Los gobiernos antineoliberales de América Latina – Venezuela, Brasil,
Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, por orden de aparición – han resistido al
neoliberalismo y dado inicio al proceso de construcción de alternativas, con
gobiernos que llamamos posneoliberales.
Emir Sader /ALAI
América Latina fue una víctima privilegiada del neoliberalismo.
Nuestra región fue la que tuvo más gobiernos neoliberales y en sus modalidades
más radicales.
Basta pensar en lo que era el Estado social chileno, de los más
avanzados del continente y como esos avances fueron destruidos, por procesos de
mercantilización de derechos conquistados por los chilenos a lo largo de
décadas. Mirar cómo Argentina tuvo autosuficiencia energética, pero vio su
empresa estatal privatizada y entregada a corporaciones multinacionales.
Justamente por eso, América Latina se erigió como el continente donde
han surgido y se han desarrollado gobiernos que buscan la superación del
neoliberalismo, fenómeno único en el mundo de hoy. Nadie puede cuestionar que
esos gobiernos fueron la forma más efectiva de responder a la crisis del
neoliberalismo. Basta mirar cómo han reaccionado esos gobiernos y los
resultados que han tenido y mirar hacia países del continente que no lo han
hecho –como México– o hacia Europa, que insiste en respuestas neoliberales a
la crisis neoliberal, tirando alcohol al fuego y ahondando una crisis que no
tiene todavía horizonte de salida.
Los gobiernos antineoliberales de América Latina –Venezuela, Brasil,
Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, por orden de aparición– han resistido al
neoliberalismo y dado inicio al proceso de construcción de alternativas, con
gobiernos que llamamos posneoliberales. Atacan a tres ejes fundamentales del
neoliberalismo: a la prioridad del ajuste fiscal, por medio de la prioridad de
las políticas sociales; a la prioridad de Tratados de Libre Comercio con los
Estados Unidos por la prioridad de los procesos de integración regional y por
los intercambios Sur-Sur; a la centralidad del mercado, por el rescate del rol
activo del Estado como inductor del crecimiento económico y la distribución de
renta.
Son formas de resistencia al neoliberalismo, pero que no constituyen
todavía un modelo de su superación. Porque el modelo neoliberal fracasó, fue
derrotado políticamente en esos países, pero dejó su pesada herencia. Y es a
partir de ella, de las debilidades producidas por el neoliberalismo, que esos
gobiernos tienen que resistir y construir alternativas.
Estados debilitados, economías abiertas al mercado internacional,
desindustrializadas, dependiendo de la exportación de productos primarios,
hegemonía del capital financiero bajo su forma especulativa, predominio del
agronegocio en la agricultura de exportación, monopolio privado de los medios
de comunicación, dominio de la ideología mercantil, entre otros.
Hubo un primer período en que las políticas de redistribución de
renta, más los precios altos de los productos de exportación y las demandas de
China, fueron factores de recuperación para las economías de esos países, que a
su vez han generado un apoyo extenso de amplias capas de la población. Esa fase ha trasformado la fisionomía social
de esas sociedades, disminuyendo la desigualdad, la pobreza, la miseria y la
exclusión social, mientras en el mundo todo esos aspectos negativos siguen
creciendo. Ha permitido que, congregados, esos países hayan desarrollado
políticas externas soberanas y solidarias, mientras recuperaban la capacidad
del Estado para actuar frente a la crisis recesiva internacional.
Pero ello no es suficiente para diseñar un modelo de superación del
neoliberalismo. Se han desarrollado estrategias defensivas frente a un contexto
internacional. Por una parte el modelo de desarrollo económico con distribución
de renta es una conquista irreversible. Pero, por otro, mantener niveles de
crecimiento económico dependiendo de la exportación de producto primarios, en
medio a la prolongada recesión internacional, asediados por los capitales
especulativos de dentro y de fuera, coloca límites claros a un nuevo ciclo
expansivo de nuestras economías.
Un modelo superador del neoliberalismo supone la construcción de una
fuerza regional, en que se pueda definir nuevos nichos para un proceso de
rescate de la industrialización, valiéndose de los recursos naturales de que
disponemos, de la capacidad tecnología acumulada, de los recursos propios de
financiamiento, para no solo resistir al neoliberalismo, sino construir una
hegemonía posneoliberal en el conjunto de nuestros países. Lo cual significa una decisión política
fuerte de establecer la prioridad de los mecanismos de integración regional –para lo que mencionamos, especialmente el Mercosur, por el grado de
homogeneidad de que dispone– de parte de los gobiernos que se proponen construir
un mundo más allá del neoliberalismo.
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