Kobane, la ciudad del
norte de Siria, fronteriza con Turquía, se ha transformado en las últimas
semanas en el epicentro de los combates que han emergido desde el inicio de la
ofensiva de la organización terrorista sunita Estado Islámico (EI) en Irak y
Siria.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
A Miguel Guaglianone,
hermano y compañero de luchas y de sueños
Kobane (Ayn al-Arab en
árabe) es una ciudad de alrededor de 50 mil habitantes de mayoría kurda (90% de
la población) que está situada a menos de un kilómetro del límite territorial
entre Siria y Turquía. La dimensión de los combates y el heroísmo del pueblo
kurdo que habita la ciudad, en particular de las Unidades de Protección Popular
(YPG), brazo armado del Comité Supremo Kurdo del Kurdistán Sirio, y de sus mujeres, que forman parte de las
Unidades de Protección Popular (YPJ),
han dado a conocer una acción que se ha comenzado a denominar como el
“Stalingrado del Medio Oriente.
Sin embargo, tras
bambalinas, las acciones en Kobane son expresión de la multiplicidad de
factores que están presentes en el conflicto del Medio Oriente, los intereses
de los países que participan directamente en las acciones y de las potencias
que han intervenido militarmente en los
hechos.
En un primer momento,
Estados Unidos, minimizó el potencial terrorista del EI. Ello permitió su
crecimiento y expansión sin cortapisas de ningún tipo. Así mismo, las acciones
de esta banda extremista han puesto
sobre el tapete el papel tenebroso que siempre ha jugado Turquía en el
escenario de las acciones. Su discurso y accionar han sido contradictorios, por
una parte ha suministrado armas y apoyo al EI para que éste elimine la
resistencia kurda y al mismo tiempo envía señales difusas en cuanto a su
involucramiento en las acciones. El ex
canciller y actual primer ministro Ahmet Davutoglu anunció el pasado 3 de
octubre que su país no iba a permitir que Kobane cayera en manos del EI. No
obstante, el propio Presidente Recep Tayyip Erdogan lo refutó cuando afirmó
pocos días después que Turquía se involucraría en la defensa de Kobane bajo ciertas
condiciones: el establecimiento de una zona de exclusión aérea, la posibilidad
de entrenamiento de las fuerzas de lo que llama “oposición moderada siria” y
una estrategia directa que conduzca al derrocamiento del presidente sirio
Bashar el Assad. Días después la propia OTAN y las potencias occidentales
rechazaron tales condiciones.
Turquía a su vez, objetó
el apoyo bélico de Estados Unidos a los kurdos que resisten en Kobane, bajo el
argumento de que se está fortaleciendo al Partido de los Trabajadores del
Kurdistán (PKK), organización considerada como terrorista por este país. Vale
decir que, los ataques aéreos y suministros logísticos que Estados Unidos está ejecutando en la región
se realizan en el marco de la ambigüedad
típica de la potencia cuando interviene militarmente, sin objetivos claros que
cumplir. Así, se hizo aparecer como un error que ciertos pertrechos hechos
llegar por vía aérea a los kurdos, cayeran en manos del EI, lo cual deja muchas
dudas al respecto.
La coalición creada para
combatir al EI ha gastado alrededor de 1000
millones de dólares en tres meses de acciones. En ese período han
realizado un número cercano a 1800 incursiones aéreas, de las cuales 1100 han
sido ataques misilísticos. De esa cantidad, Estados Unidos ha aportado 467
millones de dólares. Estas cantidades son ínfimas si se les compara con otras
acciones realizadas por la potencia norteamericana en el pasado reciente, por
ejemplo en Afganistán e Irak. Vale decir que
la cantidad de misiles lanzados en 3 meses por la coalición liderada por
estados Unidos es el equivalente a lo que las fuerzas armadas de Israel usaron
en 2 días durante el asedio inhumano contra Gaza el pasado mes de julio.
Voceros estadounidenses
autorizados han informado que se necesitarán al menos 3 años de acciones
directas para lograr debilitar al EI. Eso es mucho tiempo si se compra con las
acometidas fulminantes que llevaron a la derrota de los talibanes en Afganistán
en 2001 y de Saddam Hussein en Irak en 2003. En este contexto, sería válido preguntarse
a qué obedece este cambio en el pensamiento estratégico estadounidense. Resulta
curiosa la argumentación para explicar la negativa de utilizar tropas
terrestres en las operaciones. Contrario a lo que se pudiera afirmar, la
opinión pública de Estados Unidos estaría de acuerdo en apoyar una incursión
terrestre de sus fuerzas armadas. Los medios de comunicación, sempiternos
aliados del Complejo Militar Industrial se han encargado de ello, mostrando de
manera grotesca y alejada de cualquier racionalidad las decapitaciones de
ciudadanos occidentales y árabes realizadas por el EI. Vale recordar que estas
bárbaras muestras de violencia fueron expuestas a la ciudadanía estadounidense
justo el 11 de septiembre estableciendo un simbolismo en la preparación sicológica
de la ciudadanía que no deja lugar a dudas en torno de a donde conduciría una
eventual escalada del conflicto.
¿Qué se vislumbra en el
trasfondo? En primer lugar, hay que decir que la suposición de que se puede
derrotar al EI sin la participación de las Fuerzas Armadas de Siria o dejando
al margen a Irán son quimeras construidas por los analistas de estrategia que asesoran al Presidente
Obama. Hay otros elementos detrás de
este talante.
En el transcurso de este
siglo, la política de Estados Unidos en el Medio Oriente y el norte de África
ha sido un total fracaso, no han podido vencer a los talibanes en Afganistán,
salieron derrotados de Irak, dejando en el poder un gobierno de mayoría chiita
aliado de Irán, eliminando de paso el ejército sunita de Saddam Hussein que era
uno de los más sólidos de la región. En Libia, después de la destitución y
posterior asesinato de Muamar Gadafi, el país ha devenido en una anárquica
guerra tribal, por lo cual las grandes trasnacionales energéticas no han podido
igualar ni siquiera la menor producción petrolera previa a la invasión de la
OTAN. Los Hermanos Musulmanes, organización pro occidental extremista de la
derecha árabe creada por las agencias de inteligencia británicas ha sido
desalojado del poder en Túnez y Egipto, perdiendo Estados Unidos y Turquía su
más firme aliado en la región. Los houthis, grupo chiita de Yemen ha comenzando
a controlar ese país casi en sus totalidad poniendo presión en el paso de Bab
el Mandeb, el cual junto a Ormuz bajo inspección iraní, conforman el dúo de
estrechos que permiten la navegación de
los súper tanqueros desde el Golfo Pérsico al Golfo de Adén en el Océano Índico
y de éste al Mar Rojo. Así mismo, los chiitas, mayoritarios en Bahréin ejercen
cada vez mayor presión contra la monarquía sunita de ese reino en el que tiene
su sede la 5ta. Flota de la Armada de Estados Unidos. En Siria, las fuerzas
mercenarias y terroristas no ha podido consolidar sus posiciones, mucho menos
estar cerca del derrocamiento del presidente Bashar el –Assad, a pesar de todo
el apoyo financiero, bélico y logístico de las monarquías sunitas y de la OTAN.
Finalmente, Israel, a pesar de su enorme operación terrorista contra Gaza no
pudo lograr los objetivos propuestos. Al contrario la diplomacia palestina ha
logrado resonantes victorias al obtener el reconocimiento político de Suecia y
el voto favorable en ese sentido de los parlamentos de Gran Bretaña e Irlanda.
CONTINUARÁ…
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