Las discusiones sobre el cambio climático y el calentamiento global, a
la hora de tomar medidas reales, suelen terminar en la pregunta irresponsable
de los ricos: ‘¿Cuánto hay que dar?’. Pero no ofrecen dinero para solucionar
los problemas ambientales, originados por ellos mismos, sino para paliar o
‘mitigar’ sus temibles efectos. Y lo peor de todo: los ofrecimientos vienen
condicionados o nunca llegan.
Fander Falconi / El Telégrafo
(Ecuador)
No pueden caer los países del Sur en esa trampa. No estamos rogando
caridad, estamos exigiendo justicia porque somos las víctimas de la ambición
irresponsable del capitalismo; es más, la mayor víctima es la naturaleza, que
también tiene derechos.
La Organización de Naciones Unidas (ONU) y los diversos organismos
ejecutores de sus políticas fueron creados para dar respuestas a las
necesidades y a los derechos de toda la población del planeta. Sin embargo, ¿por
qué algunos países no responden frente a algunos compromisos y protocolos que
son el resultado de una exigencia mundial? Esta es una pregunta medular que nos
sitúa en el centro de un asunto que deja de ser diplomático para volverse
estrictamente político.
Frente a este egoísmo y a la crisis de las acciones conjuntas
ejemplificada por la ONU, sobrevienen las soluciones bilaterales.
La semana pasada, Estados Unidos y China, los dos países mayores
contaminantes del mundo, alcanzaron un acuerdo de ‘mínimos’. Se podría decir:
‘peor es nada’. El acuerdo muestra las enormes debilidades del multilateralismo
y la escasa responsabilidad efectiva para afrontar uno de los mayores desafíos
de la humanidad. China, que emite un cuarto del total del dióxido de carbono
(CO2) del planeta, empezará a reducir sus emisiones de gases efecto invernadero
(GEI) a partir de 2030. EE.UU., que emite el 17% del total de CO2, se
comprometió a reducir sus GEI para 2025 entre 26% y 28%, respecto a los niveles
de 2005.
En forma adicional, el presidente Barack Obama ofreció aportar $ 3.000
millones al fondo verde de la ONU para el clima, “que ayudará a los países en
desarrollo a adaptarse a los efectos del cambio climático”.
El Sur no tiene que ‘adaptarse’ a los daños que provocan los países
ricos. Debido a la falta de urgencia, no nos queda más que la exigencia de
nuestros derechos internacionales y el reclamo de las deudas ecológicas
acumuladas.
La búsqueda de una posición propia de nuestros pueblos también implica
exigir que no se disfrace como cooperación internacional el interés financiero
de las potencias que dicen brindar asistencia técnica.
Rogar una dádiva para mitigar los errores de los países ricos es
mostrar la otra mejilla para que nos sigan abofeteando. Por ejemplo, ante la
exigencia de que preservemos los bosques tropicales de Sudamérica, cabría
preguntar qué hicieron los países ricos con sus propios bosques y, lo que es
peor, cuánto contribuyeron a destruir los nuestros. También cabría
interrogarnos: ¿por qué no aceptan compensar el evitar emisiones de CO2 por
dejar bajo tierra combustibles fósiles?
En vez de dar limosnas, los países capitalistas deben cumplir con sus
obligaciones ambientales.
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