El filósofo y escritor
mexicano Fernando Buen Abad evalúa la realidad azteca y explica por qué su país
tiene una historia de fraude serial.
Cecilia Escudero /
Revista Debate
El filósofo mexicano Fernando Buen Abad |
A veinte días de
celebradas las elecciones, México carece de presidente electo. Andrés Manuel
López Obrador, la figura política más importante de la centroizquierda local,
acopia y presenta nuevas pruebas para que el Tribunal Electoral tenga mayores
elementos a la hora de tomar la decisión final: es decir, declarar quién
gobernará el país en los próximos seis años. Así, AMLO tramita la impugnación
de los comicios presidenciales, que lo posicionaron en el segundo lugar, con un
supuesto 31 por ciento de los votos. El político acusa que las elecciones no
fueron libres ni equitativas porque el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) incurrió en irregularidades, como la compra de cinco millones
de votos. Entretanto, el supuesto triunfador, Enrique Peña Nieto, se desmarca
del debate e, inmutable, actúa como el consagrado sucesor del presidente Felipe
Calderón.
Doctor en Filosofía,
escritor y reconocido analista mexicano, Fernando Buen Abad habla con Debate
sobre el crónico padecimiento de los fraudes electorales que vive su país, y
además analiza las fortalezas y debilidades de las fuerzas progresistas.
En México, las
movilizaciones y las acusaciones de fraude se multiplican. ¿Qué expresa esta
situación?
Se trata de un conjunto
de cosas. Primero, aunque muchas veces se considere que Peña Nieto ya ganó las
elecciones, hay que recalcar que todavía no tenemos presidente. El Tribunal
Electoral y el IFE (Instituto Federal Electoral) deben entregar la constancia
de mayoría. Se sabe que fue una elección viciada de origen y hay una
impugnación política y jurídica en tránsito. Por otra parte, hay una
movilización social que está acompañando el reclamo, y cualquiera que tenga
voluntad democrática sabe que un pueblo movilizado exige coherencia y cautela.
Con todo, México es un país con un problema de fraude serial. Es más, a partir
de 1994, cuando se firmó el Tratado de Libro Comercio (TLC) con Estados Unidos
y Canadá, el país empezó a cualificar los fraudes como neoliberales.
¿En qué forma?
Desde 1988, cuando se
produjo la estafa electoral que llevó a la presidencia a Carlos Salinas de
Gortari, en perjuicio del candidato Cuauhtémoc Cárdenas, todos los
fraudes que hemos vivido fueron los del TLC, incluido el del actual
presidente Felipe Calderón. Esto en el sentido de que estaban en función de esa
política económica. No hay que perder de vista eso. De hecho, hoy, palabras más
o menos, Peña Nieto es el Carlos Menem de la historia política de México. Por eso,
es el candidato que impulsa Estados Unidos. El eventual triunfo de Peña Nieto
implicaría una profundización en el modelo de privatización de los recursos
naturales del país. El agua, la petrolera estatal Pemex y toda la riqueza
energética están en juego. Entonces, las movilizaciones son simplemente la
respuesta pacífica de un pueblo indignado.
Usted dice, entonces, que
detrás del fraude electoral se encuentra la mano de Estados Unidos…
Sí, claro. Porque está
interesado en que México entregue su petróleo. Tenemos un vecino incómodo,
avasallante, narcoadicto. No es fácil. Es el consumidor de drogas más grande
del planeta, el más violento también, fabricante de armas y de guerras. Ahora,
tiene sed de petróleo. Y, se sabe, que cuando olfatea petróleo se vuelve
criminal.
¿En qué medida López
Obrador representa un freno a estos intereses?
Por lo menos, parte del
programa del MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) por primera vez
concita la unidad de todas las izquierdas, antes divididas, muchas veces sectarias,
en algún sentido, puramente decorativas. Hoy, entienden que tienen que caminar
juntas. De lo contrario, lo que sigue es la debacle. El impulso progresista por
fuera del partido vino de parte del movimiento de jóvenes Yo soy 132, que fue
la gran expresión del hartazgo que la población siente en contra del fraude
político y la hegemonía mediática que ejerce el grupo Televisa, que
históricamente se dedicó a fabricar candidatos.
En México, se vive una
generalizada crisis de representación política. En ese contexto, ¿cómo se
interpreta el regreso a la presidencia de un partido histórico como el PRI?
El PRI ha perdido
espacios políticos, pero, en realidad, nunca se ha ido. Actualmente, la
diferencia entre el PRI y el PAN es prácticamente ninguna. Al punto de que ya
se creó el concepto de PRIAN. Ocurre que ambos partidos fueron los encargados
de profundizar el neoliberalismo en el país. Es más, pretenden jugar al
bipartidismo, al estilo de Estados Unidos, y pasarse la pelota para ver quien
es el mejor gerente. Asimismo, el PRI tiene dirigentes de base honestos, gente
que todavía reivindica las ideas de Lázaro Cárdenas, que mantienen el original
ideario nacional, que tiene un pensamiento popular sincero. Esas bases
interpretan el ascenso de Peña Nieto como un secuestro del partido. Es decir
que al interior del PRI hay corrientes que no comparten el modelo neoliberal
sino que reivindican aquellas luchas que vinieron a completar la labor de
Emiliano Zapata. También hay un sector en el Ejército profundamente cardenista.
Entonces, hay que entender al monstruo de PRI con su propia fractura interna.
Ahora, este partido pretende instalarse con un mensaje mesiánico para salvar a
México de lo que ellos precisamente crearon.
En este sentido, Peña
Nieto representaría al Grupo Atlacomulco, el ala más conservadora de esas
corrientes…
Sí, conservadores en el
sentido ideológico, pero se trata de una de las vanguardias del neoliberalismo.
Es decir, son los más osados y aventureros entreguistas. Se trata de una
estructura política mafiosa que está signada por el sello indeleble de la
corrupción. La alianza vivificante para ellos fue con Televisa, que creó a una
suerte de títere, al candidato de la televisión.
Durante la campaña
electoral, pareció instalarse la idea de que el PRI de nuevo en el poder podría
establecer un clima de paz en el país, ya que se los considera capaces de
pactar y entenderse con los carteles. ¿Cuál es su opinión?
La demagogia del PRI
tiene horizontes insondables. Es una máquina demagógica, promete y promete
simplemente para seguir generando espejismo e ilusiones. El cometido de Peña
Nieto, ordenado por Estados Unidos, es revivir el ALCA, la frustrada Área de
Libre Comercio de las Américas. Que no nos sorprenda que, de ganar la
presidencia, proponga un nuevo modelo de liderazgo continental al impulsar un
nuevo sistema de mercado latinoamericano. Ello, en contra de la tarea que
vienen haciendo organismos como el Alba, la Unasur o la Celac. Entonces, si los
priístas no hacen un nuevo pacto con el narcotráfico simplemente no van a
caminar sus proyectos. Necesitan en un corto plazo generar un escenario de paz
y legitimarse en el poder.
“Televisa
apuesta por el Triple Play”
Se entiende el poder de
Televisa, pero ¿se puede afirmar que “impuso” un candidato?
Bueno, tenemos muchas
coordenadas para probarlo. En primer lugar, se trata de un negocio monopólico
muy fuerte. Tanto es así que Clarín parece un juego de niños comparado con el
monstruo de Televisa. Pero, además, el grupo quiere ingresar en el negocio del
Triple Play, que lo proveería de grandes ganancias en un país que tiene 115
millones de habitantes.
¿Peña Nieto le
garantizaría ese negocio?
Se lo tiene más que
prometido. Pero, además, el triunfo del candidato del PRI supondría la entrega
a este grupo del espacio radioeléctrico sin restricciones, con los permisos
indefinidos. Pero, ante la pregunta de: ¿Televisa, realmente, construye
gobierno? La respuesta es sí. Trabaja para ello porque representa la
posibilidad de que pueda invertir en cualquier negocio con la bendición del
Estado. Televisa necesita colocar de modo urgente sus crecientes ganancias.
Porque, ¿dónde más va a invertir? ¿En más canales? ¿Va a competir contra sí
mismo? En este marco, precisa abrir el juego.
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