Triste es el destino de
los países que son sometidos a nuevas formas del colonialismo. Más triste es
que lo hagan de rodillas y que sus gobiernos nos digan que eso es el progreso.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Desde los primeros años
de la conquista y la colonización del subcontinente latinoamericano, la
avaricia por el oro y la plata con la
que venían los conquistadores, significó
la muerte para los pueblos originarios
de la región. Esa voracidad llevada a la locura fue magistralmente retratada
por el cineasta alemán Werner Herzog con su “Aguirre, la ira de Dios”
(1972), film en el cual el actor alemán
Klaus Kinski nos habría de dejar una de sus magistrales interpretaciones.
La rapacidad del conquistador español habría
de moldear un modelo de colonización sustentado en la expoliación inmisericorde de los
pueblos indígenas y la existencia de una metrópoli colonial a la que el oro no
la hizo avanzar sino más bien la sumió
en el atraso: el oro y las riqueza provenientes de la América colonizada no
habrían de servir para industrializar a España y Portugal sino para pagar los
artículos manufacturados que les vendían los países europeos ubicados al norte
de sus fronteras. En las regiones de la América colonizada en las cuales
se tuvo la desgracia de que los conquistadores y colonizadores encontraran
oro y plata (lo que hoy es México, Bolivia y Perú por ejemplo) la población
indígena fue sometida a una opresión y explotación tal que se observó un descenso demográfico notable.
Lo que resulta terrible
es que 200 años después de que la
inmensa mayoría de los países latinoamericanos obtuvieron su independencia, la
avaricia minera sigue significando la muerte para sus pueblos. Y es la minería
del oro particularmente la que se ha convertido, como en el antaño
colonial, en el azote de los pueblos indígenas. La potencia colonizadora y
depredadora ya no es la misma. Hoy España es un país arruinado por el
neoliberalismo que infructuosamente busca salir de la crisis, sometiendo a su
pueblo a un castigo tan despiadado como
el que durante 300 años sometió a los pueblos
iberoamericanos. Hoy la potencia depredadora se llama Canadá y su
voracidad se mide en el hecho de que, según datos que nos ofrece la periodista
dominicana Elsa Peña Nadal (véase su artículo “Dos Canadás”, en: http://www.almomento.net/articulo/113414/%C2%BFDos-Canada), dicho país mantiene 1,246 proyectos mineros
activos en Latinoamérica y la
empresas Osisko Minning Corp,
Goldcorp, Barrick Gold, Fortuna Silver Inc y First Majestic Silver actúan de
manera arrasadora en diversos países de la región. Un dato de lo que sucede en México nos puede
servir para ilustrar lo que está aconteciendo en diversos países entre ellos
Guatemala: Según Alejandro Villamar de la Red mexicana de Acción Frente al
Libre Comercio, en México las compañías
mineras transnacionales han extraído en
los últimos 11 años más de 250 toneladas de oro lo que significa 2.5 veces más
del oro que obtuvo España durante los
300 años de dominio colonial. Las grandes compañías mineras mantienen en concesión un tercio del territorio nacional, lo cual
equivale a la superficie de España misma (La Jornada, 21/7/2012). Nuevamente
Elsa Nadal Peña nos informa que en Chile, una industria emblemática de
dicho país, se encuentra seriamente amenazada pues las compañías transnacionales mineras están comprando a muy altos precios las tierras de los viñedos y otras que las
circundan, porque ambicionan las aguas
subterráneas que surten a los pozos que usan dichos viñedos.
La minería,
especialmente la minería a cielo abierto es de una gran nocividad para los
países que la albergan y también para sus habitantes. En la misma Canadá
existen unos 3,600 vertederos de residuos tóxicos y 17 minas abandonadas que
liberan arsénico, cianuro y otros
elementos tóxicos que se filtran a los suelos y
a los mantos de agua subterráneos
que surte a pueblos y ciudades. El uso del cianuro, uno de los venenos más
mortíferos que existen, y el que se vierta en ríos y suelos es hoy uno de los
crímenes más grandes que observamos en el contexto de la avaricia sin límite del capitalismo.
Además la Red mexicana de Acción Frente al Libre Comercio, ha denunciado
que la minería en gran escala destruye el modo de vida de las comunidades que viven en las cercanías de las grandes
minas, acapara tierras que eran usadas para ocupar cultivar alimentos y fomenta el alcoholismo y la drogadicción.
Los pueblos y gobiernos
de América Latina entera se enfrentan pues a este flagelo. Según los gobiernos
que se observen, este flagelo tiene malas o peores consecuencias. En países como
Guatemala, se trata de las peores. Las
mineras canadienses (Goldcorp por
ejemplo) destrozan el medio ambiente, envenenan a los habitantes y se llevan
las riquezas de las entrañas del suelo guatemalteco pagando un módico 5%.
Triste es el destino de
los países que son sometidos a nuevas formas del colonialismo. Más triste es
que lo hagan de rodillas y que sus gobiernos nos digan que eso es el progreso.
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