Tres décadas después, los sandinistas tienen
su segunda oportunidad sobre la Tierra, en otras condiciones, muy peligrosas
aún, pero con otros apoyos, con otras
solidaridades que no se han hecho esperar. Estas les han permitido sobrevivir,
es cierto, pero también lo ha hecho su ligamen con el pueblo, porque sin él ya
habrían mordido el polvo hace tiempo, como en la vecina Honduras o como en
Paraguay.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Managua, 19 de julio de 1979. |
Hoy, cuando varios países en América
Latina transitan por el camino del cambio social, a veces se torna difícil
entender los años de las décadas del 70 y el 80, cuando en plena Guerra Fría
solo Cuba se alzaba en este continente como ejemplo de modelo alternativo de
desarrollo, como modelo socialista y anticapitalista, como “estrella
solitaria” frente al poderosísimo imperialismo norteamericano.
Hoy es difícil entender, para los que no
vivieron esos años de tenso trajinar y de batalla, el inmenso sacrificio al que
se vio compelido el gobierno y el pueblo nicaragüenses ante la embestida de la
administración de Ronald Reagan, aquel que, con su copete engominado y sonrisa
hollywoodense, dijo ante las cámaras que él mismo era un contra más de los que
acechaban a Nicaragua.
Hoy es doloroso recordar los camiones
cargados de muchachos, casi niños muchos de ellos, que marchaban al frente de
batalla; las muertes por millares; el bloqueo de los puertos; la carestía de
alimentos.
Eran otros tiempos aquellos. Nicaragua
hizo su revolución de forma tajante y radical, como eran las revoluciones de
aquellos tiempos, y esa radicalidad no le fue perdonada nunca. Fue su mayor
pecado: pararse de pronto, pobre y desnutrida como era, en medio de la región
que el imperialismo norteamericano tiene como su patio trasero, y querer
construir una sociedad nueva, total y radicalmente distinta de lo que siempre
había prevalecido.
Luego de la derrota electoral de 1989,
cuando agotados y asombrados los sandinistas veían cómo se les escapaba el
sueño que habían querido construir, vinieron las defecciones de los que solo
entonces se dieron cuenta de sus disidencias y partieron. Pocos quedaron en el
núcleo central que siguió batallando hacia adelante, que siguió al pie del
cañón con “los muchachos” y que no fueron a hacer coro con los que les decían
adiós y pasaban a formar parte de los criticones no solo de ellos sino,
también, de los nuevos proyectos que con el tiempo fueron surgiendo en otros
rincones de América Latina.
Con el tiempo los sandinistas volvieron,
seguramente agiornados y puestos a tono con los
nuevos tiempos, habiendo guardado en su mochila las dolorosas
experiencias de la década del 80. Pero volvieron, lo que es lo mismo que decir
que tuvieron su segunda oportunidad sobre la Tierra, en otras condiciones, muy
peligrosas aún pero con otros apoyos,
con otras solidaridades que no se han hecho esperar. Estas
les han permitido sobrevivir, es cierto, pero también lo ha hecho su ligamen
con el pueblo, porque sin él ya habrían mordido el polvo hace tiempo, como en
la vecina Honduras o como en Paraguay. Y ahí están, gobernando en el tercer
país más pobre de América Latina, llevando adelante políticas sociales que han
disminuido el desempleo, que han logrado que bajara la migración allende sus
fronteras, abriendo escuelas, hospitales; haciendo, pues, lo que en última
instancia es el objetivo de cualquier gobierno de izquierda: mejorar la calidad
de vida de la gente, dándole mejores horizontes aunque, en las condiciones que
ellos heredan deberá pasar mucho tiempo antes que se alcancen niveles decentes
de vida para todos.
Como ha sido la norma con todos los
países que en nuestro subcontinente se lanzan a estas aventuras, no han cesado
de caer sobre la Nicaragua sandinista todo tipo de ataques que cuestionan la
integridad de sus procesos electorales, la calidad de su democracia, la
libertad de prensa, la independencia de los poderes republicanos. Así es y así
será en el futuro, mientras se mantengan haciendo lo que deben hacer, que es
abrir las puertas para los nuevos tiempos.
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