de subestimar la trascendencia de estas victorias, que sin lugar a dudas son
expresión de un estadio nuevo en el devenir de las luchas sociales y políticas
de una región proveniente de décadas de horrendas dictaduras criminales que
establecieron gobiernos neoliberales a ultranza, ¿no valdría la pena apartarnos
un poco de lo estrictamente coyuntural y hacernos algunas preguntas que parecieran generar dudas e incluso
angustias en los momentos pre electorales?
Una primera
impresión, introduce la inquietud acerca
de si la izquierda no sigue haciendo
política igual que hace 15 años cuando
la orfandad de Cuba hacía presagiar lo peor, hasta que la victoria de Chávez
comenzó a trazar un camino alterno al que se había dibujado a través del
Consenso de Washington. Hoy, la reclamación y exigencia de los pueblos va mucho
más allá del simple restablecimiento de la democracia como vía de instaurar un
modelo de redistribución más equitativo del ingreso a fin de darle visibilidad
a los excluidos y marginados de los últimos 5 siglos. Aunque es muy temprano
para sacar cuentas alegres, lo cierto es que en América Latina y el Caribe la
pobreza ha disminuido, la polarización social se ha reducido y la democracia se
ha establecido en todas las altitudes y longitudes. Los gobiernos progresistas de la región han
implementado políticas sociales que han disminuido el impacto de la crisis que afecta al mundo desde 2008.
Sin embargo, no hay que
olvidar que en la democracia representativa y las elecciones como parte de
ella, son un mero instrumento contable que no refleja la profundidad de la política ni la toma de conciencia que
permite transmutar esa cantidad en calidad transformadora. Eso es lo que podría
explicar porque los 40 millones de
brasileños sacados de la pobreza por las medidas tomadas por los gobierno del
PT no se convierten en votos electorales.
Es lo que permite entender también porque en Bolivia el MAS y el
Presidente Evo Morales ganan las elecciones sin sobresaltos estableciendo, aquí
si- una clara relación entre acción gubernamental y obtención de votos.
En Bolivia, se
manifiestan de prístina manera,
expresiones que dan cuenta no sólo de una metamorfosis política de la sociedad.
Más que eso, los resultados electorales son expresión de una profunda mutación
civilizatoria que recoge no sólo las enseñanzas de la práctica de la política y
la filosofía occidental, sino que por sobre todo enuncia toda la sabiduría
ancestral de los pueblos originarios. Así, los bolivianos han entendido que el
MAS es sólo un instrumento para “jugar” en la política de la democracia
representativa. Su verdadera fuerza radica en la organización y fortaleza
ideológica del movimiento social, -del cual Evo jamás se ha desprendido- que ha
ganado protagonismo real en la toma de decisiones como lo atestigua la paridad en materia de género y el alto
número de parlamentarios indígenas en la nueva Asamblea Legislativa
Plurinacional, por citar solo algunos ejemplos.
El quehacer de la
política gira en torno a construir la propuesta estratégica y hacerla
inamovible ante los vaivenes de la cotidianidad y diseñar la táctica necesaria
para lograr esos objetivos trazados para el largo plazo. La firmeza estratégica
y la flexibilidad táctica son la medida de una acertada ejecución de la
política. En el tema que estamos tratando, esto refiere a la capacidad para
entender el momento y delinear medidas apropiadas a ello. Significa darle el
valor real que tiene el proceso electoral, sin olvidar que los verdaderos
cambios van a emerger de la elevación del nivel político y conciencia de los
pueblos y de que esto se exprese en términos organizativos y participativos.
Por supuesto, se está hablando de hacer política con altura ética. Todo lo
contrario de lo que ha ocurrido en Perú, donde los últimos 4 presidentes han
hecho campaña electoral enarbolando un programa y han gobernado, ejecutando
otro.
En el caso de Brasil,
como en el de otros países de la región, pareciera emerger un sector que lejos
de asumir posiciones de derecha y pro imperialistas, acentúan críticas no en
contra de lo que se ha hecho, sino de denuncia de lo que no se ha ejecutado, o lo que se ha dejado de hacer, sobre todo en
términos de eficiencia y ética administrativa. Este es el basamento sobre el
cual se podría explicar el resultado electoral y la angustia en la espera del
resultado, es lo que llevaría a entender que la baja en la votación de la
izquierda, (en este caso del PT) obedece a inexplicables alianzas sin las
cuales –por otro lado- sería imposible lograr la victoria electoral.
Bolivia y Brasil
permiten mirar la cara y el sello de gobiernos que han escogido tácticas
diferentes. Mientras Evo y el MAS optan por una persistencia y profundización
de la democracia popular participativa, además de alianzas económicas
hegemonizadas por el Estado y del cual los sectores más humildes de la
población se han sentido beneficiados, en Brasil, la merma electoral, dice en relación con el abandono del PT de su histórica
relación privilegiada con las clases populares. Habla, por un lado, de la
institucionalización de la política al estilo PRI de México, sin entender que
la inclusión social por sí misma, no
basta para avanzar en el camino de la transformación y el cambio. El PT deberá
”refrescar” su quehacer político a fin de que sus fallas no generen el caldo de
cultivo en el que la derecha bajo el paraguas invaluable de los medios de
comunicación sigan restando espacio al movimiento popular.
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