Con la aprobación de un nuevo Código Penal, el gobierno
colonial de Puerto Rico se inscribe en la tendencia conocida como el derecho
penal del enemigo que se va instaurando a diestra y siniestra en el mundo, para
controlar y repeler el nuevo despertar de la lucha de clases y las
contestaciones políticas en las sociedades.
Carlos Rivera Lugo / Especial
para Con Nuestra América
Desde Mayagüez, Puerto Rico
El gobierno colonial de Puerto Rico acaba de declarar al ciudadano
puertorriqueño su enemigo. Bajo el nuevo
Código Penal aprobado el pasado 30 de junio por su brazo legislativo, se le ha
prohibido al ciudadano puertorriqueño el ejercicio de su libertad inalienable y
consustancial como ser humano, la que incluye, por cierto, la libertad de
protestar y rebelarse contra las actuaciones ilegítimas y arbitrarias de sus
gobernantes. De aquí en adelante, todo
ciudadano se presume sospechoso o, peor aún, real o potencialmente culpable.
Por ejemplo, en el artículo 297 del nuevo Código, se prohíbe cualquier
expresión de protesta que “perturbe”, “interrumpa” o “impida” la operación de
la Asamblea Legislativa colonial. Otro
artículo, el 247, tipifica como delito toda protesta que
obstruya el acceso a o afecte las labores regulares en instituciones de
enseñanza, centros de salud o edificios gubernamentales. Finalmente, el artículo 200 define como
delito la protesta contra “obras de construcción o movimientos de terreno”, que
hayan recibido las autorizaciones pertinentes del gobierno. Las medidas van dirigidas específicamente a
proscribir las actividades contestatarias de los trabajadores, los estudiantes,
las comunidades, los movimientos sociales y políticos contra las decisiones y
actuaciones corruptas y arbitrarias del gobierno colonial y los grandes
intereses económicos que operan en la Isla.
Ello sintoniza con la reorientación del Tribunal Supremo de Puerto
Rico, bajo cuya mayoría actual se han invisibilizado los derechos
constitucionales y adquiridos de los trabajadores; se han proscrito los
reclamos ambientales de las comunidades; y hasta se ha proscrito una Facultad
de Derecho alternativa, la Eugenio María de Hostos, con sede en Mayagüez. El Estado de Derecho se ha hecho relativo a
la eficacia de las decisiones políticas del partido que hoy administra la
colonia, de corte abiertamente anexionista y neoliberal.
De espaldas a su condición de “sujeto de derechos”, al puertorriqueño se
le ha declarado “enemigo” real o potencial del orden establecido. Del Estado de derecho se ha pasado al Estado
de seguridad. Es la mayor admisión de
que en el fondo la sociedad nuestra constituye hoy un orden social de batalla
cuya potencialidad máxima está aún por aflorar.
En ese contexto hay que ubicar incluso el compromiso reciente
manifestado por Janet Napolitano, la secretaria de Seguridad de la Patria, de
Estados Unidos, de brindarle todo el apoyo de su agencia a la “Estrategia Operacional de Ley y Orden” para
la Isla que le fuera presentado por el gobernador colonial Luis Fortuño.
El derecho penal del
enemigo
De esa forma, el gobierno colonial de Puerto Rico se inscribe en la
tendencia conocida como el derecho penal
del enemigo que se va instaurando a diestra y siniestra en el mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos y Europa se ha
ido instituyendo un controvertible estado de excepción para controlar y repeler
el nuevo despertar de la lucha de clases y las contestaciones políticas en sus
respectivas sociedades. En un mundo
capitalista que se describe como gobernado en beneficio exclusivo del 1% y bajo
el cual el 99 % se le ha desposeído significativamente de sus medios de vida y
posibilidades de progreso, por la presente voracidad expoliadora del capital,
los más se constituyen crecientemente, desde sus resistencias, en riesgos y
amenazas reales o potenciales a la seguridad y dominación de los menos.
Puerto Rico constituye un ejemplo clásico de lo anterior. Si existe una
crisis de seguridad en el contexto puertorriqueño ello no se debe en el fondo
al narcotráfico sino más bien a las escandalosas desigualdades sociales. He ahí la razón sin tapujos de la guerra
social que se vive hace años en nuestro país, la misma que sucesivos
gobernantes han ignorado o han pretendido reconocer tan sólo parcialmente sin
ir a la raíz: el modo de vida capitalista-colonial imperante y sus lógicas
excluyentes y depredadoras.
En la medida en que “Nosotros, el pueblo…la fuente del poder público”
-según reza formalmente la Constitución Política de Puerto Rico- está
evidentemente constituido en su mayoría por los condenados de esta tierra,
hemos sido consiguientemente descalificados por el poder constituido. Extraño por no decir disparatado
entendimiento de lo que es una sociedad democrática. A ello se suma la
tribalización y lumpenización creciente del gobierno colonial, en sus tres
ramas, con su consiguiente deslegitimación e incapacitación para gobernar en
función de los problemas, las necesidades y expectativas reales de la sociedad
puertorriqueña.
El gobierno se ha erigido en finca privada de los grandes intereses que
apuntalan a los dos principales partidos del país, el Partido Nuevo Progresista
(anexionista) y el Partido Popular Democrático (autonomista), los cuales se
alternan en la administración de la colonia y sus presupuestos para beneficio
de sus respectivos inversionistas o cuadros.
Al pueblo que se las busque como pueda.
Eso sí, luego de que descargue sus responsabilidades contributivas para
alimentar las arcas públicas que sirven de sustento al rampante clientelismo e
inversionismo que desangran a nuestro pueblo más que las balas del crimen
organizado. Si queremos realmente poner
fin a los crímenes nuestros de cada día, habrá que extirpar la desigualdad
social y la corrupción política, eliminar a los traficantes de sustancias
controladas así como a los traficantes de la politiquería inconsecuente.
Según una publicación de la ONU, Puerto Rico posee una de las tasas de
desigualdad más altas del planeta. De
147 países incluidos en la muestra, Puerto Rico ocupa el lugar 133. El 20 por ciento más rico se apropia de casi
el 60 por ciento de la riqueza nacional.
Entretanto, el 20 por ciento más pobre se las tiene que ver con el 1.9
por cierto de la riqueza generada. Como resultado, el 45 por ciento de nuestra
población se encuentra bajo los estándares federales de pobreza. Hasta
Afganistán aparece con mayor equidad distributiva que la eufemísticamente
llamada “Isla del Encanto”.
Desde Madrid a Nueva York, Moscú a San Juan se va instaurando así un
estado de dominación de hecho, bajo el cual se le pretende cerrar todo tipo de
resistencia al pueblo. El Derecho, en su
acepción neoliberal, pasa tan sólo a legitimar las acciones del capital y la de
sus cuadros promotores, a quienes ampara en su impunidad a pesar del grave daño
criminal que en la práctica le causan al bienestar común. A los excluidos que manifiesten su
inconformidad con este estado de cosas, desde los indignados hasta los
inmigrantes, los miserables hasta los precarizados, les espera la cárcel o los
centros de detención.
En este contexto, no es de extrañarse que Puerto Rico sea el quinto país
del mundo con mayor población penal per capita o que Estados Unidos, con quien
Puerto Rico se vanagloria en estar asociado, es el número uno al respecto, con
más personas encarceladas que el total combinado de 36 países europeos. No debe extrañarnos, pues, que quien se
autodenomina liberal, como el mandatario estadounidense, Barack Obama, se haya
negado a clausurar el campo de concentración de Guantánamo; haya firmado
legislación en enero pasado que posibilita la detención indefinida, sin juicio,
en territorio estadounidense de ciudadanos estadounidenses por el ejército de
su país; o admita públicamente que mantiene un “kill-list”, es decir, una lista
de candidatos, en su calidad de “combatientes enemigos”, para su ejecución
extrajudicial con los notorios “drones”.
El Secretario de Justicia Eric Holder sostiene que incluso ese derecho
puede ejercerse contra ciudadanos estadounidenses, como ya ha sido el
caso. Entretanto, los crímenes de guerra
de George W. Bush y sus adlátares siguen impunes. Peor aún: las políticas imperiales en que se
sustentaron han seguido prácticamente intactas bajo el gobierno de Obama.
Guantánamo como nuevo
paradigma de control
Ahora bien, si hay un hecho que
simboliza la nueva era del derecho penal
del enemigo, este es Guantánamo. Es
la lógica última del Estado neoliberal: la existencia de un estado de guerra
permanente, entre abierta y encubierta, para el sometimiento de todo foco de
oposición, sea externa o interna. Ante
ello, el encierro se instituye como estrategia de control absoluto. Bajo ésta,
se pretende someter la sociedad toda, sin posibilidad de escape, a las lógicas
normativas del capital. Constituida ya
en espacio ampliado de producción social, en el que todo ha sido invadido por
sus insaciables designios, incluyendo entre otras cosas la salud y la
educación, así como los servicios indispensables como el agua y la
electricidad, la sociedad se transforma en un espacio de la más absoluta
indeterminación jurídica, es decir, un lugar sujeto absolutamente a la razón de
Estado –como burdo achichincle del capital- en que el individuo está
desprovisto de sus libertades fundamentales.
Hacer de la sociedad toda un campo de concentración a lo Guantánamo bajo
el cual se pueda realizar el más absoluto control de la vida humana: Esa es la
lógica inescapable de la actual razón de Estado bajo el neoliberalismo, en que
los hechos de fuerza prevalecen sobre las cuestiones de derecho. Redefinidas
así las relaciones de poder, la prisión o el campo de concentración es el
espacio ampliado de dominación que se abre cuando el estado de excepción se
constituye en la regla predominante en función del estado de guerra permanente.
El filósofo italiano Giorgio
Agamben califica, por ejemplo, al campo de concentración como la matriz oculta
del espacio político-jurídico actual. En
éste se produce una simbiosis fatal entre el derecho –esa concepción ya de por
sí limitada de la libertad, según la interpretación interesada del Estado– y el
poder bruto y absoluto del gobernante. A
partir de ello, el gobernante, incluyendo su brazo judicial, está por encima de
la ley y más acá del crimen: ambos de ahora en adelante son lo que él
diga.
Si ha de resistir a la dominación en cualesquiera de sus formas, el
individuo está ahora obligado a hacerlo sin las garantías acostumbradas de los
derechos fundamentales, tales como el habeas corpus, la libre expresión o el
derecho de asociación. Éstos han asumido
la forma de meros permisos, sujetos a la discreción política del gobierno.
Forzados a obedecer los efectos abusivos de tales hechos desnudos de fuerza
protagonizados por las autoridades gubernamentales, a los que éstas le
atribuyen arbitrariamente efectos legales, hemos sido reducidos a lo que se ha
calificado como la vita nuda.
Del “sujeto de derecho”
al sujeto de libertad
En fin, llevamos nuestra existencia en carne viva. Estamos implicados, lo sepamos o no, nos
guste o no, en este resurgir de la lucha de clases como motor de la historia
contemporánea.
Como demostró la exitosa lucha en Vieques, nuestros cuerpos y nuestras
mentes se constituyen prácticamente en los únicos instrumentos de nuestra
resistencia ante las armas represivas del gobierno, en particular sus
dispositivos militares, policiales y judiciales. Las ocupaciones de playas, plazas, calles,
caminos, instalaciones gubernamentales, centros laborales y universidades,
entre otros, se convierten en batallas por la liberación de parcelas de nuestra
vida en común usurpadas ilegítimamente por el gobierno o el capital.
Como atestiguan los temores de aquellos que fraguan nuevos mecanismos de
control y represión sobre nuestro pueblo, no hay relaciones de poder sin
resistencias. Y dichas resistencias ya
no serán producto de ese cooptado “sujeto de derecho”, sometido invariablemente
a esa institucionalidad colonial-capitalista desde la cual se le pretende
someter en cuerpo y alma.
El pueblo tendrá que desbordar todo ese marco económico-político-jurídico
que le atrofia sus posibilidades reales, para transfigurarse en seres vivos,
reales y concretos, que hagan valer por sí mismos, sin permiso de nadie, su
propia libertad. Y es que más allá del
fatulo “sujeto de derecho” se encuentra el sujeto
de libertad.
El
autor es Catedrático de Filosofía y
Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de
Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores
y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.
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