Lograr que la ilusión
renazca allí en sociedades como las nuestras, donde el peso ideológico y
cultural del neoliberalismo erosiona sin misericordia la militancia política y
reduce a los ciudadanos a la simple condición de consumidores, no es un logro
menor de AMLO, de las izquierdas, los jóvenes del #YoSoy132 y del pueblo
mexicano que apoyó sus propuestas en esta elección.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Para todas y todos aquellos que luchan en México
por otra democracia y otro mundo posibles.
“En la lucha social también por la semilla / se llega al
fruto / al árbol /al infinito bosque que el viento hará cantar”: en dos ocasiones en
los últimos años, con más emoción que razón, he recordado estos versos del
poeta salvadoreño Roque Dalton. La primera fue en 2007, tras la derrota en el
referéndum que decidió en Costa Rica la aprobación del TLC con los Estados
Unidos (por apenas un 3% de diferencia de votos), en una campaña que enfrentó a
movimentos sociales y partidos opuestos al tratado, que disponían solo de una inédita organización popular barrio por
barrio, en cada ciudad del país, contra la poderosa maquinaria del poder
mediático, la derecha local, un sistema electoral hecho a la medida de los
grupos dominantes y la intromisión abierta de la cadena CNN y funcionarios de la Casa Blanca
en Washington, quienes violaron las leyes electorales costarricenses y
emitieron mensajes proselitistas –disfrazados de “noticias”- un día antes de
las votaciones. Fue una derrota dolorosa, es cierto, pero abrió lo ojos de la
ciudadanía y dejó el legado de una lucha social como no se había visto en el
país en cuatro décadas.
La segunda ocasión en
que volví a Dalton y su Ley de vida
fue el fin de semana anterior, tras conocer los resultados preliminares de las
elecciones en México y observar a las televisoras, con sus sesudos analistas,
anunciando la victoria de Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI a la
presidencia, y el triunfo –decían ellos- de la democracia y la
institucionalidad. ¿Triunfo? ¿Con inconsistencias y denuncias por
irregularidades que obligaron al recuento de más de la mitad de los sufragios?
¿Con pruebas irrefutables de la compra de votos por parte del
PRI?
¿Con encuestas manipuladas por consultoras y
medios, que terminaron por convertirse en instrumentos de propaganda?
Las palabras del poeta
parecían, entonces, el único consuelo posible para los amigos y amigas
mexicanas que empezaban a vivir, una vez más, un episodio oscuro en sus luchas
por la democracia, iluminado solo por la ejemplar campaña del candidato de la
coalición progresista Andrés Manuel López Obardor –AMLO-; y por supuesto, por
la vibrante irrupción de la juventud del movimiento #YoSoy132, que despertó
expectativas y solidaridad internacional.
En medio de la
incertidumbre que rodeó el escrutinio de votos y las apelaciones que seguramente se presentarán, lo cierto es que estos comicios, por la importancia estratégica de
México y el momento histórico en que se convocó a los ciudadanos a las urnas,
dejan importantes conclusiones para
nuestra América.
Si lo vemos en el
escenario mesoamericano, es decir, el de ese gran territorio geográfico y
humano que vincula a México y Centroamérica por sus raíces civilizatorias
compartidas; y por el peso que su historia de siglos de conquista y
colonización hispano/occidental ejerció en la construcción de sus estados
nacionales, lo que se advierte todavía en los desbalances e injusticias de sus
sistemas políticos, y en la cultura política del caudillismo y los cacicazgos, una de las principales
conclusiones es la constatación de un modus
operandi de la clase política hegemónica regional: ese que se repite
periódicamente, ante cada nueva elección en nuestros países, y cuyo repertorio
incluye la publicación de encuestas amañadas para favorecer a los candidatos
del gran capital (nacional y extranjero); campañas electorales
multimillonarias y “sucias” que, con el
favor de los grandes medios de comunicación –televisión, radio y prensa escrita-,
hacen del miedo la razón principal del voto a favor del statu quo; y por último, comicios plagados de irregularidades, que
se cometen a vista y paciencia de unas complacientes autoridades electorales.
Tal es el resumen de
noticias que nos llegan de México en estos días –como un calco de lo ocurrido
hace seis años, cuando le fue arrebatada la victoria a AMLO-, pero podrían describir perfectamente lo que
hemos vivido en Costa Rica desde el año 2006 en dos elecciones y un referéndum.
Y lo que se aplicaba “exitosamente” en El Salvador desde la firma de los
Acuerdos de Paz y hasta el triunfo del FMLN en 2009, por citar solo un par de
ejemplos.
Otra conclusión tiene
que ver con los pírricos triunfos de la derecha mesoamericana en la última
década, cada vez más precarios y faltos de legitimidad (de Felipe Calderón en
México a Oscar Arias en Costa Rica, o de Porfirio Lobo en Honduras a Otto Pérez
Molina en Guatemala), que mantienen en cuidados intensivos el modelo económico
neoliberal, pero que se revelan incapaces de enfrentar los contradictorios procesos que atraviesan
de parte a parte la región: por un lado, el de la integración de sus economías
con el capital transregional y transnacional (fundamentalmente de los Estados
Unidos); y por el otro, el de la desintegración del tejido social de sus pueblos,
golpeados indistintamente por la pobreza, la desigualdad, la violencia, el
crimen organizado y el exilio económico (las migraciones forzadas).
Pero lo más importante,
desde nuestro punto de vista, es el hecho de que en un contexto tan complicado
y desalentador, cuando la democracia en esta parte del mundo se nos presenta
como una formalidad vaciada de contenidos emancipadores y liberadores, y los
sistemas electorales no garantizan los mínimos elementales de equidad, justicia
y transparencia –porque están controlados por una minoría dócil al poder-, en
México se levantó una fuerza social para plantar cara y poner contra la pared a
esa expresión de la dominación.
Y es que lograr que la
ilusión renazca allí en sociedades como las nuestras, donde el peso ideológico
y cultural del neoliberalismo erosiona sin misericordia la militancia política
y reduce a los ciudadanos a la simple condición de consumidores, no es un logro
menor de AMLO, de las izquierdas, los jóvenes del #YoSoy132 y del pueblo mexicano
que apoyó sus propuestas en esta elección.
Esa es la semilla del
cambio que, contra la influencia del dinero y los medios, contra las
componendas de las élites políticas, contra la resignación y la desesperanza,
plantaron millones de personas en México. Es la semilla del árbol que un día
será poderoso. No permitan que muera
ahora.
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