¿Cuáles son las
tensiones entre los nuevos poderes y los movimientos sociales emancipatorios en
América Latina? ¿Qué papel juega Estados Unidos o la Unión Europea en la
región? Estas son algunas de las preguntas que se plantea 'El volcán
latinoamericano' y su coordinador, Franck Gaudichaud responde a algunas de
ellas en esta entrevista publicada por el semanario Directa, en Catalunya.
Alex Romaguera / Directa y Otramérica
Franck Gaudichaud, autor del libro El Volcán Latinoamericano |
Latinoamérica es un
embrollo de movimientos indígenas y de base que se afanan en corregir la
tendencia de los gobiernos progresistas instalados en el continente durante la
última década, la mayoría de los cuales continúan sometidos a un sistema
productivo extractivista que, en manos de las multinacionales, causa infinidad
de perjuicios sobre las comunidades y sobre el ecosistema.
También es el turno de
una nueva generación de jóvenes y colectivos que, en el actual contexto,
plantean superar el modelo de Estado centralista en el que se han forjado
muchos de los países de la zona. Un escenario de oportunidades, no exento de
amenazas externas, del que nos habla ampliamente Franck Gaudichaud, politólogo,
editor del colectivo del portal Rebelión y coordinador de la obra El volcán
latinoamericano. Una
radiografía, la primera del nuevo sello editorial
Otramérica, en el que veinte autores de ambos lados del
Atlántico ofrecen una visión desde la izquierda del heterogéneo mapa
latinoamericano y donde Gaudichaud, profesor de ciencias políticas en la
universidad francesa de Grenoble 3, analiza todo ese intríngulis.
En el prólogo de El volcán latinoamericano, sitúas 1998
como el inicio del período histórico en el que se encuentra inmersa
Latinoamérica. ¿Qué pasa a partir de ese año?
Es difícil escoger una
fecha, pero, si nos referimos a un cambio de ciclo, 1998 podría ser elegido
como un punto de inflexión hacia posiciones de izquierda en todo el continente.
Sobre todo a raíz de la entrada de Hugo Chávez en la presidencia de Venezuela,
si bien también sería justo referirnos al levantamiento Zapatista de 1994. En
cualquier caso, durante la década de los 90, nos encontramos frente a la
reformulación de nuevas izquierdas a partir de grandes fenómenos y experiencias
de movilización social. Los sectores que no contaban en la sociedad comienzan a
incidir porque, a pesar del poder de la oligarquía, quieren ser protagonistas
de la vida pública. También surgen nuevos actores institucionales en cada país,
como el caso del Movimiento al socialismo (MAS) de Evo Morales en Bolivia.
Algunos de estos actores
enarbolan el llamado “Socialismo del siglo XXI”. ¿Es el gran movimiento de
cambio?
Es más bien un eslogan
simbólico, pero no supone hasta el momento una ruptura con el capitalismo, como
representó la revolución sandinista en Nicaragua, el castrismo en Cuba o
potencialmente el proceso de poder popular durante el gobierno de Salvador
Allende en Chile. En todo caso, recoge dinámicas de empoderamiento que
contienen un sentido antiimperialista y reformas democráticas y sociales de
gran calado. Así lo hemos visto en Bolivia, Ecuador o Venezuela. Más que
acontecer una ruptura frontal con la lógica capitalista, diría que apuntan
hacia modelos postneoliberales, ya que mantienen acuerdos con las
multinacionales para facilitarles cuotas de poder y acceso a los
recursos.
¿No es posible generar un
modelo propio?
La mayoría de los países
de Latinoamérica parten de un crecimiento dependiente, basado en gran parte en
la industria extractora de recursos naturales, por ejemplo del petróleo y en la
producción intensiva de cereales y otros alimentos. La pregunta, pues, es como
superar estas dependencias hacia en capital transnacional y crear un modelo
productivo adaptado a las necesidades de las comunidades y respetuoso con el
ambiente.
El acuerdo de la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), surgido en 2004 por
iniciativa de Venezuela y Cuba, ¿es un intento de buscar alternativas?
Sitúa en la agenda el
proyecto de integración a escala regional, capaz de ir más allá de una simple
unión económica, tal como se limitaban a hacer el Tratado de Libre Comercio, el
Mercosur y otras propuestas de corte liberal. Busca la complementariedad
reconociendo las asimetrías entre los países y el intercambio entre ellos,
incluyendo las olvidadas islas del Caribe. De momento, sin embargo, es una
iniciativa reactiva frente a los Estados Unidos, muy interesante, pero que no
aborda los verdaderos desafíos que tiene Latinoamérica, entre otras cosas por
falta de apoyo de grandes países como Brasil.
¿Cuáles destacarías?
Alcanzar un cambio
profundo a escala regional significa lograr incorporar países como Brasil, que
-por el momento- tiene sus propios planes estratégicos, o más bien su clase
dominante tiene otros planes. Y después que, internamente, estos países sean
capaces de responder y escuchar los movimientos sociales que apuestan por ir
más allá de las reformas vigentes y quieren romper con el modelo extractivista
y desarrollista que mantienen sus gobiernos progresistas. Esta tensión entre
gobiernos nacional-populares reformadores y movimientos sociales se hace
sentir, en el ultimo periodo, en particular en Venezuela, Ecuador o Bolivia.
Sin olvidar que algunos movimientos o movilizaciones pueden ser meramente
corporativistas o incluso obedecer a intereses conservadores, como ha pasado en
Bolivia con el movimiento autonomista de la “media luna” que pretende separar
las regiones ricas de las pobres.
Un caso paradigmático de
esta dependencia de la industria extractora también es el del Perú, donde
Ollanta Humala reprime a las comunidades que se oponen a la minería...
Humala se define como
nacionalista y, ya de inicio, tenía una visión nacional-interclasista que
renegaba de las izquierdas y de las derechas, como lo declaró en varias
oportunidades. Continúa abriéndose a las multinacionales y eso ha provocado una
gran grieta con los movimientos que le habían apoyado. El conflicto Conga y el
proyecto nefasto de la megaminería Yanococha resume perfectamente qué pasa en
otras zonas de Latinoamérica: las poblaciones luchan para defender sus derechos
frente a unos gobiernos, a veces con pátina progresista, que optan por mantener
los privilegios de los inversores extranjeros. Es aquí donde se libra el
combate por la defensa del medio y por un sistema productivo más sostenible.
En Argentina, el gobierno
de Cristina Fernández se resiste a reconocer el derecho del pueblo mapuche a
gestionar sus recursos. ¿Reproduce los mismos déficits?
Es una de las asignaturas
pendientes a la que se enfrenta Latinoamérica, junto con la descolonización
interna. La creación de sociedades realmente plurinacionales y democráticas
todavía está en pañales debido a siglos de poder colonial y a pesar de avances
importantes con procesos constituyentes avanzados en Bolivia, Ecuador y
Venezuela. De aquí que el proceso de reconocer los derechos indígenas sea
bastante lento en países del área andina, y menos aun en América central. Esto
se muestra con mucha crueldad en Chile, donde el pueblo mapuche se enfrenta a
las corporaciones hidroeléctricas o forestales que destruyen sus tierras y la
biodiversidad. Esta lucha pone en contradicción a los estados oligarcas,
centralistas o federales, que hemos conocido desde el siglo XIX. También sería
el caso de México, con la lucha zapatista en el Sur del país.
En cuanto a la injerencia
exterior, ¿ya no estamos en tiempos de dictaduras que tienen el apoyo militar
de Estados Unidos, como Chile mediante el Plan Cóndor?
El intervencionismo
continúa existiendo, pero cambió y se rearticuló. Primero, con la inclusión de
muchos países en el mercado internacional vía la firma de TLC y también
mediante el Plan Colombia, con el que los Estados Unidos han encontrado el
aliado para imponer su estrategia de dominio, un poco como con Israel en
Oriente Medio. Este esquema explica la presencia de la Cuarta Flota en aguas de
la zona y también las tentativas de golpe de estado contra Hugo Chávez en
Venezuela en 2002; poco después, el intento de desestabilización en Bolivia; la
expulsión de Manuel Zelaya de la presidencia de Honduras en 2009, o ahora, en
Paraguay, con la destitución de Fernando Lugo. Después, hay que sumarle el soft
power; es decir, las tentativas de influenciar la opinión pública -por
ejemplo durante los procesos electorales- a través de los medios de
comunicación corporativos. Los EUA han invertido gran cantidad de recursos en
este terreno con el objetivo de generar comportamientos determinados entre la
población, para lo que también ha creado lobbies, oenegés (como la
USAID), movimientos sociales conservadores y llamados grupos de apoyo “a la
democracia”.
En la pugna entre esta
ofensiva neoliberal y la nueva izquierda que se reclama desde los movimientos
populares, parece que la juventud y las mujeres están teniendo un papel
importante. ¿Es así?
Sin duda. Latinoamérica
ha sido el epicentro del altermundialismo y todavía lo vemos con el
resurgimiento de una nueva generación de estudiantes, mujeres y sindicatos de
trabajadores. En Chile, ha aparecido un movimiento muy importante contra el
modelo educativo heredado de la dictadura y ahora gestionado por el presidente
conservador multimillonario Sebastián Piñera; en Colombia, se ha conseguido
parar un plan similar, y en México, hay que destacar la irrupción del
movimiento “Yosoy132”. Son expresiones de indignación que, a imagen de muchas
aparecidas en todo el mundo, cuestionan los partidos tradicionales, el
capitalismo financiero y el menosprecio de las instituciones hacia los sectores
subalternos.
¿Esta eclosión se puede
articular a escala regional?
Varias ejes de
movilización transversal lo podría hacer posible: por ejemplo, la defensa de la
soberanía alimentaria. Muchos pueblos y organizaciones campesinas comienzan a
darse cuenta de los efectos catastróficos del Tratado de Libre Comercio firmado
por algunos estados latinoamericanos con Estados Unidos o la UE. En México
mismo, un país vanguardista en la producción de maíz, tienen que importarlo de
Estados Unidos y pierden su capacidad productiva. La lucha contra la crisis
climática y sus efectos también ofrece experiencias interesantes de
reivindicaciones del “buen vivir” o sea del respeto por la biodiversidad y la
“pachama”, como las que han aparecido en Bolivia o en la zona del Yasuní, en la
selva amazónica de Ecuador, dónde se ha declarado un área libre de explotación
petrolera. Seguramente, estas luchas no romperán con la lógica
desarollista-extractivista de un día para otro, estos pueblos necesitan
desarrollarse en servicios públicos, infraestructuras, etc, pero plantean una
posible transición ecológica que nos lleva a un nuevo paradigma energético y de
vida .
Por lo que respecta a
Brasil, ¿hay posibilidades de que se sume a este contrapoder antiimperialista?
Tal como dijo Ignacio
Lula da Silva, el Brasil ya no es un país emergente, sino “emergido”. Un país
con influencia mundial, clave en el G-20, que en el actual contexto de crisis
aporta su esfuerzo al Fondo Monetario Internacional para ayudar a sus amigos
europeos. No parece, que quiera participar de un contrapoder de izquierdas
radicales, pero si de alguna manera, en el plano diplomático, ha servido de
apoyo en varias ocasiones a gobiernos como el de Chávez o Evo en la región.
¿Se inclina hacia las
tesis socioliberales?
Sí, exacto. Opta por la
vía económica tradicional de las “ventajas comparativas” y aprovecha su
posición de “gigante” con inmensos recursos y tierras para ofrecer millones de
hectáreas a Monsanto y otros. Pero no sólo es esto: ha creado sus propias
“multilatinas”, con las que presiona a sus socios. De alguna manera, el Brasil
se ha convertido en un “subimperio”, con una clara hegemonía respecto al resto
de países de América del sur. Y ésto, habiendo sido referente en procesos de
democracia participativa, del altermundialismo o gracias a la lucha del
Movimiento Sin Tierra (MST), movimiento que sigue movilizado.
¿A qué atribuyes esta
postura?
Tiene una de las
burguesías más fuertes del continente, con la que el Partido de los
Trabajadores ha actuado de manera muy benevolente y le ha permitido una
acumulación de capital que ha acentuado las diferencias entre los más ricos y
los más pobres. Es cierto que la extrema pobreza ha bajado de manera notable en
términos generales, pero, de momento, no participa de la lógica postneoliberal
a la que aspiran pueblos y movimientos en otros países de América central y del
sur.
Aún así, ¿eres optimista
en cuanto al avance de un nuevo modelo económico y político en el continente?
Ya lo veremos. Existe una
clara disputa entre los gobiernos que apostaban de manera casi “natural” al
neodesarrollismo o al neoliberalismo y parte de movimientos populares. La
Venezuela bolivariana ligada a los consejos comunales, la Argentina de las
empresas ocupadas, o la Bolivia conectada con las autonomías indígenas ha dado
un impulso esencial en esta dinámica continental, aunque existan inmensa
diferencias entre países y regiones. Ahora vemos que algunos de los gobiernos
más radicales se han distanciado de los procesos emancipadores salidos de la
base, por tanto, tendremos que ver si esta tensión se profundiza o, por el
contrario, se corrige y, de nuevo, se ponen las alternativas en el mismísimo
centro de la agenda, “democratizando la democracia” y creando experiencias de
poder popular. Hay que confiar en que el feminismo, los estudiantes, las
mujeres, los trabajadores, el movimiento por la soberanía alimentaria y la
reforma agraria, los pueblos indígenas lo harán posible y, lejos de
institucionalizarse, podrán ser los motores de cambio y construcción de
alternativas.
¿Qué tendría que
aprender, Europa, de este volcán latinoamericano que comienza a emerger?
Latinoamérica es un buen
espejo para los países europeos de cara a hacer frente a la crisis porque, en
los años 80, ya experimentó los planes de ajuste que intentan aplicar el FMI y
la troica en Europa. América Latina demostró que se podía combatir con la movilización
y la formulación de salidas políticas más justas. Ecuador, por ejemplo, puso de
relieve que se puede anular parte de la deuda con el soporte de un gobierno más
ofensivo y los movimientos sociales. Y Argentina hizo lo mismo cuando anuló
parcialmente la deuda. Si estos países del sur fueron capaces de imponerse
-aunque parcialmente- al mundo financiero internacional, los pueblos europeos,
también pueden hacerlo, desde el centro del capitalismo-mundo. Igualmente, las
experiencias populares pueden servir de espejo con la perspectiva de construir
cooperativas, medios comunitarios, fabricas ocupadas y otros proyectos
alternativos e igualitarios. Latinoamérica también nos muestra que es posible
tender puentes desde el ámbito social hacia el mundo político planteando
alternativas a escala nacional y continental
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