La agresividad de los
grandes medios, la desesperación que llevó a algunos a incurrir en actos
probablemente delictivos, se basa en el interés de la gran burguesía por
recuperar el control pleno de la economía y conseguir ganancias extraordinarias
con las privatizaciones por realizar.
Boaventura de Sousa Santos / Página12
Las elecciones de Brasil
llamaron la atención de la comunicación social en todo el mundo. En gran
medida, hubo una cobertura hostil para la candidata Dilma Rousseff que fue
celosamente seguida por los grandes medios brasileños. El paroxismo del odio
anti Partido de los Trabajadores (PT) llevó a una revista de gran circulación,
Veja, a dirigirse por una vía probablemente delictiva. El diario The New York Times nunca se refirió a la candidata del PT
sin caracterizarla como “ex guerrillera”. Con la misma inconsistencia de
siempre, no se le ocurriría a ese periódico –ni a tantos otros que siguen su
línea– referirse a Angela Merkel como “ex comunista”, a Barroso como “ex
maoísta” o al presidente de China como “el comunista” Xi Jinping.
Los intereses que
sustentan a esta prensa corporativa esperaban y querían que la candidata del PT
fuera derrotada. El terrorismo económico de las agencias de calificación, de
las publicaciones Financial Times y The Economist, de la Bolsa de Valores,
intentó condicionar a los votantes brasileños y llegó a una virulencia
sorprendente, teniendo en cuenta la moderación del nacionalismo desarrollista
de Brasil, y el hecho evidente de que son factores principalmente globales
(léase, China) los que afectan al ritmo del crecimiento de países como Brasil.
¿Por qué tanta y tan desesperada hostilidad?
Los factores externos. Las razones externas son mucho más profundas que el mero apetito del
capital internacional por las grandes privatizaciones del pre-sal y de
Petrobras, o que la violenta respuesta del capital financiero a cualquier
límite a su codicia, por más moderado que sea. Hoy, Brasil es el ejemplo
internacionalmente más importante y consolidado de la posibilidad de regular el
capitalismo para garantizar un mínimo de justicia social e impedir que la
democracia sea totalmente capturada por los dueños del capital, como sucede
actualmente en los Estados Unidos y un poco por todas partes. Y Brasil no está
solo. Es apenas el país más importante de un continente donde muchos otros
países –Venezuela, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Uruguay– buscan
soluciones con la misma orientación política general, aunque difiriendo en las
dosis de nacionalismo o populismo (como Ernesto Laclau, no condeno en bloque ni
a uno ni a otro). Por otra parte, estos países han buscado construir formas de
solidaridad regional que no pasan por la bendición de los Estados Unidos, al
contrario de lo que ocurría antes.
¿Cuál es el significado
global de esta rebeldía? Configura una nueva guerra fría, una guerra fría ya no
entre capitalismo y socialismo, sino entre un capitalismo neoliberal global
–sin vestigio nacionalista o popular– y un capitalismo con alguna dimensión
nacional y popular, un capitalismo socialdemócrata o una socialdemocracia
capitalista. Este último capitalismo puede asumir muchas formas y puede llegar
a estar presente tanto en Rusia como en China, en India o Sudáfrica, o sea, en
los llamados BRICS. El fin de la Guerra Fría histórica no fue sólo el fin del
socialismo en su versión histórica; fue también el fin de la socialdemocracia
europea, la única existente en ese momento, porque a partir de entonces el
capitalismo ya no se sintió obligado a sacrificar su lucro inmediato para
garantizar la paz social, siempre amenazada por la existencia de una
alternativa potencialmente más justa. Entonces se declaró, solemnemente, el fin
de la historia y la ausencia de alternativas al capitalismo neoliberal.
Así fue cómo la Guerra
Fría desarmó a la socialdemocracia europea. Pero, paradójicamente, hizo posible
la emergencia de la socialdemocracia latinoamericana. No hay que olvidar que
América latina fue una de las grandes víctimas de la Guerra Fría histórica.
Durante ese período, el capitalismo sólo hacía concesiones socialdemocráticas
dentro de Europa, obligado por la tragedia de las dos guerras mundiales. Fuera
de Europa, las zonas de influencia del capitalismo eran tratadas con máxima
violencia para liquidar cualquier posible alternativa. Esa violencia abarcaba
guerra financiera, ajuste estructural, desestabilización social y política,
intervención militar.
La osadía de América Latina
en los últimos quince años consistió en construir una nueva guerra fría
aprovechando, tal como en la anterior, un momento de flaqueza del capitalismo
hegemónico. Encerrado desde los años noventa del siglo pasado en Medio Oriente
para saciar al insaciable complejo militar-industrial y su avidez de petróleo,
el Imperio dejó que avanzaran en su patio formas de nacionalismo y de populismo
que, a diferencia de las anteriores, ya no estaban dirigidas a la clases medias
urbanas medias, sino a la gran masa de los excluidos y marginados. Tenían, por
tanto, una fuerte vocación por la inclusión social. Esta emergencia fue también
posible gracias a un descubrimiento copernicano realizado por un gran líder
mundial llamado Lula da Silva. Este descubrimiento, simple como todos los
descubrimientos genuinos, consistió en ver que el impulso democratizante que
venía desde la lucha contra de la dictadura había preparado a la sociedad
brasileña para una opción moderada por los pobres. Se trataba de una opción que
la Iglesia Católica había asumido durante un tiempo y que luego había
abandonado cobardemente. No se trataba de socialismo, sino de un capitalismo
sujeto a algún control estatal para desarrollar políticas públicas
relativamente desvinculadas de los intereses directos e inmediatos de la acumulación
capitalista. Este descubrimiento transformó la naturaleza de la hegemonía en
Brasil y rápidamente se volvió hegemónico en el continente. Digo hegemónico
porque los propios adversarios tuvieron que utilizar sus términos para
enfrentarlo, y porque su vocación inclusiva se expandió rápidamente a otras
áreas, particularmente a la inclusión étnica y racial. La sociedad brasileña se
volvía más inclusiva en el preciso momento en que se reconocía no sólo como una
sociedad injusta, sino también como una sociedad racista, y se disponía a
minimizar tanto la injusticia social como la injusticia histórica, étnica y
racial.
El hecho de que este
descubrimiento no haya quedado confinado a Brasil y se haya expandido a otros
países, cada uno con trazos específicos y propios de sus trayectorias
históricas, combinado con el hecho de que en otros continentes, por diferentes
vías, hayan surgido formas convergentes de rebelión ante el capitalismo
neoliberal –al que supuestamente no había alternativas– originó una nueva guerra
fría. Esta sufriría un fuerte golpe si Brasil, el país que más avanzó en este
sentido, decidiese volver al redil neoliberal y regresar al rebaño, tal como
está sucediendo en Europa, que resistió durante algún tiempo el destino que la
caída del Muro de Berlín le había dictado.
De ahí, la enorme
inversión realizada en pos de la derrota de la presidenta Dilma. Al final, el
descubrimiento brasileño reveló una vitalidad que, tal vez, ni sus propios
protagonistas esperaban. Pero, obviamente, no hay que esperar que el
capitalismo neoliberal global desista. Se siente lo suficientemente fuerte como
para no tener que convivir con el statu quo europeo previo a la caída del Muro.
Recurrirá al boicot sistemático de toda alternativa, por más moderada e
incompleta que sea. Quizá no recurra a las formas más violentas que en el
pasado desencadenaron “cambios de régimen” en los países grandes de América
latina, y que hoy se limitan a países pequeños como Haití (2004), Honduras
(2009) o Paraguay (2012). Serán acciones de desestabilización social y
política, aprovechando el descontento popular, financiando organizaciones no
gubernamentales (ONG) con posturas “amigas”, proporcionando consultoría técnica
para el control de las protestas y, de esa manera, obteniendo información
crucial. Esta intervención va a ser más evidente en países como Venezuela y
Argentina, dada la urgencia por poner un punto final al antiimperialismo
chavista o peronista. Pero en todos los países con gobiernos de centroizquierda
se esperan acciones de desestabilización interna.
Los factores internos. La agresividad de los grandes medios, la desesperación que llevó a
algunos a incurrir en actos probablemente delictivos, se basa en el interés de
la gran burguesía por recuperar el control pleno de la economía y conseguir
ganancias extraordinarias con las privatizaciones por realizar. No se trata más
que del brazo brasileño de una burguesía transnacional bajo el dominio del
capital financiero. Al no haber podido derrotar a la candidata del PT, va a
seguir presionando abiertamente por (y es probable que consigan) la
conformación de un equipo económico instalado en el corazón del gobierno que
satisfaga los “imperativos del mercado”.
El brazo brasileño del
capital transnacional arrastró consigo a sectores importantes de la clase media
tradicional y hasta de la nueva clase media, que es un producto de las
políticas de inclusión de los gobiernos del PT. También estos sectores
asumieron el discurso de la agresividad, que transforma al adversario en
enemigo. Y ese discurso no se explica sólo por razones de clase. Hay factores
que son específicos de una sociedad que fue engendrada bajo el colonialismo y
la esclavitud. Son funcionales a la dominación capitalista, pero operan a
través de marcadores sociales, formas de subjetividad y sociabilidad que poco
tienen que ver con la ética del capitalista weberiano. Se trata de la línea
abisal que separa al pobre del rico y que, al estar lejos de ser apenas una
división económica, no puede ser superada con medidas económicas compensatorias.
Por el contrario, puede ser exacerbada por ellas. Desde la óptica de los
marcadores sociales colonialistas, el pobre es una forma de subhumanidad, una
forma degradada de ser que combina cinco formas de degradación: ser ignorante,
ser inferior, ser atrasado, ser vernáculo o folklórico, ser perezoso o
improductivo. El rasgo común a todas ellas es que el pobre no tiene el mismo
color que el rico.
El hecho de que el poder
político en la época de Lula haya identificado esa línea abisal y haya intentado
superarla mediante políticas compensatorias y contra la discriminación racial
es un insulto a la nación biempensante y un desperdicio criminal de recursos.
En este caso concreto, tuvo además otra consecuencia, el inoportuno
encarecimiento del servicio doméstico. Es importante tener en cuenta que el
ideario colonialista no es monopolio de las clases dominantes y sus aliados.
Habita en las mentes de los que más sufren sus consecuencias. Y, sobre todo,
habita las mentes de quienes fueron ayudados a dejar su estatuto de
inferioridad, pero que rápidamente se olvidan de esa ayuda para pensar tan bien
como piensa la sociedad biempensante, la sociedad que está de este lado de la
línea abisal en que acaban de integrarse. Me refiero a sectores de la llamada
nueva clase media.
El autor es Doctor en Sociología del Derecho, universidades de
Coimbra (Portugal) y de Winsconsin (EE.UU.).
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