Lo que le otorga su especificidad terminante al neoliberalismo es que
es el primer régimen histórico que intenta por todos los medios alcanzar la
primera dependencia simbólica. En este aspecto el neoliberalismo necesita
producir un “hombre nuevo” engendrado desde su propio presente, no reclamado
por ninguna causa o legado simbólico y precario, “líquido”, fluido y volátil
como la propia mercancía.
Jorge Alemán / Página12
Después de Gramsci, el poder no puede ser pensado en el campo
emancipatorio sólo en su aspecto coercitivo y localizado. Hay una línea que,
partiendo de Gramsci y siguiendo por Althusser, Foucault y otros, nos indica
que el poder no sólo oprime, sino que fabrica consensos, establece la
orientación subjetiva y produce una trama simbólica que funciona de modo
“invisible”, naturalizando las ideas dominantes y donde siempre, y en esto
consiste su éxito definitivo, esconde su acto de imposición. El procedimiento
de los medios orientados por las corporaciones dominantes se define como un
acto de enunciación que siempre busca esconder su carácter histórico como
también los intereses que promueve bajo un modo supuestamente universal. El
orden simbólico que atraviesa al neoliberalismo se comporta como un dispositivo
racional que aparenta promover diversas formas de subjetividad, mientras la
repetición de lo mismo en el circuito ilimitado de la mercancía prosigue su
marcha incesante y circular. Sin embargo, en la medida en que los medios de
comunicación, más allá de sus diversas modalidades de transmisión, se sostienen
en el lenguaje, es necesario, según nuestro juicio, despejar una confusión muy
habitual entre las ciencias sociales y las filosofías contemporáneas
concernidas por esta cuestión.
Es determinante admitir que cuando se trata del orden simbólico, del
lenguaje en sus distintas variantes y modos de comparecencia, siempre se debe
distinguir dos dimensiones distintas de dicho orden. En primer lugar hay que
señalar de entrada la “dependencia y subordinación” del ser hablante con
respecto al orden estructural u ontológico del lenguaje con respecto al sujeto.
El ser vivo es capturado por el lenguaje para volverlo un sujeto, esta captura
se establece antes de su nacimiento y prosigue después de su muerte. Esta
dependencia del sujeto que sólo se puede constituir como tal, siendo siempre un
efecto del lenguaje que lo precede, exige ser distinguida de la dominación
construida de una forma sociohistórica. Son dos vertientes de lo simbólico que,
aunque se presenten en la llamada realidad fenoménica mezcladas, obedecen a
lógicas radicalmente diversas y distintas. La primera dependencia simbólica es
ineliminable y constitutiva del sujeto; la segunda, en tanto construcción
sociohistórica, es susceptible de distintas transformaciones epocales.
Lo que le otorga su especificidad terminante al neoliberalismo es que
es el primer régimen histórico que intenta por todos los medios alcanzar la
primera dependencia simbólica. Señalemos que dicha dependencia constitutiva es
la que opera como condición de posibilidad de los legados históricos y las
herencias comunes donde la memoria puede aún recoger el dolor de los excluidos
en el pasado. En este aspecto el neoliberalismo necesita producir un “hombre
nuevo” engendrado desde su propio presente, no reclamado por ninguna causa o
legado simbólico y precario, “líquido”, fluido y volátil como la propia
mercancía. Si alguna indicación de lo que denomino “izquierda lacaniana” tiene
una relevancia decisiva, es aquella que indica que la política, ahora más que
nunca, debe oponerse al “crimen perfecto” del neoliberalismo, que en su
despliegue contemporáneo intenta, en su dominación sociohistórica, tocar y
alterar severamente el lugar del advenimiento del sujeto en el campo del
lenguaje. Tal como de distintas maneras Lacan lo supo demostrar.
Actualmente el neoliberalismo disputa el campo del sentido, la
representación y la producción biopolítica de subjetividad. Y siempre
aparecerán ensayistas que como el surcoreano Han, claro sucesor menor de
Baudrillard, insistirán en que el crimen perfecto del capitalismo neoliberal se
ha realizado definitivamente. Pero la política, en la medida que está soportada
por los seres hablantes y no puede ser reducida a una mera gestión profesional,
es la que en esta época puede hacer irrumpir y proteger el carácter fallido de
toda representación. Por definición, el sujeto es aquello que no puede ser
nunca representado exhaustivamente, su dependencia estructural del lenguaje lo
impide. El ser hablante, sexuado y mortal, hecho sujeto por el lenguaje, nunca
encuentra en él una representación significante que lo totalice. De última,
esta es la razón por la que el neoliberalismo, en su afán de representar la
totalidad hasta extinguirse como representación, no es el fin de la historia.
Por ello, debemos insistir en el enorme valor político que posee, para un
proyecto emancipatorio, la distinción clave entre la dependencia del sujeto en
su advenimiento en el lenguaje y la dominación sociohistórica, que nunca agota
al sujeto en su apertura a las posibilidades de una transformación por venir.
* El autor es psicoanalista y consejero cultural de la embajada
argentina en España.
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