Horacio González,
sociólogo y ensayista argentino, reflexiona sobre el momento actual y las relaciones entre el aparato justicialista,
la identidad peronista y la política oficial.
Horacio González analiza la actualidad argentina |
Director de la Biblioteca
Nacional, intelectual respetado en ámbitos diversos y autor, entre muchos
libros, de Kirchnerismo: una controversia cultural, Horacio González pondera la
naturaleza política de la gestión actual, considera los contornos de algo que
podría empezar a llamarse “cristinismo” y marca los desafíos políticos e
intelectuales de los tiempos que vienen. A su vez, señala la necesidad de
promover una política más frentista, analiza la estrategia de alianzas e introduce
la cuestión de la reforma de la Constitución que, explica, va más allá de la
cuestión reeleccionaria.
¿Cómo aproximarse a esta especie de tensión abierta
entre el gobierno nacional y algunos espacios que formaban parte de su más
inmediata línea de aliados?
En primer lugar, me
sorprendió la naturaleza del desafío que propuso Hugo Moyano. No parecía estar
albergada en el conjunto de contradicciones tolerables que había hasta aquí
entre el Gobierno y el sindicalismo. Pero más me sorprendió la virulencia que
tuvo al lanzar su diferendo en un programa de televisión de TN y en medio de un
gran dramatismo. A eso le sumó, luego, un discurso en Plaza de Mayo en el que
acusó a la Presidenta de absorber la política nacional indiscriminadamente y no
dejar lugar para las reivindicaciones sindicales clásicas del peronismo,
poniendo la cuestión como una interpelación sobre el mismo peronismo.
Teniendo en cuenta el lugar que ocupan el
movimiento obrero y la CGT en el imaginario y la ingeniería peronista, y el
valor de la unidad, ¿qué representa esta ruptura con Moyano y la fragmentación
de la central sindical?
Es una preocupación, que
incluye una paradoja bastante visible. El Gobierno necesita apoyarse en un
conjunto de sindicatos ligados a la producción, más afines a la tradición
clásica del peronismo y más afines, también, con el modelo nacional, popular y
productivo que la Presidenta defiende y promueve. Pero, aunque son parte de los
elementos que están en juego, no son los únicos. En realidad, la escena es
mucho más dramática.
¿En qué sentido?
En el sentido en que se
escinden fuerzas que estaban coaligadas y surgen con nuevas alianzas no
previstas. Es lógico, en este contexto, que aparezcan preguntas con respecto al
tipo de alianzas que se establecen, dado que no es lo mismo cualquier alianza.
De alguna manera, las alianzas sindicales, todas, tienen sus problemas
específicos. Moyano los tenía, sin dudas. En la Argentina se están discutiendo
temas fundamentales y la Presidenta les hace frente: el de la producción, por
ejemplo, pero también el del tiempo. Creo que el tiempo es el otro tema
fundamental que da tintes de dramatismo. Desde Maquiavelo en adelante, por otra
parte, está presente en todas las reflexiones políticas.
Con respecto a esto se dice: “el kirchnerismo se
equivoca en adelantar las disputas que sobrevendrían o que están en el
horizonte”.
Sobre el tiempo, en
política, nadie sabe demasiado. Eso hace que sea tan fascinante. Voy a definir
a la Presidenta como alguien que reflexiona sobre su papel y que no es la
figura que a veces se quiere pintar en ciertos artículos del diario La Nación,
como alguien que goza del mando, como si ahí se acabara la cuestión. Y dentro
de esas reflexiones de la Presidenta está el tiempo. Es notable cómo menciona
esta cuestión, lo pasajero de las cosas, su transitoriedad. Lo dijo de muchas
maneras. ¿Hay que darle o no importancia a esas reflexiones? Yo se las doy. La
política es algo que, para adentro, parece no tener límites, pero que sospecha
siempre de los límites del tiempo.
Y en el peronismo, la dialéctica
tiempo-organización fue siempre uno de sus ejes centrales.
Es una buena observación.
La idea del tiempo que había en Perón era la de un gran escéptico, de un gran
estoico. Hay dos grandes utilizaciones de la idea del tiempo en el peronismo.
Una, “la organización vence al tiempo”, una frase complaciente que la historia
sutilmente desmiente. ¿Qué organización vence al tiempo? Lo que hay es la
mirada sobre cómo caen las construcciones políticas y cómo el tiempo vence a la
organización. Perón establece una inversión a la idea de los poderes del
tiempo. Y algo de eso, de todos modos, muestra el peronismo, con su nombre, con
la forma de invocar sus emblemas, tan presentes en la Argentina.
¿Y la otra?
La otra frase es en
relación al uso de los instrumentos de la política: “es preferible el tiempo
que la sangre”. Es un poco contradictoria con la anterior, es cierto, porque
aquí el tiempo vencería a los apresurados, a los violentos. Es decir, el
peronismo tiene dos versiones del tiempo. Una es una versión homogénea,
unánime, compañera de las organizaciones populares. En la otra versión, el
tiempo es un adversario. Todos estos elementos, con nuevos y viejos nombres,
son los que están hoy presentes.
¿En qué sentido?
Cuando la Presidenta
habla de unidad, solidaridad y organización hace referencia al último Perón.
Perón es alguien que cultivaba su nombre como factor productivo; es un
productivista de su nombre. Y a veces se asombraba de las cosas que se hacían
en su nombre. Rodolfo Ortega Peña, que tenía mucha lucidez, decía: “Perón pone
a Perón, ¿usted qué pone?”. Perón ponía lo que ya estaba, la militancia tenía
que hacer lo suyo, lo otro. Posiblemente pelear sobre el nombre de Perón de un
modo que a Perón le disgustaba haya sido un error de los setenta. Una vez
participé en Olivos de una reunión con la Juventud Peronista de aquella época,
y alguien le dijo que ha ido por las provincias llevando su nombre y hablando
de la revolución social. Entonces, Perón le contesta: “Ah, ¿todo el trabajo lo
hago yo?”. A Perón no le gustaba que su nombre presidiera algo con lo que no
estaba de acuerdo. De alguna manera achicó la expansión de su nombre. Al ver
eso, el llamado a la unidad, la solidaridad y la organización tenía una característica
casi extrema. Era llamar a los más fieles, en el seno de miles y miles que
usaron su nombre.
¿Es lo que está haciendo Cristina?
No es ésta la situación
que vivimos ahora, claramente. Pero vivimos, efectivamente, una situación de
similar dramatismo. Ese llamado a la unidad lo es. No indica que la historia
sea circular y que la Argentina vuelva permanentemente hacia el mismo punto,
pero sí indica un dilema alrededor de la interpretación del peronismo.
Nuevamente se pueden leer artículos en el diario La Nación respecto a que el
peronismo ocuparía toda la escena, que sería una totalidad “hacia” el totalismo
y que la ausencia de pluralismo conduciría a escenas de violencia ante la
supuesta ausencia de reglas para dirimir sus conflictos internos… No desprecio
esa discusión, pero si se reconoce que estamos dentro de un conflicto de
naturaleza política y económica, conflicto entre interpretaciones de la
historia, conflicto también por sucesión presidencial. Personalmente, no veo
impropio reconocer ese conflicto y, en ese reconocimiento, desplegar las reglas
que lo procesen.
Cuando se habla de aliados políticos y alianzas
sociales que se ganan o se pierden, se habla también de la búsqueda de
construcción de mayorías. El Gobierno ha logrado construirlas aun cuando no se
lo esperaba o en situaciones muy cuesta arriba. ¿Qué significan estas últimas
movidas, en ese sentido?
Del kirchnerismo
originario hay una característica que se sigue manteniendo: toma decisiones
bajo el acoso de fuerzas muy poderosas, globales y nacionales. Existe un
discurso muy ofensivo de parte de esa oposición, en el sentido moral y
práctico-político, y eso mantiene a la Presidenta en permanente tensión. Y en
esa tensión ha tomado sus mejores decisiones: la Ley de Medios, la Asignación
Universal, la expropiación de YPF. Ahora, sus mejores decisiones también están
acosadas, lo que obliga a una cadena de mejores decisiones posteriores. Es
decir, el kirchnerismo está más condenado que el peronismo originario a tomar
cada vez decisiones más audaces. Ahora bien, la famosa audacia, que citaron
Danton y Lenin, no consigue establecer por sí sola un espacio de profundidad
democrática. La audacia tiene que asociarse a la imaginación, a la movilización
social y al establecimiento de ámbitos institucionales que procesen el
conflicto interno en las fuerzas de cambio.
La audacia y el cálculo, diría Beatriz Sarlo, casi
como un elogio.
Me había olvidado que el
título del libro era ése... La proposición de Sarlo es interesante porque
equilibra las dos cosas. La audacia proviene de una especie de divina
irresponsabilidad, de una imaginación desbordante, de un traspaso de límites;
en tanto, el cálculo lo atenúa y lo remite a las instituciones. Entre esas dos
proporciones se mueve la política en el kirchnerismo. A mí, que acompaño al
Gobierno y soy funcionario, me gustaría que quedase más explicitado todo esto
para generar un capítulo nuevo en la política argentina. El kirchnerismo lo es:
es un capítulo nuevo. Pero quizá se necesitaría un grado mayor de explicitación
de los términos de esta confrontación, cosa que también exigiría un esfuerzo
mayor para construir ciertos textos comunes. Muchos de ellos emanan de los
discursos de la Presidenta, pero la cuestión de fondo que planteo es la
necesidad de que esos discursos puedan dialogar con los nuevos textos de época.
¿Cuáles? ¿Existen como tales?
La razón populista, de
Ernesto Laclau, lo hace, pero es un texto de características académicas muy
avanzadas y no tiene relación directa con el idioma político que se usa aquí en
la Argentina o en cualquier otra parte. Sin embargo, hay ahí problemas
fundamentales que son tratados, como “la decisión que es parte de un vacío”. El
populismo de Laclau es un sistema de llamados y eso el kirchnerismo lo conoce
bien. Yo soy el producto, en la memoria peronista, de un llamado telefónico: el
de Kirchner a un tipo como yo, un simple profesor universitario, que había
vivido la historia del peronismo y que no tenía mayores expectativas, al que
convocaban para traspasar un límite. Ahora bien, se necesitan nuevos llamados
como ése, a otras personas, a otras identidades. Y eso supone la existencia de
un frente.
¿En términos tradicionales?
Mis amigos me dicen:
“¿Qué frente? ¿Con los socialistas? ¡Si están siempre en contra! ¿Con los
radicales?” No soy tan ingenuo como para pensar eso. En ese sentido, parece
interesante una reforma institucional que tuviera como sujeto cambiar los
sistemas que durante décadas ha gobernado a la Argentina: de propiedad, de
producción de la tierra, de derechos. Son cosas que podrían tener estatuto
constitucional junto a la cláusula de la reelección, a la cual no le tendría
temor si apareciera engarzada con estos grandes cambios constitucionales y en
un estilo de gobierno en el que se reproduzcan aquellos “llamados” del primer
Kirchner a situaciones nuevas. El frentismo lo que hace es omitir, por un
momento, que cada sector social argentino tenga que participar en una alianza a
través de sus mediaciones. No dice “CGT y empresarios”, como haría un Consejo
Económico y Social. Al omitirla, el frentista dice “trabajadores, estudiantes,
intelectuales, empresarios”, lo cual permite mencionar historias de vida,
ocupaciones y formas de ciudadanía. En definitiva, construcción de ciudadanía
social, que es un concepto que me parece que falta.
¿Esos serían los contornos de ese “nuevo capítulo”
del que hablaba recién?
Sí, exactamente. Cuando
el kirchnerismo, y ahora el cristinismo, mayores dificultades atraviesan, y
este momento es de dificultades, aparece más la inventiva. En la tradición
liberal, a la que respeto aunque le siga criticando muchas cosas, el obstáculo
está fuera de sí. En la tradición nacional-popular, en cambio, reconoce que
puede estar en sí mismo. Por tanto, trabaja con ellos y sobre ellos. Por eso,
también, puede ser muy “absorbente” respecto a los elementos prácticos
interesantes de la tradición liberal-republicana. Desde el punto de vista
constitucional, la Argentina tiene que estar entre Arturo Sampay y Juan Bautista Alberdi. De Alberdi
deberíamos tomar el espíritu cosmopolita, productivista y presidentalista de la
Constitución argentina. Y de Sampay, el espíritu del procedimiento estatal para
generar comunidades capaces de asumir la gran responsabilidad de tomar la
riqueza del país desde el punto de vista de un Estado democrático. Eso sí, le
agregaría el derecho de huelga. E incluiría entero el artículo 14 bis.
Los Duhalde y el llamado Peronismo Federal,
aparentemente, ya no representan disidencia posible. La disidencia, se
especula, podría venir del propio seno de quienes hoy se asumen
kirchneristas.
Una parte de la polémica
vendrá con aquellos que acusen al kirchnerismo de no ser peronista, cosa que de
alguna manera hizo Moyano en la Plaza.
Cuando pareció reaparecer el “peronómetro”…
No me refiero al
peronómetro. Invocó ni más ni menos que a Ricardo Balbín y su abrazo con Perón.
La Presidenta bien podría hacerlo, porque su concepción también atraviesa ese
momento. Si la trasponemos a la relación con Julio Cobos fue un fracaso total.
Sin embargo, creo que un diálogo diferente con figuras del radicalismo, del
socialismo, del amplio abanico de las izquierdas, como de algún modo se insinúa
en la reforma de los Códigos Civil o Procesal, o como se insinuó en el viaje al
Comité de Descolonización de la ONU por Malvinas, es algo a ser planteado. No
como unidad nacional en abstracto, sino como diálogo con una escucha hacia la
izquierda. Defiendo un diálogo a explorar. Si no, el proceso de transformación
pierde muchas discusiones; sobre todo, en términos de la cuestión energética,
ambiental, indigenista. Y estas discusiones hacen al pluralismo de la
Argentina.
Ligado a esto parecería persistir cierta tensión
entre el peronismo como “partido del orden” y el peronismo como “partido de
transformación”.
En los escritos
originales de Perón las dos cosas tienen la misma importancia. Tiene una
influencia del pensamiento organicista y, al mismo tiempo, está asistido por
las furias. Y las furias, en general, son elementos de transformación. Es
recordable tanto la figura de Sampay, que es el momento de la organización y el
orden, como la de John William Cooke, que es el momento de la apertura
cosmopolita hacia las grandes corrientes de la transformación mundial. El
kirchnerismo no cultivó la escritura, como aquel peronismo. Cultiva la oratoria
con grandes escenas que corresponde al momento en que atraviesan los medios. No
en vano la lucha en los medios es una lucha por los medios, por escenas que se
contraponen permanentemente. La Presidenta es una constructora de escenas muy
importante.
¿En qué sentido?
En el discurso de la
Presidenta está el discurso del orden, institucionalizador, y la tentación
agonística, que es muy interesante, porque es lo que le da el alma a la
política, es la lucha sin saber bien lo que va a pasar. Hace discursos de una
gran energía discursiva y le pone contornos épicos, por ejemplo, a la
inauguración de una fábrica de maquinarias. Y, a su vez, los discursos que da
en los organismos internacionales son de una factura más calma, con
definiciones muy agudas sobre la crisis internacional y conceptos de largo
alcance, pero no por eso son menos intensos.
En 2003, en diálogo con Torcuato Di Tella, Néstor
Kirchner afirmaba que el justicialismo, como tal, había devenido en una especie
de “confederación de partidos provinciales”. ¿En qué estado está hoy la
cuestión?
De alguna manera, el
justicialismo clásico pervive en las provincias, con su tono conservador
popular. Los estudios de Torcuato Di Tella, precisamente, marcan bien cómo el
peronismo provincial hereda ese conservadurismo de los años cuarenta; incluso,
en la provincia de Buenos Aires. El kirchnerismo, en ese sentido, es una manera
de elegir conflictos en el tiempo, como decía antes. Y, en relación a eso, no
ha elegido tener conflicto con ninguna situación provincial y ha tendido, en
general, a reproducir ciertas lógicas, aunque ahora, evidentemente, se haya elegido
algún tipo de confrontación con Daniel Scioli.
No hay gobernadores que cuestionen el liderazgo de
la Presidenta, pero sí cierta idea de organización de compartimentos estancos,
parcelada por viejos o nuevos liderazgos muy locales que, desde ahí, afirman su
adhesión a nivel nacional.
Ni siquiera sé si es una
confederación de partidos. También hay que decir que el tipo histórico de los
gobernadores del justicialismo es bastante parecido al de hoy, vengan o no del
peronismo o sean radicales. Hay una situación superior que los acoge a todos,
que son los regímenes de coparticipación, la tentación de un movimiento
nacional y un sistema de protección para las provincias a veces llamado
federalismo, sin más; un federalismo que tiene aspectos presupuestarios y
muchas veces culturales que habría que reconstruir. Por eso me vuelvo a
preguntar si no es tiempo de pensar en tiempos constitucionales, no sólo porque
esté en juego la necesidad de tener espacios de tiempo adecuados para pensar en
una sucesión que no debe ser traumática al punto de generar una tensión
insoportable en la vida política argentina... Pienso en términos
constitucionales porque creo que todos estos conflictos pueden ser procesados a
través de un gran acuerdo que permita los próximos capítulos de la vida
nacional. Por eso digo, también, que es un momento alberdiano. Convoco de nuevo
a Sampay y digo que todo el constitucionalismo argentino debería estar dando un
gran debate para ver si efectivamente es posible modificar términos
constitucionales en medio del conflicto o si es más productivo hacerlo en medio
de la calma.
¿Y usted qué cree?
Que en medio del
conflicto es más interesante. La prueba es la Constitución de 1853. Momento más
intranquilo y menos pacífico que ese, imposible. No la firmó Buenos Aires, por
ejemplo. Volvería a Las Bases, de Alberdi, que fue la Constitución en las
sombras, texto al que le cuestionaría muchas cosas, como el trastocamiento
étnico del país que propone a través de la inmigración, pero es un gran impulso
para pensar el país. Esto exige reflexiones profundas y más agudas sobre el
siglo XIX. La Presidenta las hace, porque intenta respecto del XIX lo que no es
fácil hacer con el XX, esa suerte de agrupamiento de la diversidad que hace
cuando menciona a Belgrano, a Monteagudo, a Rosas, a la Batalla de Obligado, a
las mujeres de Ayohuma… Está haciendo una especie de configuración de
unanimidades en una historia del siglo XIX que estaba drásticamente partida en
facciones. Ahora, esto mismo no es fácil hacerlo con el XX.
CRISTINISMO
En algún momento de la entrevista mencionó el
término “cristinismo”. Quería preguntarle por las novedades y rupturas respecto
del kirchnerismo original que traería para merecer una nominalidad propia.
La figura del ocupante
del poder, para los contemporáneos, es lo que más importa. Para un historiador
importa menos. De todos modos, se puede hablar de un “cristinismo”, que se
compone de muchos elementos no declarados como tales. El estilo de la
Presidenta es singular: atrae a mucha gente y mucha gente, también, la critica
por eso. Tiene como rasgo fundamental quebrar la barrera entre la expresión
estatal pública y las menciones circunstanciales, con un ramillete de
observaciones sobre el teatro en el que ocurre el discurso. Por ejemplo, las
interpelaciones a los ministros a la manera de alguien que toma lista, la
mención de los camarógrafos… La Presidenta tiene una mirada de escenógrafa
sobre su acto discursivo. El diario La Nación ve eso como una forma de
totalismo. Y para otros es un motivo de gran atracción que el discurso público
salga de la solemnidad del orador empacado con sus menciones a la crisis global
y que tenga, también, menciones a chascarrillos aldeanos. Eso da lugar a un
debate sobre la figura presidencial y abre la senda de un cristinismo dentro
del kirchnerismo, que a su vez está dentro del peronismo, como un sistema de
elementos empotrados unos sobre otros. Siempre fue así, por otra parte, porque
la persona política tiene su dramaturgia propia y un nombre siempre es
impregnador, y no creo que sea totalitarismo sino factores de la
democratización del nombre.
SCIOLI
¿Qué tipo de peronismo representa la figura de
Daniel Scioli?
Es una figura muy potente
para ciertos sectores de las clases medias bajas, una figura de lo argentino,
que supone una batalla permanente para disimular los focos de conflicto. Por
ejemplo, su figura al lado de Cristina, en discursos en los que se lo ataca,
resulta, de algún modo, atractiva. El que sabe aguantar y, al mismo tiempo, lo
hace con ligero tinte de víctima, que se refleja en la impavidez de su rostro.
Su estilo de esquivar tiene algo del deportista… De ahí y de su origen como
miembro de una familia que vendía electrodomésticos saca sus estilos, con la
idea de mercado de venta de objetos de consumo domésticos. Sus expresiones
habituales son propias de un tipo de clase media argentina que no es fácil
definir bien y que aparece en las palabras “aguante”, “se la bancó”, “puso la
cara”… En fin, todos efectos de la simulación en política que a Scioli es lo mejor
que le sale. Es inútil criticarle si tiene o no ideas políticas. Sus ideas
políticas son ideas sobre su propio rostro. Y, por lo tanto, lo tendría que
estudiar un politólogo especializado en grandes escenas fisonómicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario