Como nunca antes, el
país ve cómo se acrecienta la brecha entre ricos y pobres, y cómo se deterioran
otros indicadores en los cuales otrora fuera líder. Estas son las consecuencias
de tres décadas de ajuste como el que recomienda el Fondo y que, ahora,
pretende que se sigan implementando.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Luego que se instaló
la crisis mundial después del 2008, El Fondo Monetario Internacional y sus
sempiternas recomendaciones de ajuste se eclipsaron. Hubo, incluso, algunas
declaraciones atrevidas, como las de Dominique Strauss-Kahn, a la sazón su
Director Gerente, quien el 4 de abril de 2011 dijo en la Universidad de
Washington que “estamos viviendo un
momento de la historia muy singular…la crisis financiera mundial… devastó los
cimientos intelectuales del orden económico mundial del último cuarto de siglo…
El denominado “consenso de Washington” tenía una serie de mantras
fundamentales. Una serie de normas simples en materia de política monetaria y
fiscal garantizarían la estabilidad. La desregulación y la privatización
generarían crecimiento y prosperidad. Los mercados financieros encauzarían los
recursos hacia las esferas más productivas y se supervisarían a sí mismos en
forma eficaz. Y todo mejoraría gracias a la globalización… Todo esto se derrumbó
con la crisis. El consenso de Washington pertenece al pasado”. Tanto
atrevimiento no podía ser tolerado, y Strauss-Kahn fue defenestrado acusado de
acoso sexual.
El eclipsamiento del
FMI llegó a tal punto que algunos llegaron a considerar que, junto con el
modelo neoliberal que parecía haber mostrado sus límites con esa crisis y
estaba condenado a desaparecer, su tiempo había pasado y no retornaría más a
las andadas.
Pero como Ave Fénix,
el FMI está de vuelta. Su regreso triunfal vino de la mano con el Banco Central
Europeo y la Comisión Europea, con quienes se ha dado a la tarea de salvar
bancos y hundir en la lipidia a buena parte de la población de países como
España, Grecia, Portugal e Irlanda.
Las fórmulas
orientativas de los ajustes a los que han sometido a esos países son las mismas
que, en la década de los ochenta y noventa, se aplicaron a rajatabla en América
Latina, y que llevó a la debacle a países como Argentina y México.
Se trata de la
contraofensiva del capital financiero transnacional que, en una nueva vuelta de
tuerca, saca ventaja de la crisis que él mismo provocó, y para eso utiliza los
instrumentos que tradicionalmente ha tenido a la mano. El FMI es uno de ellos.
En Costa Rica, el FMI
realizó una visita la semana pasada y recomendó lo único que sabe recomendar:
equilibrio fiscal, impuestos y recorte de prestaciones sociales y salarios.
La verdad, para decir
eso no tenía por qué haber llegado al país porque ya todos se lo saben de
memoria. Sirve, claro está, para respaldar el discurso de los sectores de la
derecha que, ante un gobierno indeciso que no logra clarificar el rumbo que
tomará luego de más de seis meses de haber llegado al poder, presiona para que
no se incline hacia las reivindicaciones de los sectores populares.
Los personeros del
Fondo trataron de mostrar un rostro agiornado
y visitaron a representantes sindicales, un hecho verdaderamente inédito pero
sin mayores consecuencias. En la cita solo se pusieron en evidencia las
diferencias de visión y cada quien para su casa: el Fondo, a seguir observando
desde su atalaya en la plataforma de los intereses del gran capital mundial, y
los sindicalistas a pensar en tácticas y estrategias para no dejarse arrollar
por la ofensiva neoliberal que se lleva adelante en el país desde distintos
escenarios.
Costa Rica es un país
que mostró históricamente índices de desarrollo positivos, mejores que la
mayoría de países de la región. Pero eso ha terminado. Múltiples estudios,
incluido uno anual que goza de prestigio entre Tirios y Troyanos, el Estado de
la Nación, realizado bajo el patrocinio de las cuatro universidades públicas
del país y que se presenta anualmente, muestran que tal situación está tocando
sus límites.
Como nunca antes, el
país ve cómo se acrecienta la brecha entre ricos y pobres, y cómo se deterioran
otros indicadores en los cuales otrora fuera líder.
Estas son las
consecuencias de tres décadas de ajuste como el que recomienda el Fondo y que,
ahora, pretende que se sigan implementando.
Dadas esas
características especiales que mostraba Costa Rica en el pasado, algunos
especulaban que, en buena medida, eran producto de la “inteligencia” de los
grupos dominantes, que habían sabido moderar sus impulsos en pos del lucro.
Pero la experiencia
contemporánea muestra que eso no es más que una falacia: estos grupos son tan
voraces como cualquier grupo de capitalistas, y esa voracidad solo se ha visto
limitada por la organización y lucha de los sectores populares.
Los logros que tal
organización y lucha han obtenido históricamente hoy son atacados como
“privilegios” y trabas a la competitividad del país, añorando seguramente
niveles de explotación como los que exhiben otros países centroamericanos que,
por los salarios de hambre, las limitadas prestaciones sociales y el acoso (a veces
hasta la muerte) a las organizaciones populares, pueden exportar y competir con
países como la China en el cercano mercado norteamericano.
Es por todas estas
razones que en Costa Rica se vive un momento crucial. De cómo se resuelva
dependerá, en buena medida, el futuro del país.
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